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El primer seleccionado en derrotar a un equipo NBA volvió a juntarse para una función de despedida en Río, y así cerrar el círculo
El adiós de Ginóbili, entre lágrimas, tras la derrota ante EE UU
Rio de Janeiro, Brasil Especial
Por
Pedro Garay Analisis
L os círculos, y por ende los círculos virtuosos, terminan donde comenzaron. Y por eso no es de extrañar que la Generación Dorada, ganadora de dos medallas olímpicas y una plata mundial, haya concluido una historia de memorables batallas y triunfos impensados ante el equipo que lo vio emerger como potencia: Estados Unidos.
Porque fue esta generación la primera en la historia en vencer a un equipo NBA de Estados Unidos, un triunfo que todavía causa escalofríos de sólo recordarlo: un 4 de septiembre de 2002, contra todo pronóstico, la selección que no conocía la derrota y se paseaba por los torneos con cierto halo de arrogancia caía de rodillas, en el Mundial organizado en su propia casa (para desinterés de sus aficionados), ante una cofradía de hermanos que, años antes, en 1997, se habían juramentado tras quedar eliminados en un Mundial Sub 21, hacer grande al básquetbol argentino.
Aquel Mundial de 2002 comenzó a pagar esa promesa: el joven y simpático Argentina se convirtió de repente en subcampéon mundial mostrando un básquet solidario y conmovedor por arrojo, por compromiso con la camiseta, con el hombre, el hermano de al lado.
Y no fue título mundial porque, como reconocieron entonces aquellos muchachos, la “chapa” en el básquetbol mundial hay que ganársela: los árbitros de aquel encuentro se tragaron el silbato ante una falta que se vio en todos los costados del mundo a Hugo Sconochini, que hubiera significado la victoria. Finalmente, el oro sería para Yugoslavia.
Pero aquel triunfo ante el Dream Team había modificado el panorama, subvertido la lógica, desafiado la hegemonía de un deporte aburrido por previsible. Aquel 87-80 abrió las puertas de la NBA a jugadores FIBA de todo el mundo, cambiando para siempre el rostro del torneo estadounidense, hoy un evento global. Animó a otros equipos a desafiar a Estados Unidos en Mundiales y Juegos Olímpicos. Y modificó para siempre el programa olímpico del básquet estadounidense.
“Estados Unidos no tenía sistema, alma o visión. El programa colapsó bajo el peso de su orgullo, un sentido de invencibilidad que encontró un rival a la altura en la implacable banda de hermanos surgida de Argentina”, escribió el periodista Adrian Wojnarowski hace algunos años, en un artículo titulado: “El mundo del basquetbol tiene una deuda con el equipo argentino”.
En aquellos días de 2002, recordaba R.C. Buford, manager de los San Antonio Spurs que conoció allí a un tal Manu Ginóbili: “Los jugadores de EE UU tenían limusinas en el hotel, esperando irse de Indianápolis (donde se jugó aquel Mundial) lo antes posible. El modo en que los argentinos jugaron, la pasión por su programa nacional, el modo en que se cuidaban el uno al otro, era algo que faltaba en el programa estadounidense”.
Estados Unidos reconfiguró tras aquel golpe el desprecio con que trataba el básquetbol internacional, pero cuando volvió a cruzarse con la Generación que sería Dorada, en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, no tuvo respuestas a su mística. Aquella no era solamente una conjunción de grandes individualidades, o un equipo con gran química: la selección de Atenas era una bestia que había tomado conciencia de que no había por qué apichonarse contra el gran monstruo del Norte, camino inexorable al oro eterno.
Fue un torneo redondo. En el primer encuentro, llegó la revancha del Mundial anterior: la peligrosa Serbia y Montenegro se cruzaba de entrada en el camino de Argentina, y parecía victoria segura de la ex Yugoslavia hasta aquella palomita que es póster y leyenda de Ginóbili: “Tiré un zapato y entró”, dijo el zurdo que soltó la bola mientras caía al suelo y los segundos se extinguían.
