La primera dama, una ex reina de belleza 43 años más joven que su esposo
| 1 de Septiembre de 2016 | 02:55

Marcela Temer, una ex reina de belleza 43 años más joven que su esposo, se convirtió en la primera dama de Brasil y tiene ante sí el reto de rebelarse ante la etiqueta de “mujer trofeo” para millonarios que le pusieron en su país. Marcela, de 33 años, lleva la carga de encarnar la típica historia repetida mil veces en las telenovelas brasileñas de una joven guapa, rubia teñida, que enamora al rico y poderoso de turno para llevar una vida de lujos y sin trabajar.
Hace poco, una revista levantó polvareda al decir que Temer es “un hombre de suerte” por estar casado con una mujer “bella, recatada y hogareña”, virtudes al parecer deseables para las esposas en las clases más tradicionales y acomodadas de Brasil, pero que soliviantan a los grupos feministas por el aura machista que acompaña a esa descripción.
Ese perfil desentona notoriamente con el de Dilma Rousseff, la primera presidenta mujer de la historia de Brasil, destituida ayer por el Senado, que siempre fue reconocida por su pasado guerrillero y por su carácter duro y trabajador con el que construyó una fulgurante carrera política.
DISCRETA Y HOGAREÑA
Desde que saltó a la fama al salir al balcón del Palacio Planalto en la investidura de Rousseff en 2011, Marcela se ha ajustado muy bien a la descripción de “hogareña”, ya que casi no aparece en público. Desde que su marido asumió la Presidencia interina, sólo participó en dos actos oficiales y además posó para la prensa junto a Temer en el primer día de escuela de su hijo Michel, de siete años.
La discreción es parte de la vida de la pareja desde que se conocieron en una fiesta del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) en 2002, a la que la llevó su tío. Marcela Tedeschi (su apellido de soltera) pidió sacarse una foto con Temer, que por aquel entonces ya era una figura conocida, y el político se encandiló con la joven de 19 años y le pidió una cita. Para sorpresa de Temer, Marcela fue acompañada por su madre, que pese a la diferencia de edad dio su permiso para el noviazgo, que fue rápido.
Ella se tatuó el nombre de Michel en la nuca, que deja entrever cuando se deja una trenza, y él le escribió unos ardorosos poemas que ha publicado en un libro.
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