

Eduardo Darnauchans
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Eduardo Darnauchans fue un trovador, un poeta y cantautor uruguayo que estuvo viviendo en La Plata durante un año en los setenta.
Eduardo Darnauchans
Por JOSÉ SUPERA
ESCRITOR
Bajo el disco del Darno en Spotify. Tengo el Spotify Premium con abono mensual de 69 pesos. Me pongo los auriculares Sony, todo es marcas, comprar, comprar. Empiezo a correr por la calle 53. Dirección a plaza Islas Malvinas. Y el Darno que canta y dice “Recuérdame, mi mejor vez...”.
Pienso en mi mejor vez.
Algo adentro mío se quiebra.
1 y 1/2.
Ah, me olvidaba, sí: El Darno es Eduardo Darnauchans, una figura mítica de la música popular uruguaya, que se murió hace un montón, en el 2007, y dicen que cuando se murió estaba leyendo a Shakespeare, y se murió del corazón a los cincuenta y pocos, porque fue metáfora esa muerte y ese corazón, aunque no sé si hay tanta metáfora ahí, la cuestión es que si lo conocí fue porque hace unas semanas me invitaron a la presentación en nuestra ciudad del libro de la uruguaya Silvia Sabaj “Darnauchans: Poesía y compromiso de un cantor popular uruguayo” (ediciones Del Empedrado).
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Y hasta ese día nunca había escuchado al Darno.
Pero ahora mientras corro el Darno me canta en los auriculares que “Conocerse claro está, que necesita su tiempo...”, mientras paso justo frente a un edificio todo espejado que me devuelve un reflejo que a veces no me gusta ver.
Le escribo a Norberto Chab, el editor del libro. Me pasa el número de Silvia. Le digo que le quiero escribir por una nota en el diario. Me pasa su número uruguayo y le escribo por whatsapp “Hola Silvia, soy Jose estuve en la presentación…” y bla bla bla. Al rato le escribo un mail con preguntas. Me contesta en ese mismo mail que va a responderlas en unos días. Después me dice por Whatsapp lo mismo y yo le digo, que sí, que todo bien. A los dos días me dice que esa misma noche me las manda. Y cuando me llega el email, empieza con este texto, así:
“Lo que siempre me impresionó de él fue su voz extraordinaria. Esa capacidad inigualable para cantar música antigua (romances medievales por ejemplo) donde parecía un trovador, o tener la dulzura de un baladista o la fuerza de un rockero. Además siempre fue muy solidario. Lo vi cantar muchas veces en comités de base del Frente Amplio a la salida de la dictadura, en recitales de apoyo a Amnistía Internacional o a Madres y Familiares. Fue alguien que siempre estuvo comprometido socialmente y mantuvo su ideología durante toda su vida”.
“Cuando se da el golpe de estado en Uruguay, a Darnauchans, que era militante de la Juventud Comunista, le sacan la calidad de estudiante y le prohíben estudiar en Uruguay. Es por eso que decide ir a estudiar a La Plata en febrero del 74, y se inscribe en la Facultad de Humanidades. Alquila con otros amigos (entre ellos el poeta Eduardo Milán, también del Grupo de Tacuarembó) una casa en la calle 60. Fue una época muy complicada, de gran agitación social, donde desaparecieron muchos amigos y compañeros de clase. Aunque faltaba aún para el golpe en Argentina, ya se sufría el terrorismo de Estado. En ese período no pudo hacer música. Sí concurría a diversas actividades culturales. Se pasaba las tardes y noches de domingo en un sótano donde funcionaba la Sala Discépolo, una pequeña salita de música donde se tocaba blues. Allí escuchó al que había sido guitarrista de ‘La cofradía de la flor solar’, Kubero Díaz, también a Miguel Cantilo, Durietz, Pinchevsky y otros. En La Plata conoce a Cecilia Braier con quien tiene una relación amorosa que inspira su canción ‘Memorias de Cecilia’. Mantendrá la amistad con ella durante toda toda su vida. Cuando poco después de morir Perón, se cierra la Universidad de La Plata, Darnauchans se queda un año en Buenos Aires. Pero ante la situación terrible que se vive allí, regresa a Uruguay a pedido de su padre”.
“Él nunca se consideró poeta y yo quiero demostrar que es un poeta de gran nivel. Porque frente a la figura de un cantor depresivo o de muerte yo opongo la visión de un poeta vital. Quizás, a lo largo de los años, ese personaje que Darnauchans creó, el Darno, de lentes negros y largo gabán, oscuro, decadente, de boliches tabaco y alcohol, fue consumiendo a un Eduardo cada vez más frágil y lastimado, cada vez más solo de sus amigos”.
Visito a mi amiga escritora María Laura Fernández Berro. Está guardada en su casa hace unos años. Hablamos de nuestras cosas. Hablamos de su novela sobre su enfermedad. Dice que me la va a pasar. “Esa va a ser tu vuelta”, le digo. “Sí, esa va a ser mi vuelta”, dice ella, como si necesita creerlo de un otro.
Hasta que le hablo del Darno, de Eduardo Darnauchans.
Y le brillan los ojitos. Y vuelve a ser Laurita de 17.
“Me acuerdo de su voz, una voz única, una voz impresionante. Los escuchabas y había algo que se transformaba adentro tuyo. Yo estaba re enamorada de él. Era muy atractivo. No físicamente, sino otra cosa, había algo en él, como un halo, una magia que te eclipsaba y no podías dejar de mirarlo ni de escucharlo”.
Le pregunto cómo lo conoció.
“Lo conocí en la casa de unas amigas, compañeras de la facultad de Humanidades. Era el año 1974. Él siempre andaba con su guitarra encima. Yo estaba enamorada de su voz. Nos quedábamos cantando toda la noche sin parar”.
“Una vez me dijo: Va a pasar lo mismo que pasa allá en Uruguay. Así que tengan cuidado, guárdense”.
“Le ponía música a los versos de Lorca. Era un dotado. Nos juntábamos a cantar, cantábamos en francés, a él le gustaba mucho cantar conmigo en francés. Yo en esa época había estudiado francés. Así que cantábamos juntos. Y antes de irse, de volverse a Uruguay me regaló dos discos de él. Él en Uruguay ya era conocido, pero acá no. Era un pibito todavía.
Yo creo que fue un amor que quedó ahí.
Me quedaron las canciones de él para siempre.
Pasaron los años y yo creí que él era un desaparecido. Hasta que un día le conté mi historia a un amigo, a Raúl Finkel, y él me dijo ‘Todavía vive, está en Uruguay’. Y yo ahí quise ir a verlo. Y Raúl me dijo que no vaya. ‘Está destruido por el alcohol’. Y a los dos años, murió”.
Y corriendo alrededor de Plaza Malvinas escucho eso de que he olvidado aquel verano cruel y me puedo poner a llorar mientras corro, en cualquier momento, pero no puedo, la gente no entendería nada, un tipo de 35, llorando mientras corre, con las zapatillas de running, con los auriculares llorando, y en una esquina un nene me mira con cara de miedo, y ese nene no soy yo, y entonces me doy cuenta que estoy corriendo y llorando y escuchando al Darno, que hasta ayer no conocía pero ahora conozco como si fuera yo mismo. Me seco las lágrimas y se mezclan con la transpiración; después sigo corriendo.
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