El camino hasta las semifinales sería complejo, con derrotas frente a España e Italia que pusieron a Argentina en la misma llave que una desconocida Estados Unidos, que había sido derrotada por Puerto Rico y Lituania y clasificado última: en semifinales, Argentina construyó otro partido para la historia y relegó al bronce por primera vez a un equipo NBA. La única vez en la historia que Estados Unidos no había sido oro o plata en Juegos Olímpicos, determinó que el país decidiera dejar de mandar universitarios a la competencia y apostara por aquel primer Dream Team.
Argentina se consagraría finalmente campeona olímpica en aquel Juego, tras la final ante Italia, y volvería a cruzarse con Estados Unidos en el Mundial 2006: por el bronce, el equipo norteamericano, finalmente, se tomó revancha. Desde entonces, nunca más relegó un oro en las competencias de elite.
Bronce serían también cuatro años de aquel oro que ya es leyenda, en Beijing: el cruce de semis ante EE UU no fue epopeya aquella vez, pero el triunfo ante Lituania decretó un tercer lugar con sabor dorado.
Los primeros en “decapitar” al gran monstruo norteamericano siguieron reuniéndose a razón de dos o tres veces por ciclo olímpico desde entonces. Comenzaron las bajas, por compromisos pactados con los equipos NBA en los que eran jugadores valorados, también por la veteranía. Quintos en el Mundial de 2010, la banda de hermanos se junto otra vez para el hipotético último vuelo de Londres 2012, donde arañaron el bronce ocho años después de ser jóvenes campeones olímpicos.
Aquel parecía el adiós. Scola permaneció ligado, pero ya varios habían dejado: ya no estaban Pepe Sánchez, Montecchia, Oberto o Sconochini, Delfino batallaba contra las lesiones y Manu decía adiós a la celeste y blanca.
Y un mes antes del Mundial 2014, Scola y Nocioni demostraban falso el edicto de que los jugadores de elite deben enfocarse sólo en el juego, y pedían un fin a la corrupción de la CABB, empujando a la intervención de la institución y llevando su compromiso fuera del campo.
El torneo reflejaría ese momento de transición y revolución moral: la joven Brasil se cruzó en su camino y los dejó afuera en octavos, con su viejo entrenador, Rubén Magnano, conduciendo el barco del clásico rival.
Nada hacía pensar en que dos años más adelante, Nocioni (36), Scola (36), Delfino (33) y Ginóbili (39) volverían a reunirse para una última función. Pero una buena temporada en San Antonio y una serie de llamadas telefónicas convencieron a Manu de sacrificar las vacaciones familiares y el necesario descanso; Delfino, mientras tanto, se metía por la ventana en la selección para volver a tener en cancha a 4 de los 5 dorados.
“Estoy sufriendo para estar acá. Pero es una elección propia. Es un placer”, se reía un dolorido Manu tras el encuentro que abrió el grupo, ante Nigeria. Ya desde ese momento, mostraban que la química trasciende la edad: todos se rasparon, se tiraron de cabeza como treintañeros y jugaron con pasión cada cruce, como si quisieran ganarse el puesto.
Manu penetró rejuvenecido (aunque regulara sus raptos explosivos), Scola siguió educando a los niños en el oficio de jugar bajo el aro, Nocioni mostró que el fuego sagrado que rige su juego arde intenso. Juntos, recrearon por última vez esa alquimia que es capaz de negar lo imposible. Y, claro, se regalaron un último triunfo, una última venganza, ante el verdugo del Mundial pasado, Brasil, en su casa.
El destino y alguna especulación quisieron que la selección cruce a Estados Unidos, una vez más, en cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Río 2016. En la previa, los jugadores NBA se llenaron la boca de halagos respecto a esta histórica banda. Finalmente, sería lógica victoria del Dream Team: claro, habían aprendido, hace 12 años, una lección de oro que ya no olvidarán.
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