La literatura argentina celebra el “Año Saer”

La provincia de Santa Fe decidió este año celebrar el “Año Saer”, dedicado a uno de los escritores más trascendentes de las últimas décadas, no sólo de nuestro país sino de la literatura iberoamericana. Lo cierto es que, poco conocida aún por el gran público, los críticos ensalzan cada día más la obra literaria de Juan José Saer, cuyos principales títulos están traducidos al francés, inglés, alemán, italiano, portugués, neerlandés, sueco, griego, checo y japonés.

En junio pasado el gobierno santafesino presentó ese programa, dedicado a estudiar, difundir y celebrar a este escritor y, en el acto de lanzamiento, la ministra de Cultura, María de los Angeles González, consideró que “Santa Fe necesita que Saer vuelva a nacer para todo el territorio, ya que es uno de los más grandes escritores argentinos”.

Si hay un punto en que Saer es diferente de Borges desde el comienzo, es en esta sensibilidad hacia lo material. Lo representa de maneras que van cambiando con el paso de los libros, pero la materialidad del mundo es una concepción que podría llamarse filosófica” Beatriz Sarlo

En realidad, la intención de los comprovincianos de Saer –cuyo nacimiento en 1937 tuvo lugar en Serodino, un pueblo pequeño que tiene una población de 3 mil personas, ubicado a 50 kilómetros al norte de Rosario- no sólo se concretó, sino que se vio irradiada y hoy puede decirse que el “Año Saer” se celebra, de una manera acaso intimista, propia del temperamento de ese escritor, en todo el país.

Por lo pronto, en La Plata acaba de proyectarse en las últimas dos semanas en el microcine Select la película “El limonero real”, basada en una novela homónima de Saer escrita en 1974. Dirigida por Gustavo Fontán y filmada en 2016, la película forma parte del programa Año Saer.

Los protagonistas centrales son un matrimonio, cuya mujer se niega a asistir a la fiesta de fin de año pues se mantiene en luto por la muerte de su hijo, ocurrida seis años antes. Un hijo que aparece también en el texto y dialoga con su padre. La prosa es sencilla, realista, carnal. El amanecer en un rancho pobre y con piso de tierra, el despertar del matrimonio, la morosidad del primer mate, insume la lectura de unas veinte páginas iniciales, que se convierten en una suerte de fiesta luminosa para el lector, al igual que el resto del libro.

TESTIMONIOS

Ya decrecen y se consumen los homenajes a Borges al cumplirse en 2016 treinta años de su muerte. Siguen ahora las recordaciones a Saer. Una de sus esenciales amigas y apologistas, Beatriz Sarlo, fue consultada por La Gaceta de Tucumán, sobre lo que ella había dicho acerca de que Saer fue el más grande escritor argentino de la segunda mitad del siglo XX.

Ella fundamentó su dicho: “Estableció una zona literaria propia. Inventó una escritura que no tributa a Borges. Ni sus tramas tributan el tipo de tramas borgeanas. En ese entonces surgieron dos líneas que se iban alejando de Borges y colocaban a la literatura argentina en otro lugar, original. Por un lado estaba Manuel Puig, quien iba hacia la cultura pop, y por otro Saer, que apuntaba a una escritura refinadísima”.

En la misma entrevista que hace Alejandro Duchini se incorpora el testimonio de Alberto Díaz, director de la Editorial Planeta: “Saer tiene fama de ser un autor ‘difícil’; yo creo que en realidad es un autor exigente con su lector, pero una vez que se entra en su obra, crea adicción”, dijo el empresario.

Saer tiene fama de ser un autor ‘difícil’; yo creo que en realidad es un autor exigente con su lector, pero una vez que se entra en su obra, crea adicción” Alberto Díaz, director de la Editorial Planeta

La misma Sarlo, en un artículo publicado en Clarín afirmó: “Si hay un punto en que Saer es diferente de Borges desde el comienzo, es en esta sensibilidad hacia lo material. Lo representa de maneras que van cambiando con el paso de los libros, pero la materialidad del mundo es una concepción que podría llamarse filosófica”.

A su vez, la crítica Natalia Páez publicó en La Nación una muy completa nota sobre Saer, en la que reseña que el principal editor histórico y amigo de Saer definió: “Entre 1994 y 2015 lleva vendidos más de 400.000 ejemplares, en 27 ediciones y 123 reimpresiones. Además de que se sigue vendiendo como cuando estaba vivo, hay que tener en cuenta que estas cifras son muy significativas, sobre todo para un escritor que no escribe para el mercado. Saer analizaba el tema del mercado Saer desde la escritura. Una cosa era ‘escribir para’ y otra, escribir de acuerdo con cierta estética o ética y fidelidad a una voz propia. Citando a Juani, él decía: ‘Lo central, en literatura, es la praxis incierta del escritor que no se concede nada ni concede nada tampoco a sus lectores: ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiere seducir ni convencer. Escribe lo que se le canta”.

