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La literatura y el agua

Una relación que se remonta a la Antigüedad. No hay filósofo o escritor que la haya soslayado, desde Heráclito al presente. Testimonios de Juan José Saer, de García Lorca y del escultor hidráulico Gyula Kosice, entre otros

MARCELO ORTALE

26 de Junio de 2016 | 00:22

No existe literatura de país alguno que no haya utilizado al agua como uno de los símbolos más esenciales y representativos de la existencia. El agua es vida y muerte, deseo humano, amor reprimido y misterioso, es tiempo, es purificación.

Los filósofos griegos –Heráclito, Tales de Mileto- clasificaron al agua, junto al fuego, la tierra y el aire, como un principio natural del mundo. El primero de esos dos pensadores plasmó una frase intemporal: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”, corregida luego por Platón por la más famosa: “Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”. Tales de Mileto designó al agua como materia primordial de la vida, fundamental para el crecimiento y nutrición de los seres vivos

El agua fue adoptada por todas las filosofías y religiones como tema central. Para el Taoísmo representa los valores de la inteligencia y la sabiduría. En Occidente el agua fue exaltada por los filósofos latinos y en especial por el cristianismo, que la adoptó como sinónimo de purificación, de sublimación del alma y sello seguro de vida eterna. De allí que el bautismo se celebre con agua.

Los escritores y poetas de todos los tiempos le rinden tributo. Pero no todos la celebran. En 1971 la poeta argentina Alejandra Pizarnik publicó en “La condesa sangrienta” un pequeño y estremecedor relato titulado “Muerte por agua”. Allí dice: “El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas. Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa viaje. Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida, apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aun cuando vuelve a detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie, erguida, muerta”.

ENSAYO SOBRE LA ARGENTINA

Hay un ensayo publicado en 1991 por Juan José Saer –titulado “El río sin orillas”- que relaciona el origen mítico de nuestro país –pero, en especial, de la pampa y de la región de Entre Ríos, de donde era el escritor- con el Río de la Plata. Un estuario inmenso, mitológico, que le da esencialidad propia a los pobladores, tanto a los nativos como a los inmigrantes que llegaron de Europa y de otras fronteras.

El libro que oscila entre el relato novelesco y el ensayo sociológico se detiene en la llegada en avión del autor que viene de Europa a nuestra zona y en cómo empieza a recorrer con la vista ese inmenso y desolado paisaje, hasta incorporarlo como su patria esencial. Aquí van dos párrafos de ese sobrevuelo sobre el río:

“Desde la cabina de comando, el piloto nos acordó, por los altoparlantes, en los tres idiomas habituales, castellano, inglés y francés, una gracia suplementaria. Harto tal vez de incitarnos a admirar, por reglamento, la consabida ciudad de Casablanca en el amanecer, el infaltable Cristo del Corcovado en los despegues de Río y un Porto Alegre puramente nominal, nos informó que a nuestra derecha podíamos contemplar, si lo deseábamos, “el punto en que confluyen el río Paraná y el río Uruguay para formar el Río de la Plata”. […]

Hay un ensayo publicado en 1991 por Juan José Saer -titulado “El río sin orillas”- que relaciona el origen mítico de nuestro país-pero, en especial, de la pampa y de la región de Entre Ríos, de donde era el escritor- con el Río de la Plata

“Visto desde la altura, ese paisaje era el más austero, el más pobre del mundo –Darwin mismo, a quien casi nada dejaba de interesar, ya había escrito en 1832: “no hay ni grandeza ni belleza en esta inmensa extensión de agua barrosa”–. Y sin embargo ese lugar chato y abandonado era para mí, mientras lo contemplaba, más mágico que Babilonia, más hirviente de hechos significativos que Roma o que Atenas, más colorido que Viena o Amsterdam, más ensangrentado que Tebas o Jericó. Era mi lugar: en él, muerte y delicia me eran inevitablemente propias”.

