María Rodríguez del Pino
| 28 de Junio de 2016 | 02:24

El fallecimiento de María Josefina Rodríguez del Pino causó una profunda tristeza en distintos ámbitos de la Ciudad en los que ella se desenvolvió, como fue el de la docencia.
Fini, como la llamaban sus allegados, había nacido en Villa Dolores, Córdoba, el 8 de noviembre de 1949. Su madre fue María Josefina Ahumada, docente, y su padre, Romeo Rodríguez del Pino, ingeniero agrónomo. También tuvo tres hermanos, Romeo, Eduardo y Héctor - recientemente fallecido -.
En 1955 llegó a La Plata con su familia; su padre trabajó en el vivero del parque Pereyra Iraola y en el vivero Martín Rodríguez.
María Josefina cursó sus estudios primarios en Villa Elisa y luego repartió los secundarios en los colegios Inmaculada y Misericordia, de donde se graduó como maestra.
Tiempo después ingresó al Instituto Superior de Formación Docente y se especializó como maestra diferenciada.
Con una marcada vocación hacia los chicos con capacidades diferentes, María Josefina ingresó en 1968 a IDANI y al Instituto de Psicopedagogía Especial. En esos ámbitos puso de relieve su capacidad profesional y el amor hacia los niños.
En 1972 se casó con Néstor - Cholo - Luis Elena, ingeniero mecánico. De la unión nacieron sus tres hijas Mariángeles, Carolina y Valeria.
Además tuvo una de las alegrías más grandes de su vida con la llegada de su nieto Marquitos por quien se desvivía.
María Josefina siempre tuvo como prioridad la atención y cuidado de su familia. Pero también se dio el espacio para desarrollarse como profesional, ya que le apasionaba trabajar con niños con capacidades diferentes.
En el tiempo que le dejaban sus actividades, le gustaba hacer salidas como ir al cine, al teatro o reunirse con amigas, aquellas con la que entabló fuertes vínculos, más allá de cualquier diferencia generacional.
También disfrutaba de los viajes con su esposo y en los últimos tiempos tuvo una gran predilección por los cruceros.
Una de las virtudes que mas la destacaban fue su sensibilidad y su capacidad para vincularse con personas de diferentes grupos, como por ejemplo aquellas que conoció en la práctica de gimnasia acuática.
Además tuvo una energía contagiosa y siempre se mostró tan activa como solidaria, en particular en todas las cuestiones relacionadas a los niños y sus derechos.
Sus allegados la definieron como una mujer conciliadora y buena; sin medidas para la caridad y siempre dispuesta a brindarse al otro, ya sea para escucharlo o para ofrecerse en una acción que paliara cualquier eventual problema.
Uno de sus lugares en el mundo fue San Javier, Córdoba, el sitio al que siempre quería regresar y en el que evocaba sus primeros años.
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