Cuando tratamos a nuestras mascotas como humanos
Edición Impresa | 8 de Octubre de 2017 | 06:24

La relación que los seres humanos tenemos con los animales fue evolucionando y transformándose con el tiempo. Así fue que adquirió distintos matices y connotaciones las cuales, dependiendo de nuestro criterio, se pueden catalogar como buenas o malas.
Lo cierto es que la mayoría de los investigadores coinciden en que anteriormente les otorgábamos una utilidad-propósito específicos, y que una vez satisfechos, se les relegaba a un plano de atención inferior, o llanamente se los desechaba. Pero en las últimas décadas este modelo parece haber mutado porque la relación se volvió más consciente y compasiva, despertando una lucha real y de acciones concretas, por reivindicar el lugar de los animales en nuestra sociedad.
De todas formas, contrario a lo que podríamos creer, esta lucha no es reciente, puesto que ya en la antigua Grecia, el medioevo, el renacimiento y épocas subsiguientes, había varios que desde sus sitiales de influencia, procuraban sensibilizar a sus contemporáneos como por ejemplo Pitágoras de Samos, Plutarco, Platón, Séneca, Francisco de Asís, Leonardo DaVinci, Martín de Porres, Kant, Schopenahuer, Bentham, entre otros.
Hoy son distintas organizaciones y movimientos formales e informales quienes dan batallas inagotables a favor de los animales, en búsqueda de protección, y de conseguir sus derechos, para darles la posibilidad de un mejor pasar.
Pero hay otros que traspasan la línea y producto de la relación de profundo afecto que sienten por sus mascotas, sin quizás darse cuenta, las humanizan. Y en este aspecto crece una tendencia que asegura que eso también es considerada una forma de maltrato.
Para muchos, las mascotas no sólo son animales domesticados, a quienes alimentamos, y con quienes compartimos y jugamos como parte de nuestra vida cotidiana. En la actualidad, el concepto es más profundo, ya que son parte de la familia, se les otorga un sitial preponderante, pasan a cumplir un rol funcional y emocional en el seno familiar, y hasta tienen obligaciones. Ahí entra el nuevo concepto de “perrhijos”, una mezcla de las palabras perros e hijos.
Este afán por humanizarlos, se denomina antropomorfismo, y es la atribución de características y cualidades humanas a los animales. Una actitud que ha proliferado transversalmente. Es precisamente esto lo que ha venido encendiendo las alarmas, y que para algunos expertos “es un tipo de amor malentendido, ya que el animal tiene derecho a ser un animal, y debe tener su propia vida de gato o de perro”.
También sostienen que algunos psicólogos consideran que el exceso de humanización animal se da durante el proceso de domesticación, cuando en muchas personas aparece la sensación de que pueden hablar el mismo idioma que sus mascotas y que emocionalmente hay una complementariedad que, en algunos casos, puede ir incluso más allá de su relación con los humanos. Esta conducta conlleva a algo muy profundo, ya que si se piensa que se puede entrar en el mundo comunicativo del animal, se lo está convirtiendo en miembro de su propia familia.
Lo cierto es que expertos en la materia coinciden en que las mascotas cumplen tres funciones: la afectiva (en personas que sufrieron frustraciones personales o profesionales); responsabilizadora (cuando llega el momento de consensuar decisiones en la familia) y educadora (por ejemplo para moldear conductas de los niños).
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