No existe, prácticamente, autor que no haya querido definir su arte poética, lo esencial de su voz. Los estudiosos suelen detenerse en la que escribió Jorge Luis Borges, que cifra en el agua su ética y estética: “Mirar el río hecho de tiempo y agua/ y recordar que el tiempo es otro río,/saber que nos perdemos como el río/ y que los rostros pasan como el agua./Sentir que la vigilia es otro sueño/ que sueña no soñar y que la muerte/ que teme nuestra carne es esa muerte/de cada noche , que se llama sueño./Ver en el día o en el año un símbolo/de los días del hombre y de sus años,/convertir el ultraje de los años/ en una música, un rumor, y un símbolo,/ver en la muerte el sueño, en el ocaso/un triste oro, tal es la poesía/ que es inmortal y pobre. La poesía/ vuelve como la aurora y el ocaso./A veces en las tardes una cara/nos mira desde el fondo de un espejo;/el arte debe ser como ese espejo/ que nos revela nuestra propia cara./También es como el río interminable/que pasa y queda y es cristal de un mismo/Heráclito inconstante, que es el mismo/y es otro, como el río interminable.

EL AGUA MAS HONDA

Los críticos sindican a Federico García Lorca como el poeta y dramaturgo de mayor hondura para manejar el símbolo del agua, como representación de la fecundidad, de la infertilidad, de la vida, el amor y la muerte. En toda la obra del granadino –seguramente influenciado por la maravillosa y cercana ingeniería hídrica de La Alhambra- están las fuentes y los ríos fluyendo hacia los mares. Y si no están ellos, aparecen los estanques detenidos y estériles. En Yerma, la mujer pronuncia esta desgarradora demanda: “Los hombres han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca”.

Para García Lorca es agua es pureza, es inocencia. En Bodas de Sangre exclama la madre: “al agua se tiren las honradas, las limpias…¡esa no!. En Yerma, dice: “los hijos llegan como el agua”. La mujer infértil sabe que tiene sed de un hijo y comprende que por eso el agua es alegre, ruidosa como los niños y la vida.

Otro poeta, no de Granada sino cerca, de Sevilla, le cantaba también al agua en esos años de una España a punto de ensangrentarse. Era el grave Antonio Machado , que utilizó al río como una de sus metáforas predilectas. El río como fluir de las aguas hacia el mar, que es la muerte. “Cuál es la verdad ? ¿El río/ que fluye y pasa/donde el barco y el barquero/son también ondas del agua ?/ ¿O este soñar de marino/siempre con ribera y ancla?”

Ramón Gómez de la Serna, el genial español que en las décadas del 50 y 60 pasó horas en La Plata escribiendo sus inmortales greguerías con las biromes de varios colores que colocaba sobre las mesas del American Bar, allá por calle 7 pasando la plaza San Martín hacia la plaza Rocha, escribió también: “El agua no tiene memoria: por eso es tan limpia”. O esta otra greguería: “Las primeras gotas de la tormenta bajan para ver si hay tierra en que aterrizar”. O esta otra: “Al mar le gusta la impunidad y por eso las olas borran toda huella en la playa”.

Hace pocos días murió en Buenos Aires el escultor y poeta checoslovaco Gyula Kosice, un vanguardista creador que utilizó por primera vez el agua como elemento constitutivo de sus obras artísticas. Kosice conoció y fue amigo de Sartre, André Malraux, Louis Aragon, Tristán Tzara, Borges, Giacometti, Jean Arp, Jean Cassou, Ray Bradbury, Umberto Ecco, Le Corbusier, Sonia Delauney, Octavio Paz, entre tantos otros que le dieron identidad y brillo cultural al siglo XX. Fue un pionero en el mundo.

Pionero en el mundo del arte Madi -un movimiento de vanguardia de los ‘40, de arte no figurativo con base geométrica, que nació en la Argentina, cuya denominación surgió de una deformación de la palabra “Madrid”, en la emblemática frase “Madrí, Madrí, no pasarán” que usaban los republicanos españoles- fue también precursor de la escultura hidráulica y creador de la Ciudad Hidroespacial, que fue analizada por la NASA. Alguna vez dijo: “El agua todavía está traducida incorrectamente, pero desde ahora sabemos que el agua y la lluvia van adheridos a mi nombre”. En La Plata dejó su obra en homenaje al centenario de la Ciudad: “El faro de la Cultura” ubicado en 7 y 528, que combina el agua y la luz.

De todos modos, el nombre emblemático de los escritores que definieron el significado último del agua fue el de Jorge Manrique, en sus “Coplas a la muerte de mi padre”. ¿Quién puede olvidar estos versos? “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ que es el morir;/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ e consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros medianos/ y más chicos,/y llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos”.

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