Tan poco concesivo es Saer con los lectores que no pocos críticos compran su estilo al de James Joyce.

La investigadora Florencia Abate consideró hace poco: “Creo que Saer siempre va a tener vigencia porque, por la vastedad de su obra, por su coherencia interna, por la contundencia en la concreción de su proyecto narrativo, por su radicalidad y por su altísimo valor literario y estético, es el novelista argentino más importante de la segunda mitad del siglo XX”.

SUS OBRAS

El primer libro de Saer –“En la zona” apareció 1960. Se dice que, a pesar de las influencias borgeanas, ya dejaba vislumbrar un estilo narrativo fidedigno y propio. En 1962, aún residiendo en Santa Fe –poco antes de viajar a Francia en donde ejercería como profesor de letras en la Universidad de Rennes hasta su retiro en 2002- empezó a escribir cuatro libros, que fueron apareciendo en los años siguientes: “Responso” (1964), “La vuelta completa” (1966), ambas novelas, y los libros de cuentos Palo y Hueso (1965) y “Unidad de lugar” (1967). En 1967, ya en Paris, aparece su novela “Cicatrices”, considerada como su primera novela de madurez. Le siguieron El limonero real, La mayor, El arte de narrar y en 1980 la novela policial Nadie nada nunca, seguida por El entenado, Glosa (considerada su mejor novela), El río sin orillas, La pesquisa, Las nubes.

En 2000 apareció la última obra que alcanzó a publicar en vida, el libro de cuentos Lugar. Al año siguiente Seix Barral publicó sus Cuentos completos en orden inverso. En 2004 recibió el Premio Konex de Platino en la disciplina “Novela: Quinquenio 1994 - 1998”.

Falleció el 11 de junio de 2005 (el mismo día del natalicio de su amigo, el poeta entrerriano Juan L. Ortiz), a causa de un cáncer de pulmón, y fue sepultado en el cementerio del Père-Lachaise. Al momento de su muerte estaba escribiendo los últimos capítulos de su novela más extensa, La Grande, inconclusa pero igualmente editada en forma póstuma.

DOS TEXTOS

A continuación se transcriben dos textos de Saer. El primero se encuentra en “El río sin orillas”, en donde relaciona el origen mítico de nuestro país con el Río de la Plata. Un estuario inmenso y pobre, que da esencialidad propia a los pobladores, tanto a los nativos como a los inmigrantes que llegaron de Europa y de otras fronteras. El libro que oscila entre el relato novelesco y el ensayo sociológico se detiene en la llegada, en avión, del autor que vuelve de Europa a nuestra zona y en cómo empieza a recorrer con la vista ese inmenso y desolado paisaje, hasta incorporarlo como su patria esencial

“Desde la cabina de comando, el piloto nos acordó, por los altoparlantes, en los tres idiomas habituales, castellano, inglés y francés, una gracia suplementaria. Harto tal vez de incitarnos a admirar, por reglamento, la consabida ciudad de Casablanca en el amanecer, el infaltable Cristo del Corcovado en los despegues de Río y un Porto Alegre puramente nominal, nos informó que a nuestra derecha podíamos contemplar, si lo deseábamos, “el punto en que confluyen el río Paraná y el río Uruguay para formar el Río de la Plata”. […]

“Visto desde la altura, ese paisaje era el más austero, el más pobre del mundo –Darwin mismo, a quien casi nada dejaba de interesar, ya había escrito en 1832: “no hay ni grandeza ni belleza en esta inmensa extensión de agua barrosa”–. Y sin embargo ese lugar chato y abandonado era para mí, mientras lo contemplaba, más mágico que Babilonia, más hirviente de hechos significativos que Roma o que Atenas, más colorido que Viena o Amsterdam, más ensangrentado que Tebas o Jericó. Era mi lugar: en él, muerte y delicia me eran inevitablemente propias”.

El segundo texto es el que corresponde al comienzo de la novela “El limonero real” y dice así:

“Amanece y ya está con los ojos abiertos. Parece no escuchar el ladrido de los perros ni el canto agudo y largo de los gallos ni de los pájaros reunidos en el paraíso del patio delantero que suena interminable y rico, ni a los perros de la casa, el Negro y el Chiquito, que recorren el patio inquietos, ronroneando excitados por el alba, respondiendo con ladridos secos a los llamados intermitentes de perros lejanos que vienen desde la otra orilla del río. La voz de los gallos viene de muchas direcciones. Con los ojos abiertos, echado de espaldas, la manos cruzadas flojas sobre el abdomen, Wenceslao no oye nada salvo el tumulto oscuro del sueño, que se retira de su mente como cuando una nube negra va deslizándose en el cielo y deja ver el círculo brillante de la luna; no oye nada, porque cincuenta años de oír en el amanecer la voz de los gallos, de los perros y de los pájaros, la voz de los caballos, no le permiten en el presente escuchar otra cosa que no sea el silencio…”