Pelusa cumple 50: la elefanta que creció con los platenses

Llegó en 1968 desde Hamburgo y ocupa un lugar en la infancia de varias generaciones

Mientras que la muerte del oso Arturo, ocurrida el domingo pasado en Mendoza, sigue alimentando el debate en torno a los zoológicos en nuestro país, otro animal emblemático, la elefanta Pelusa, va a camino a cumplir medio siglo de vida. Aunque se desconoce con exactitud cuándo nació, en el Zoo de La Plata se preparan para festejar su 50 aniversario el próximo 2 de diciembre, fecha en que llegó al predio en 1968 desde Hamburgo con apenas dos años de edad.

Parte de la infancia de varías generaciones de platenses que se han fotografiado junta a ella, Pelusa es pese a su edad “la niña mimada” del Zoo local. Tres cuidadores de dedican casi exclusivamente a atenderla, alimentarla y a cuidar su salud. Y es que si bien los elefantes asiáticos como ella suelen vivir alrededor de 70 años, el hecho de encontrarse en cautiverio implica un desafío mayor.

“Cuando algunos de sus cuidadores de la infancia vuelve a verla, ella los reconoce de inmediato. Es algo evidente porque cambia de actitud”

En principio “no hay que olvidarse que los elefantes son animales nómadas y caminan muchos kilómetros por día”, comenta el biólogo del Zoológico Horacio Trotta al señalar el hecho de que Pelusa vive en un recinto de 900 metros cuadrados, lo que obliga a sus cuidadores (Gabriel, Hernán y Micaela) a crearle estímulos para hacerla caminar. La forma en que lo logran es distribuyendo por todo su ambiente los cerca de 90 kilos de frutas, hortalizas, alimento balanceado y forraje que come todos los días.

Pero hacerla caminar es además una forma de cuidar su salud. “El `talón de Aquiles” de lo elefantes en cautiverio son las patas -explica el biólogo-: si no caminan los suficiente para desgastar las uñas éstas se les pueden encarnar y producirles una infección”. Por la misma razón, entre los cuidados habituales que recibe Pelusa está una suerte de “manicure”.

Aunque la suya es una especie gregaria, Pelusa ha pasado casi toda su vida en soledad. El hecho de que su única compañía, la elefanta Kendy, muriera en 1969 al año de su arribo a La Plata, y las dimensiones de su hábitat no fueran suficientes para incorporar un macho, ha llevado a que con los años ella adoptara “a los sucesivos cuidadores como miembros de su manada”, cuenta Trotta al señalar que la fama de memoriosos que tienen los elefantes no es una exageración.

“Cuando algunos de sus cuidadores de la infancia vuelve a verla, ella los reconoce de inmediato. Es algo evidente porque cambia de actitud: enrosca la trompa, agita las orejas, da vueltas como hacen los perros y en algunos casos, cuando la excitación es muy grande, llega incluso a barritar”, comenta el biólogo.

Aunque son pocas las ocasiones en que Pelusa profiere ese sonido típico de su especie, hay una cosa particular que la motiva: el paso del camión de la basura. “No sabemos por qué lo hace; tal vez sea porque lo reconoce como otro individuo grande como ella y quiere comunicarle algo...”, especula Trotta al reconocer que “nadie sabe muy bien la razón”.

En cualquier caso, con sus cerca de 50 años y toda una vida en cautiverio, Pelusa tiene sus rutinas: se acuesta alrededor de la medianoche, duerme no más de cinco horas, por la mañana espera a que lleguen sus cuidadores a alimentarla y rara vez asoma la trompa en los días desapacibles, según cuentan en el Zoo.

Pese a que el predio se encuentra en plena de reestructuración, un proceso impulsado por la polémica en torno a la existencia de zoológicos en la actualidad y que implica el traslado de algunos de sus ejemplares a hábitats más propicios, Pelusa no entraría en principio en el plan. “Por tratarse de un animal tan grande, trasladarlo no parece en principio la mejor alternativa”, explica Trotta, quien aclara que “de todos modos se va a analizar su situación para ver qué es lo mejor para ella” y, “si se resuelve que conviene trasladarla, así se hará”.

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