Hacen falta ciudadanos bien formados para enfrentar el racismo

Dos episodios independientes uno del otro, registrados en nuestro país en las últimas semanas, expusieron ante la sociedad argentina la soterrada, pero persistente, vigencia de expresiones de racismo y de intolerancia, por la particular virulencia con que se trató a los judíos, en situaciones que, afortunadamente, mostraron con rapidez la reacción de la sociedad y la enérgica condena inmediata que tales hechos originaron.

El primero de esos hechos tuvo como contexto el enfrentamiento entre dos conocidos artistas de la farándula y se produjo cuando uno de ellos en una fiesta privada calificó al otro de “ judío” -según se escucha en un audio-, en un término que implicaba una suerte de intención descalificadora. Como se sabe, el agresor formuló de inmediato una serie de explicaciones y de pedidos de disculpa, aunque el daño ya había sido cometido y excedía, por cierto, a esas dos personas, ya que alcanzaba y concernía al resto de la sociedad. En este último sentido, la condena social frente a ese dicho fue consistente.

El segundo episodio –si se quiere, de mayor gravedad por sus connotaciones- se conoció cuando estudiantes de la escuela ORT de la Ciudad de Buenos Aires denunciaron que fueron agredidos en un boliche durante el viaje de egresados. Los atacantes estaban disfrazados con simbología nazi y, según se informó, pertenecían a una escuela alemana del partido bonaerense de Lanús.

Aquí también debe ponerse de relieve la inmediata reacción de los educadores de ambas escuelas que decidieron de inmediato –además de las medidas disciplinarias que se aplicarán a los alumnos que se disfrazaron de nazis, según se indicó desde el colegio alemán- coordinar proyectos educativos en conjunto, destinados a que los jóvenes tomen conciencia y reflexionen sobre hechos de barbarie y discriminación que avergonzaron a la historia de la Humanidad.

Al margen de consignar las valiosas e inmediatas reacciones que produjeron estos desafortunados episodios, es necesario volver a señalar que en los últimos años se advierte el crecimiento de movimientos neonazis, impulsados, por caso, en Europa, a partir de la conjunción de factores económicos y sociales que favorecen el desarrollo en las poblaciones de esos países de posturas racistas y xenófobas.

Y es verdad que, en mayor o menor medida, esos elementos se conjugan actualmente en la Argentina, tanto en lo que concierne a las condiciones económicas, como en lo referido a la existencia de corrientes inmigratorias que, muchas veces, desencadenan una competencia por los puestos de trabajo, creando un marco potencialmente proclive a la xenofobia entre los sectores afectados.

Pero eso no es todo, ya que también se da en esta coyuntura otro factor que ha acompañado históricamente la difusión de ideologías totalitarias como el nazismo. Se trata del clima de inseguridad, que siembra en la población el descreimiento en la capacidad de los gobiernos democráticos para brindarles la protección necesaria para vivir y desarrollar sus actividades sin temores. La reacción es la permeabilidad frente a las ideas que otorgan preeminencia a la fuerza sobre la razón y la preferencia por quienes prometen gobiernos “fuertes”.

Está claro que la lucha contra el racismo y la discriminación no ha terminado. Siempre habrá enemigos, más o menos ocultos y aun otros que parecerán amigos, pero cederán a teorías que desvirtúen la esencia del sistema. El único reaseguro es una ciudadanía con convicciones sólidas, capacitada para comprender y defender aquellos valores que enaltecen la condición humana.