En la vida cotidiana, ¿todos “actuamos” un personaje?
| 14 de Mayo de 2016 | 01:58

Él (Adrián Suar en su personaje de Fabián Brando) finge interesarse por asuntos que no le importan en lo más mínimo y simula actitudes que no tiene mientras que oculta sus verdaderos placeres. Su objetivo es que su mujer (Valeria Bertuccelli en el papel de Florencia Córmik) no lo deje y para eso actúa un personaje en su vida real: lo que él cree que para ella sería el marido ideal.
Sobre esta idea se apoya la trama de la película ‘Me casé con un boludo’, que se convirtió en un éxito cinematográfico y, hasta el momento, en la película nacional más taquillera del año. Más allá de las exageraciones propias que exige una comedia romántica, de algún modo el film retrataría un aspecto de la realidad: especialistas aseguran que todos los adultos, en mayor o menor medida, actuamos, de alguna manera, en la vida.
“Un poco de actuación es necesaria. Nos ayuda a lograr lo que queremos del otro. Cada profesión o tarea necesita de cierto grado de ficcionalidad”
“No nos imaginamos un empleado de cadena de hamburguesas malhumorado y violento o un pediatra gritón o autoritario”, dice la psicóloga y profesora de teatro Laura Carnero, y explica: “Un poco de actuación es necesaria. Nos ayuda a lograr lo que queremos del otro (en cierto modo se puede hablar de manipulación). Cada profesión o tarea necesita de cierto grado de ficcionalidad”.
La psicóloga María de Jesús Ferrero coincide en que todo rol, en algún punto, exige de cierto grado de actuación. De hecho, señala que en sesiones de terapia familiar es frecuente que cada miembro del grupo asuma determinado rol. Lo mismo pasaría en los demás ambientes de la vida.
¿Por quE actuamos?
Para Carnero es la mirada de los otros, el temor a la exclusión, a la descalificación y la necesidad de agradar lo que nos impulsa a actuar: “Creemos que con estas ‘máscaras sociales’ seremos más aceptados. Y éstas pueden variar desde el simple hecho de fingir un gusto por la literatura o la música hasta la construcción de un personaje ajeno a nosotros y cercano a lo que creemos que el otro va a elegir”.
La especialista explica que actuar supone la existencia de un “receptor”, y que este puede ser tanto real como imaginario. Pero siempre hay un otro al que se pretende seducir. “Porque actuar básicamente tiene que ver con la seducción: esa necesidad de captar la mirada y el interés hacia nosotros”, afirma Carnero.
Claro que algunas personalidades son más propensas para la actuación que otras que, por el contrario, tienden más a mostrarse tal cual son, aunque eso les cierre algunas puertas. También la profesión, el cargo o la empresa donde trabajan suelen determinar cuánto las personas se deben ajustar al estereotipo que supone el rol que ocupan.
“Algunos actúan un rol más que otros. Según cómo esté configurado el sistema que requiere dicha actuación. Dependerá de cada espacio, del protagonista y del contexto”, señala Ferrero.
La paradoja, o la trampa, que encierra este sistema de ficcionalización consiste en que las ‘máscaras’ se utilizan para agradar a otros, pero a medida que aumenta la necesidad de recurrir a ellas, una sensación desagradable crece por dentro.
“Cuanto más ficticia es la identidad que construimos más lejos estamos de lograr el objetivo principal que es ser queridos. Aparece la sensación de que los otros quieren a ese ‘personaje’ y no a quienes somos realmente. Entonces la sensación de angustia y soledad se agudiza y reactiva el motor del mecanismo que nos lleva a un estresante juego donde en definitiva no solo el otro es el engañado sino uno mismo”, afirma Carnero.
Además del malestar, otro inconveniente de esto -según explica la especialista- tiene que ver con el autoconocimiento: “Muchas veces cuesta volver a encontrar los verdaderos deseos, necesidades, goces, rechazos y sentires que nos van construyendo como individuo. Se hace necesario encarar un largo camino de regreso a nosotros mismos, con el eje puesto en uno y no en quienes nos rodean”.
¿QuE pasa en las relaciones de pareja?
Ferrero plantea que en el caso de los vínculos de pareja generalmente las personas tienden a mostrarse con una envoltura ficticia, sobre todo en los tiempos de conquista.
“Hay un primer tiempo necesario y constitutivo del vínculo en donde las diferencias se borran para el otro. En ese acto se van configurando ciertos roles que, de quedar congelados, serán difíciles de sortear. Uno muestra al otro lo mejor que tiene (en el mejor de los casos ) y ahí mismo se comienza a posicionar en determinado lugar dentro de la economía del intercambio vincular”, señala la especialista en parejas.
En algún momento, si la relación se consolida -según afirma Ferrero- ‘las máscaras’ se caen y cada uno muestra verdaderamente cómo es: “Aparecemos tal cual somos, fallidos y diferentes. Eso suele motivar cierto proceso de duelo por aquella idealización del comienzo pero a la larga este proceso es satisfactorio para el progreso del vínculo”.
Las especialistas coinciden en que tanto en las relaciones sociales, laborales y de pareja existe una cuota de actuación. Sin embargo, estas micro representaciones diarias serían muy diferentes al trabajo encarado por un actor: “Un profesional que encarna un rol escénico funciona dentro del código teatral y las reglas que conlleva. Si bien en una mentira cotidiana hay “teatralidad” no podremos decir nunca que ‘hay teatro’ a menos que un espectador resignifique aquello”, afirma Carnero.
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