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Opinión |HISTORIAS - DETRÁS DE LAS NOTICIAS

Barenboim: mucho más que un genio

El célebre director de Orquesta vuelve a la Argentina esta semana para su clásico festival en el Colón. Pero su figura ya trasciende la música. Jugó un papel en la decisión del Gobierno de recibir a refugiados sirios. No descansa en su lucha por la paz en Medio Oriente y la integración entre judíos y palestinos. Historia de un ciudadano del mundo que ha construido un liderazgo

24 de Julio de 2016 | 02:21

El nombre de Daniel Barenboim volverá a ocupar, en estos días, los primeros planos en el país. Porque el genial pianista y director de orquesta comienza esta semana su clásico festival Barenboim en el Colón. Pero -se sabe- hablar de Barenboim es hablar de mucho más que de música y de arte.

Nació en Buenos Aires en 1942 pero se nacionalizó israelí. Hijo de músicos rusos que emigraron a Argentina (tanto Enrique Barenboim como Aída Schuster, sus padres, fueron destacados pianistas), debutó en Buenos Aires a los siete años con un éxito tal que fue invitado por el Mozarteum de Salzburgo a continuar sus estudios en esta ciudad, en cuyo famoso festival triunfó tres años después.

Pero hay una particularidad y un compromiso que lo han convertido en un líder internacional. Cuando Daniel Barenboim mueve la batuta, lo hace como israelí y como palestino. Quizás es el único director de orquesta del planeta que se da el lujo de ostentar dos nacionalidades tan opuestas. Y quizás es también el único que se da el lujo de haber formado una orquesta con músicos de ambos lados: árabes y judíos. Es la manera de Barenboim de hablar de política, del conflicto entre Israel y Palestina, y de un tratamiento justo para los dos pueblos.

Uno de los objetivos fundamentales de Barenboim es contribuir a la educación infantil. Desarrolla programas en distintas partes del mundo, sobre todo en Medio Oriente

La orquesta, llamada Diván Este-Oeste, fue creada en 1999 junto a Edward Said, un amigo palestino. El proyecto lo hizo merecedor del premio Príncipe de Asturias a la Concordia, en 2002.

La agrupación se reúne cada verano y recorre diferentes lugares del mundo.

Fue una estrella desde muy joven. Y entró a la lista de los mejores pianistas del siglo XX, a pesar de que concentró su carrera en la dirección desde los años 70. Ha estado al frente de la Orquesta de París, de la Sinfónica de Chicago y de la Ópera de Berlín, y ha aceptado invitaciones de La Scala de Milán, el Carnegie Hall, la Ópera Metropolitana de Nueva York y al festival de Bayreuth, donde sólo se interpretan obras de Wagner, uno de sus compositores de culto.

Barenboim es una celebridad y en esto ha ayudado también su vida personal, pues estuvo casado con la famosa chelista británica Jacqueline du Pré, quien enfermó de esclerosis múltiple y murió en 1987. Con ella y sus amigos Itzhak Perlman, Pinchas Zukerman y Zubin Mehta, todos músicos jóvenes y brillantes, interpretaron un concierto histórico en Londres con The Trout (La trucha), obra para piano, chelo, violín, viola y contrabajo de Schubert.

Y aunque sostuvo un romance secreto -del que nacieron sus dos hijos- durante los últimos años de vida de su esposa, Barenboim superó el escándalo y consolidó su carrera gracias a lo que la crítica llamó “maestría para transmitir la estructura musical y profunda sensibilidad frente a los matices melódicos”.

Sus músicos preferidos son Beethoven, Bruckner, Schumann, Brahms y Mahler, pero su repertorio incluye obras del barroco y de compositores del siglo XX, y ritmos modernos como el jazz y el tango.

Barenboim ha sido criticado por su impaciencia, arrogancia, egocentrismo y su poco comunicativo modo de trabajar, pero muchos le disculpan sus defectos por sus trabajos memorables.

Sin duda, le debe gran parte de su popularidad a su posición política. “No hay manera de que Israel negocie con los palestinos, si ellos no entienden el sufrimiento del pueblo judío. Ahora, cincuenta años después, tenemos que aceptar la corresponsabilidad del sufrimiento palestino. Hasta que un líder israelí sea capaz de pronunciar esas palabras no habrá paz”.

Por eso quizás ha sido también un provocador, como sucedió durante un festival en Israel, en 2001, cuando la Staatskapelle de Berlín interpretó bajo su batuta la ópera Tristán e Isolda, de Wagner, un compositor prohibido allí debido a su antisemitismo. El público protestó y Barenboim fue tildado de pro nazi, y obligado a cambiar el programa por obras de Schumann y Stravinski. Al finalizar y antes del bis, le dijo al público que interpretaría una pieza de Wagner y quienes no estuvieran de acuerdo podrían abandonar la sala.

Lejos de la música clásica, el hijo de Barenboim hace hip hop. “Está obsesionado con eso.Pero aprendió de todo... piano, guitarra, comosición...”, cuenta el padre

Y ha ido más allá, como ofrecer recitales de piano en Ramala (Cisjordania), y otros conciertos que hicieron que el gobierno palestino le diera en 2008 la ciudadanía honoraria. Un hecho que levantó ampolla en Israel, pues es el único judío que tiene esa nacionalidad. Al respecto, Barenboim dijo: “Espero que mi nuevo estatus sea un ejemplo de la coexistencia israelí-palestina. Creo que el destino de estos pueblos siempre estará ligado”. Por eso no detiene su batuta. Para él, la música es el mejor idioma de la integración

Barenboim no esquiva, en ningún caso, las definiciones políticas. Hace pocos días se reunió en Berlín con el presidente Macri y aseguró que “la Argentina puede y debe jugar un papel internacional mucho más importante que el que ha tenido en los últimos años”. Destacó, además, la decisión del Gobierno de recibir a 3.000 refugiados que huyen del conflicto en Siria.

“Argentina debe ser un país abierto y recibir a los refugiados”, afirmó tras aquel encuentro con Macri. “El tema de los refugiados sirios es un problema que ni Alemania ni Europa solas pueden resolver, y Argentina no puede argumentar que no puede colaborar porque tiene problemas económicos”, postuló Barenboim. Con su talento y sus ideas, llega otra vez a su tierra.

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