Los Ochenta: grandes éxitos (volumen 2)

En los primeros minutos de la segunda temporada de “Stranger Things” desfilan: setenta canciones de la gloriosa década, patinetas, disfraces de “Cazafantasmas”, y varios juegos de arcade. La serie siempre fue un compendio de la década (y de los libros de Stephen King), una especie de grandes éxitos, pero en esta segunda tanda de episodios se desata con furia la parafernalia de la nostalgia, una nostalgia marketinera, prefabricada, porque por ejemplo ¿cuántos niños estadounidenses habrán usado perfectas réplicas de los trajes de “Cazafantasmas” en Noche de Brujas?

Así son los “greatest hits”, tramposos en esencia, un compendio de los puntos más amables y reconocibles que a menudo no atraviesa los altos y bajos, los matices, los experimentos y las variantes de una banda (o de una era).

Pero a la vez, y a pesar de que todos sabemos esta verdad, ante los grandes éxitos todos caemos rendidos. Y a esta altura, tras dieciséis episodios, incluso quienes hayan decidido que “Stranger Things” es menos relevante de lo que parece en el panorama televisivo deben rendirse y reconocer que este “grandes éxitos” tiene menos de placer culposo que de viaje emotivo. Porque, aunque en algunos momentos (en esos minutos iniciales, por ejemplo) parece que, como sucede en tanta producción actual, la retromanía va a imponerse al contenido, finalmente, otra vez, los hermanos Duffer, creadores del show bandera de Netflix, vuelven a poner más corazón que odio, moda o afán de lucro.

Seguro, hay, además de un exceso de referencias ochentosas, subrayados a la hora de escribir a los nuevos personajes (particularmente, el matón Billy, mucho menos divertido que quien se suponía que ocupaba su rol en la primera temporada, Steve), y una narración menos ajustada que el año pasado (los guionistas tuvieron que barajar más personajes y más historias), pero los Duffer finalmente construyen una temporada de televisión excelente, atrapante, emocionante y, sobre todo, humana

¿Que “Stranger Things” no es revolucionaria, no cambia la TV? Probablemente. También es cierto que cuando las nuevas generaciones miren atrás, probablemente no recuerden la excelente “The Handmaid’s Tale” (a su modo, ¿no es también un show formulaico, que sigue ciertas pautas de la TV prestigiosa?), sino las tardes con “Stranger Things”: es parte de la educación sentimental de los jóvenes, como los VHS de las películas de terror que inspiran la serie lo fueron para los de treinta o cuarenta.

Algunos de ellos, hoy, critican la reducción y la apropiación estereotipada que el show hace de los géneros clásicos y la época. Pero ya dijo alguien que “los malos artistas copian, los buenos roban”: en ese sentido, hay que aceptar que la nostalgia pop, el arte de apropiarse y reconfigurar el pasado de una manera “cool”, ya es un género en sí mismo. Y hay quienes lo hacen bien, como “Stranger Things”, y quienes en lugar de emocionarnos nos hacen poner cascarrabias con su obviedad.