Una modalidad que desafía estadísticas

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Portones levadizos, cámaras de seguridad, alarmas vecinales y hasta concienzudos protocolos de seguridad, son apenas algunas de las herramientas a las que apelan los platenses para intentar ganarle al miedo en algo tan rutinario como riesgoso: entrar en la propia casa.

Hasta hace relativamente poco las estadísticas podían delimitar los barrios y horarios más peligrosos para las entraderas, una modalidad que hace una década se ganó el nombre haciendo pie en otra que parecía irrefrenable por entonces: la de las salideras.

Estas se redujeron notablemente después del trágico ataque a Carolina Píparo (que derivó en la muerte de su bebé), con el simple recurso de colocar mamparas en los bancos, pero las entraderas se volvieron imparables, a punto tal que ya no se las puede limitar a un horario, ni una zona.

Ocurren en el Centro y en la periferia, tanto al regreso como a la salida de los moradores, en fincas imponentes y en otras donde es difícil encontrar algo más valioso que un televisor viejo.

El miedo es siempre el mismo. Y la violencia también.

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