El desafío de erguir la cabeza y mirar adelante

Ya lo dijo ella misma. Vanessa nunca va a volver a ser como antes, después de haber descendido a un sótano de violencia constante y naturalizada. Cuando recién la habían rescatado, hace 36 meses, tenía el cuerpo siempre inclinado para adelante y la cara adormecida por los somníferos.

Ahora se la ve distinta, maquillada como ella quiere y no como la obligaba Martínez Poch, para tapar los vestigios de cada ataque a piñas.

Sobre todo, en lo que más cambió Vanessa es en su locuacidad. En 2013 cada vez que contaba su historia tenía idas y vueltas en el relato y hasta se olvidaba alguna parte, tal vez suprimida por su inconsciente, pero que a los dos o tres minutos de charla reaparecía como una erupción.

Claro que para llegar hasta este punto fueron necesarias un montón de sesiones de terapia psicológica y una pila de medicamentos psiquiátricos. Sin poder abandonar todo eso, su efecto redentor es notorio.

Vanessa se convirtió en abogada “para ayudar a los demás”, según ella. Si algo positivo se puede sacar de un trauma semejante es que derivó en una vocación bien marcada de dar asesoramiento a las mujeres que viven situaciones violentas. Sin haberlo querido ni entender cómo pasó todo (“ni yo puedo creer las cosas que hizo este hombre conmigo”), ella tuvo que aprender a sobreponerse. Ahora esa es su misión en su nueva vida.

Martínez Poch
Vanessa

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