La incertidumbre cotizó bien

HIPÓLITO SANZONE

“Acá eso no va andar, desde ya te lo voy diciendo”. En el tono que el Gordo usa para su vaticinio hay una mezcla de amenaza y declaración de principios. Anda pisando los 60 y pico, es alto, morocho, usa jeans y camisa a cuadros y ha tenido la suerte de conservar una cabellera que a la luz del mediodía tira a rubio rojiza. Lo advierte su compañero y le tira un buscapié: “pará de teñirte, gordo, te vas a quedar pelado”.

El gordo sonríe. Destila la mansedumbre de los que están de vuelta, de los que la vida casi que les ha mostrado todo lo que había en el variado stock de la “lleca”.

“Yo no voy a laburar para un patrón; hace años que dejé de hacerlo y me costó sangre, sudor y lágrimas”, dice y cuenta con los dedos cada ítem mencionado.

En la cuadra de 7 entre 46 y 47, la más intensa del microcentro, donde conviven vendedores de fruta, collares, bombachas, joggins, perritos a pila y euros, ayer no se hablaba de otra cosa. Era el tema del día para el elenco estable de “cambistas de divisas”, como se definen cuando tienen que llenar el casillero de “profesión u oficio”. Y era todo incertidumbre.

En la mitad de cuadra, cerca del cordón de la vereda a la altura de la galería llena de locales chiquitos e iguales, una asamblea espontánea deliberaba entre montones de dudas y pocas certezas. “Es una cuestión matemática: nosotros acá somos como veinte y agencias de cambio hay una sola. ¿Nos va a dar laburo a todos?”

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“¿Explicame, te van a poner una mesita en la vereda para dar los recibos”.

“¿Quieren que seamos como los tarjeteros de los boliches, que le hagamos propaganda a las casas de cambio?”.

“Dame 60 lucas por mes y te hago la propaganda que quieras, Me visto de verde si querés”, retruca el Gordo, que entre la resignación y el fastidio reflexiona: “Esto no es Buenos Aires que tenés un turista por minuto. Acá sólo le vendés a los que viajan al exterior, o mandan guita a Bolivia o al Perú, o al que ahorra cien por mes, viste”.