El destino jugó a favor de Gran Bretaña y chau sueño
| 11 de Agosto de 2016 | 01:40

RIO DE JANEIRO, BRASIL
ESPECIAL
Por PEDRO GARAY
ENFOQUE
El seven es así. El deporte ha sido una magnífica adición al programa olímpico, entusiasmando con su dinámica a neutrales y ajenos al mundo del rugby, y desatando una fiesta en las colmadas e internacionales gradas tras cada partido. Pero la fiesta puede ser sólo para uno, y victorioso y perdedor se definen en apenas 14 crueles minutos: lo que entusiasma del juego es, justamente, el modo en que la fortuna determina el cielo para unos, y la tragedia para otros.
Y la víctima del ciclotímico deporte fue en esta ocasión el seven de Los Pumas: alentados por una multitud de argentinos, brindaron un magnífico duelo de cuartos de final olímpicos con Gran Bretaña, que infartó a algunos y dejó destrozados a los nuestros, dentro y fuera del verde césped, con el sueño de medalla desvaneciéndose bajo la fría llovizna del estadio de Deodoro.
Lo que estaba en juego era la doble chance de medalla olímpica y gloria eterna para ambos: así se vivió, sin entregar una sola pulgada, dejando sangre para ganar cada centímetro. En un deporte donde las anotaciones y los cambios de resultado son parte del frenesí que magnetiza a las audiencias, el marcador se mantuvo en cero durante el tiempo reglamentario, con apenas un par de chances frustradas por cada lado.
Hasta que, claro, con segundos en el reloj, Argentina tuvo su chance: la presión gestó un penal cerca de los palos, y el capitán del equipo y emblema del seven, Gastón Revol, se dispuso a patear el drop que podría hacer delirar a la multitud argentina que encendía la fría noche de Río con su ruido. Era drop y final del encuentro. Bajo la siempre molesta lluvia para los pateadores, el remate de Gastón fue torciéndose milímetro a milímetro mientras se desplazaba por el aire, hasta salir del cuadro de los palos por apenas un metro.
Un sentimiento de gravedad se apoderó de los argentinos que se acercaron, embanderados en los colores de sus clubes o con las camisetas de la selección. No era el final (venía el tiempo suplementario), pero la sensación de tragedia pendiendo ominosa suele percibirse a un nivel emocional, fuera de lo discernible por el cerebro, fuera del ámbito de las palabras. Y la sensación era clara: levantarse de aquel drop implicaría una gesta tan titánica que era difícil de imaginar.
Igual, Los Pumas fueron: con pasión, se sacudieron en los 120 segundos de descanso antes del alargue el agudo dolor de lo que pudo ser y resistieron los embates de una Gran Bretaña que se agrandaba, pero que se diluía entre tackles. Pero el seven castiga al que defiende: y de tanto presionar sin pelota, Los Pumas cometieron un penal.
Era casi en media cancha, pero Gran Bretaña, con lógica, eligió palos: el remate fue perfecto, destinado a la gloria, pero, increíblemente, el viento (ahora sabemos que no fue el destino) desvió la pelota lo necesario para que, finalmente, diera en el palo ante el asombro de la multitud. Increíble.
La tribuna argentina se levantó, rugió de felicidad y sentía, ahora, que la caprichosa diosa de la fortuna tomaba partido por Argentina. ¿Y si es épico cierre? Finalmente, el entusiasmo fue una mala broma del destino, o una consecuencia del vertiginoso juego de seven: la pelota terminó derivando otra vez en el equipo rival que, segundos más tarde del palo que ilusionaba, concretó el try que decretaba el final del encuentro.
Los Pumas se derrumbaron: Revol, el capitán, se desmoronó de tal manera que parecería que nunca podría volver a levantarse. Al vestuario llegó cargado por sus compañeros, que intentaban explicarle que no, que no era su culpa.
“Vivir un Juego trasciende todo, duele mucho más”, intentó explicar el entrenador, Santiago Gómez Cora, sobre la desazón del equipo. Pero el propio DT rompió en lágrimas y se reconoció “dolido, por perder de esta manera, por perder por el destino, por una pelota que sale por poco”.
“Terminamos con la frente en alta, corriendo hasta la ultima pelota, con mucha pasión para devolverle algo a esta gente hermosa que vino a apoyarnos”, dijo Gómez Cora reteniendo el llanto, y orgulloso de los suyos.
Pero, fiel a la ley del seven, hay poco tiempo para levantarse: mañana a las 14 hay que volver a jugar, contra el duro Australia nada menos, para intentar que el puesto final (será entre 5° y 8°) refleje el torneo del seven. Que quedó a un guiño del destino de pelear por una medalla olímpica.
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