Convicción y hockey, las armas de Los Leones
| 19 de Agosto de 2016 | 01:23

RIO DE JANEIRO, BRASIL
ESPECIAL
Por PEDRO GARAY
ANALISIS
Los hinchas, familiares y amigos que coparon Deodoro se abrazaban y lloraban en las tribunas del Estadio Olímpico de Hockey, pero en el reloj quedaba todavía varios segundos. Fue un encuentro tan parejo, como todos los de este nivel de elite, que los segundos que sobraron de encuentro parecieron horas de jolgorio, una fiesta que incluso los jugadores desataban a pesar de que, formalmente, el juego continuaba: el gol de Mazzilli provocó la descarga de la tensión tras 59 minutos marcados por la incertidumbre.
Porque la cita de Los Leones fue trabajosa: este equipo decidido a hacer historia tuvo que remar para conquistar a la dorada gloria, desde el tanto que abrió el partido en favor de Bélgica, en el inicio, que tomó por sorpresa la embajada argentina en Río de Janeiro. En aquel momento se hizo silencio en la cancha, y la duda se insertó parásita en el organismo de todos los que viajaron de apuro, incluso sin ticket, para vivir este momento que ya es parte de la historia del deporte argentino.
¿Qué ocurría? De tan tranquilos, de tan dueños de sí mismos que habían ingresado los jugadores argentinos, de tan enfocados que parecían en la previa, ¿habían olvidado el fuego necesario? La furiosa Bélgica parecía jugar los primeros minutos del partido con ímpetu mientras la selección permanecía indolente, sin gestos de desesperación incluso a pesar del baldazo de agua fría.
Pero en la tribuna todos estaban equivocados: la paciencia era el camino, algo que siempre supo este equipo en su fuero interno. Lejos de las demagogias, Lucas Vila dijo que la clave del equipo era “saber siempre a qué jugamos”: en aquel momento de desesperación en las gradas, la calma se percibía en Los Leones. No era indolencia, era convicción.
La convicción en el camino elegido, transpirado, entre hermanos: “Nadie en este equipo firmaba un bronce”, contó Juan Saladino, a pesar de que el equipo no tenía medallas olímpicas en su historia. Desde el inicio del torneo afirmaban convencidos que venían a jugar ocho partidos, y partido a partido fueron convenciendo a todos: conocían sus armas, se sabían en el nivel de los mejores y se creyeron que lo impensable era posible: lo creyeron fervientemente, enfervorizados por el entrenador, Carlos “Chapa” Retegui.
“Se te mete en la cabeza”, afirmó el goleador Gonzalo Peillat, y otra de las figuras del oro, Juan Manuel Vivaldi, contó que “te exprime hasta el máximo y más”. El trabajo en la previa de este torneo, y desde la asunción de Retegui a finales de 2013, fue clave para transformar una generación con hambre de gloria, en un equipo bañado de oro.
Pero ya lo dijeron desde Julio Velasco hasta el Maestro Tabárez: la concepción de que el deporte es una cuestión de garra es errónea. El empuje, claro, ayuda, la convicción es clave, pero con lanzarse de cabeza nunca alcanza: la verdadera valentía, el verdadero temple de campeón, se revela cuando, bajo presión, la presión de una final olímpica, los equipos toman la decisión correcta, por más difícil que resulte, cuando el pulso no tiembla.
Ese aplomo de campeón mostraron Los Leones durante todo el torneo, una característica que excede la “garra” que irradió el equipo y enamoró al gran público argentino: muchas veces estuvo abajo en el marcador, en situaciones complejas, y siempre salió airoso, desde el debut ante Holanda (caía 3-1 y empató 3-3) hasta el momento clave de la final: el gol tempranero de Bélgica.
Entonces, mientras el público que había realizado un gran esfuerzo económico por aterrizar en Río horas antes de la final se cuestionaba ya el viaje, el equipo de Retegui sostuvo la convicción en el camino, bancó el momento y confió en sus armas. Esa confianza dio sus frutos, como en todo el torneo: otra vez, el córner corto, letal arma del metódico entrenador argentino abrió el partido e hizo retroceder en su ímpetu a la entusiasmada Bélgica.
“Tenían sangre en los ojos”, reveló Retegui sobre cómo vivió la previa de la final olímpica el grupo. Rodeados por un mar de dudas, ellos siempre confiaron que los titanes del deporte eran de carne y hueso, y consiguieron, finalmente, alcanzar su destino, con convicción, con hockey, con talento, y con el desparpajo de los destinados a la historia, que siempre creen que lo impensable es no sólo posible, sino su destino.
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