Un duelo de estilos... y algo más

“Moonlight” llega a los cines: este jueves, la cartelera local verá aparecer la joya indie del año hollywoodense, que con actores reclutados en escuelas públicas, un trágico relato en tres actos realista y a la vez poético sobre la soledad que encara cuestiones urgentes de género y raza, y con un presupuesto de apenas 5 millones de dólares, consiguió ocho nominaciones a los Premios de la Academia, convirtiéndose en la principal candidata a “aguar” lo que se anuncia como “la noche de ‘La La Land’”, nominada a 14 estatuillas.

¿Puede la película de Jenkins dar el gran batacazo cinematográfico del año? A continuación, claves de la batalla entre las dos cintas con más opciones al Oscar este año: un duelo de opuestos más allá de lo evidente...

Sencillez vs. opulencia

“Moonlight” y “La La Land” son, ante todo, dos cintas potentes, que consiguen provocar la rendición del espectador ante su propuesta. Pero la potencia arrolladora de ambas reside en elecciones estéticas diametralmente opuestas: mientras la película de Damien Chazelle intoxica al espectador, lo infecta de entusiasmo, melancolía y ganas de cantar utilizando todas las armas del musical, “Moonlight” subyuga a la audiencia con un relato pausado, sutil, cuyas apuestas emocionales, cuyo corazón, se revela a medida que avanza la película, in crescendo, hacia la tragedia.

Donde “La La Land” es grande (y lo es desde el comienzo, desde el primer baile: un número musical filmado en virtuoso plano secuencia, sin cortes, en medio de la autopista, con casi 100 bailarines en escena), una apuesta al expresionismo, al color, al ruido, “Moonlight” es pequeña, minimalista, silenciosa y azul. Y sostiene esa determinación esta el final: la cinta retrata la vida de un joven negro de clase baja y gay en los barrios bajos, repletos de droga, de Miami, pero sin apelar al golpe bajo, a la terapia de shock tan corriente en Hollywood a la hora de retratar temas urgentes.

La mano de los autores

A pesar de tratarse de dos apuestas opuestas, ambas tienen algo en común: responden a las visiones únicas de sus jovencísimos autores (Chazelle, 31; Jenkins, 37) que a la vez son muy diferente a lo que Hollywood ofrece hoy. Tanto Chazelle como Jenkins dirigen y escriben sus películas, y mientras el director de “Whiplash” debió luchar durante siete años para llevar a cabo su visión de un musical original, un género al borde de la muerte en Los Angeles, el tercer director negro nominado al Oscar consiguió llevar a cabo el proyecto tras cuatro años en producción, con un presupuesto de apenas 5 millones de dólares (contra 40 de “La La Land”) y afirmó que la cinta “casi me mata”.

Son proyectos de pasión, anomalías en la industria que llevan la marca de la mano de los autores a fuego, cada cual con una estética absolutamente particular, definida: “La La Land” recupera en clave post-posmodernista el musical, una apuesta “vintage” que excede el gesto academicista; curiosamente, el mismo movimiento sensual, delicioso, de la cámara, se puede hallar en modo minimalista para una aproximación diferente a la melancolía en “Moonlight”.

Explican los expertos, de todas maneras, que el Oscar a dirección será, indefectiblemente para la apuesta expresionista de Chazelle por sobre el realismo lírico de Jenkins, debido a la magnitud “wellesiana” de su proyecto, que lo llevó a balancear narración, baile, música, vestuarios, color y tono con un despliegue virtuoso.

Blanco y negro

Alguna chance más tiene “Moonlight” en el rubro principal, en cambio: “La La Land” es la principal favorita a convertirse en mejor cinta del año según la Academia, pero “Moonlight” podría aprovechar, por un lado, que las 14 nominaciones han generado cierto escozor entre la crítica (¿merece estar “La La Land” a la altura de las mejores de la historia?) y, por otro, que estos Oscars llevan marcada a fuego la reivindicación al talento negro.

Tras dos ediciones “tan blancas”, este año hay numerosas nominaciones a la comunidad afroamericana, y algunas incluso podrían revelar cierta “sobrecompensación”. Y “La La Land” es, según esta narrativa, una película sumamente “blanca”: se trata de un musical, género blanco por excelencia, protagonizado por una pareja de actors muy rubios, uno de los cuales intenta, como el cineasta, la heroica tarea de revivir al jazz, ¡un género negro!. En los posters paródicos, incluso, el lema original, “a los que sueñan” (parte de una canción de la cinta) fue reemplazado por “a los atractivos veinteañeros blancos que sueñan”. Aunque parece cuesta arriba para “Moonlight”, este tipo de “políticas del Oscar” han incidido en el pasado.

Clásico vs. contemporaneo

Y las decisiones estéticas también son políticas. “La La Land” no sólo es blanca desde sus superficies, sino porque su apuesta, osada, hasta vanguardista en el actual estado del arte, no deja de ser una nostálgica oda al Hollywood del pasado. En la búsqueda por recuperar la posibilidad de magia en un cine inflado de anabólicos y que parece haber perdido la capacidad de enamorar, Chazelle encarna la misma contradicción que su protagonista, que busca revivir al jazz pero sin hacer concesiones al presente, con una lógica casi de museo. “Moonlight”, en cambio, es pura contemporaneidad, urgencia temática, cine de denuncia sin caer en el panfleto: mientras una mira al pasado con añoranza, la otra hace foco sin concesiones en el presente

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nominaciones al Oscar tiene “La La Land”, incluyendo mejor película

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nominaciones al Oscar tiene “Moonlight”, incluyendo mejor película