El costado humano del monstruo

Los últimos capítulos de la serie de Netflix muestran el costado vulnerable de Escobar ¡Alerta de spoilers!

No todos los malos son tan malos ni todos los buenos son tan buenos, dicen. Si hasta el mismísimo Pablo Escobar, responsable de la muerte de 5000 personas entre las décadas del 80 y del 90, tiene su costado sensible y vulnerable. Eso, según la segunda temporada de “Narcos”, la exitosa producción de Netflix sobre el líder del Cártel de Medellín, que en paralelo a su persecución y caída por parte del Bloque de Búsqueda, la DEA y el grupo paramilitar Los Pepes, relata el desmoronamiento interno de uno de los mayores monstruos de la sangrienta historia colombiana.

Wagner Moura, el actor brasileño que tuvo que aprender el español colombiano en la Universidad de Bogotá para interpretar a “El Patrón” en esta serie, lo dice con seguridad: “Escobar era un buen padre”. Y eso se deja en claro, en todo momento, en esta producción de evidente corte norteamericano, con una ficcionalización propia de la historia que, de todos modos, la hace más espectacular y entretenida.

En diez capítulos, la temporada incluye los sucesos ocurridos entre su huida de “La Catedral” en 1992 hasta su muerte en 1993, haciendo especial hincapié en el costado humano del jefe del Cártel de Medellín, quien, como un boomerang, sufrió en carne propia el arrebato de sus seres queridos, arrinconado por la violencia que él mismo pregonó.

La impotencia de Escobar, por no poder lograr que su familia se vaya del país, está muy bien graficada en la serie, con su paso de la inteligencia a la improvisación, con sus amenazas telefónicas en nombre propio de bombas y pepazos por doquier. Su desmoronamiento interno comienza a exteriorizarse con problemas de salud, y su pulcritud se ve atacada por su desesperanza.

Hay una escena sin palabras en la que todo queda dicho. Manuelita, su hija, antes de arrancar el coche que se llevó a su familia de su lado para siempre, le pide que cuide a su conejo hasta su regreso. Y Escobar, antes de huir de un refugio a otro una vez más, saca al conejito de la jaula, lo carga entre sus brazos y con una ternura que sólo aparecía cuando estaba en contacto con su familia, lo deja ir, como sabiendo que jamás se lo iba a poder devolver.

Con algunas referencias musicales argentinas, como el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo en versión de Julio Sosa, y “Jaguar House” de Illya Kuryaki and The Valderramas -que da cierre a la temporada-, el Escobar de Netflix hasta “canta en la ducha”, demostrando que también tiene “sentido del humor”, un “sentido del humor” que se le borra de un plumazo cuando las circunstancias de la vida lo ponen contra las cuerdas.

En su huida final, “Narcos” nos habla del Pablo Escobar hijo. Su relación con su padre, un campesino honesto, no fue la mejor (al menos en esta serie). El lo trata de “viejo ignorante”, y de vivir en una “finca de mierda”, y su papá le dice que siente vergüenza de él, y que le parte el corazón que sea un asesino. A Escobar le duele que su padre no conozca a sus hijos, que no tenga en su casa “ni una puta foto de sus nietos”, le duele el desprecio. Su padre no sabe que en su libreta, ésa en la que a lo largo de su vida sentenció a medio Colombia, él atesora una foto suya con él de bebé. La escena en la que Escobar se va del rancho paterno, es digna del sentimentalismo hollywoodense, y provoca que muchos espectadores se cuestionen si está mal sentir pena por un monstruo como Escobar, un sentimiento que nace por la forma de contar esta temporada, alejada del relato épico de la primera parte, y enfocada en su vulnerabilidad.

El alejamiento de su madre, su mujer y sus dos hijos de su lado terminó de dinamitar la figura del que se creía era un témpano de hielo, una figura que, sin embargo, ya había comenzado a derretirse en la temporada anterior con la muerte de su primo, Gustavo, quien aparece en el capítulo final, como un espejismo, para que un Escobar ya entregado se confiese. “Yo pienso que todo se fue pa’l carajo desde el día que usted se fue”, le dice, sentado en un banco de una plaza de Medellín, a media mañana, horas antes de su fusilamiento en un techo de una casa del barrio Los Olivos, un día después de haber cumplido los 44 años.

La muerte en sí de Pablo Emilio Escobar Gaviria, perpetrada el 2 de diciembre de 1993, pasa en “Narcos” sin pena ni gloria. Para ese entonces, la ficción más rendidora del gigante on demand ya se encaminaba a fertilizar el terreno para lo que será la tercera entrega, enfocada en los sucesores de “El Patrón” en el narcotráfico colombiano, los líderes del Cártel de Cali, siempre, claro, bajo la mirada norteamericana, con el Agente de la DEA Javier Peña (Pedro Pascal) ya anticipado como uno de los grandes protagonistas de la nueva temporada que se estrenará el año que viene.

 

PARA AGENDAR

Qué: Narcos, segunda temporada
Con: Wagner Moura, Pedro Pascal, Boyd Holbrook
Capítulos: diez
Dónde: Netflix
Nuestra opinión: Muy buena

El Patrón
Enrique Santos Discépolo
Illya Kuryaki
Jaguar House
Julio Sosa
La Catedral
Los Olivos
Los Pepes
Pablo Escobar
The Valderramas

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