De todo resentimiento, ¡líbranos!

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

En un lugar, cuya ubicación no viene al caso, había un clima generalizado de resentimiento: padres e hijos cargaban con el peso del rencor y hasta en sus conversaciones domésticas recordaban las diferencias con los demás. Todos recriminaban contra todos.

Uno de los docentes, que tenía un grupo de alumnos con buenas inquietudes comunitarias, intentó motivar en los jóvenes una actitud de apertura y solidaridad, para lo cual se valió de ejemplos y exhortaciones con el fin de que se liberasen de ese estilo de vida rencorosa. Pasaban los meses y el resultado no se vislumbraba. Entonces planeó un ardid y se propuso ponerlo en práctica. Así fue que al finalizar un día de clases les pidió a los jóvenes que cada uno trajera al día siguiente un kilo de papas viejas y una bolsa de tela.

La curiosidad de los adolescentes hizo su parte y ellos cumplieron con lo requerido. Al promediar la jornada, el docente volvió a referirse al tema en cuestión y les indicó que hicieran una lista de las personas a quienes tenían rencor y no habían perdonado. Luego les propuso que pusieran el nombre de esas personas en cada una de las papas y las metieran en la bolsa. Las papas no alcanzaron, pero se pasó a otro asunto.

Al llegar el final de la hora, el profesor dio su última indicación: hasta nuevo aviso todos debían llevar siempre consigo a todas partes, hasta a la cama, la bolsa con papas.

Cinco días después, los jóvenes se veían a sí mismos como ridículos y, con todo respeto, inquirieron una explicación del profesor, quien a su vez les pidió que contaran las dificultades sufridas. Los jóvenes expusieron el fastidio por el incómodo peso que debían acarrear, sin encontrar razones lógicas. Además, las papas comenzaban a podrirse.

El profesor repuso: “Todos tenemos papas inútiles, y hasta podridas, en nuestra conciencia cuando no logramos perdonar a quienes pudieron habernos molestado.” Y se retomaron las consideraciones, tantas veces truncadas por la dureza de corazón de aquellos adolescentes.

Las conclusiones fueron surgiendo con claridad y sencillez. Este ejercicio de cargar las papas fue una significativa metáfora sobre el precio que cada uno tributa por mantener el resentimiento a causa de hechos ocurridos en el pasado. Quienes no saben disculpar y perdonar, se encadenan de alguna manera a las personas con el resentimiento, y se sumergen en la amargura.

En efecto, el perdón es una experiencia de misericordia y nos libera de esas pesadas cargas que sólo nos enferman el espíritu.

“Todos tenemos papas inútiles, y hasta podridas, en nuestra conciencia cuando no logramos perdonar a quienes pudieron habernos molestado.”

Dígame: ¿con qué personas está usted resentido? ¿A quienes no quiere disculpar? ¿Acaso se cree tan perfecto que no es capaz de perdonar los errores ajenos? Con la soberbia no se va a ninguna parte.

Perdone de corazón, olvide para siempre cuanto le hayan hecho y que le molestó. Recuerde que Jesús nos enseña que “la medida con que midamos a los demás se usará para con nosotros” (cf. Mt. 7, 2).

Todo el que perdona de corazón es libre.