Entre el humor y la reflexión
Edición Impresa | 26 de Noviembre de 2017 | 04:23

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
A los ministros ingleses les gustaba juguetear bajo la mesa con las piernas de sus colaboradoras. Los norteamericanos, más prácticos, andan con menos rodeo y van directamente al culo sin paradas intermedias. Y el que ha puesto en valor el trasero de sus allegadas es nada menos que el presidente George Bush padre. La primera denuncia la hizo Roslyng Corrigan, hija de un ex jefe de la CIA. Ella, que entonces tenía 16 años, estaba con su madre y su padre. Y al sacarse una foto, Bush le acarició cuidadosamente el culo, para asombro de una muchacha que no sabía que de esa forma el mismísimo les recordaba a ella, al papi y a la CIA, quién tenía al mundo agarrado de la mano.
Bush sentía que ese culo también le correspondía. Y aprovechaba investidura y malas costumbres para que las susodichas ni pestañaran cuando los manotazos llegaban puntuales a cumplir su misión. Bush ahora ha pedido perdón. Creía que así les enseñaba a no descuidar la retaguardia, porque por allí empieza el asedio. Con su mano abierta y sus dedos exploradores le avisaba a las compañeras de foto que lo de él no era un descuido ni una insinuación, sino una demostración de dominio extra en plena audiencia.
Desde que la actriz Heather Lind acusara al expresidente George Bush padre de haberle tocado el trasero en dos ocasiones, otras cuatro mujeres han confesado públicamente haber sido manoseadas por el exmandatario. Lind, de 34 años, explicó que el incidente tuvo lugar mientras posaba para una foto durante la promoción de la serie televisiva TURN. Amanda Staples, una ex candidata republicana al Senado, de 29 años, dijo que a ella se lo acarició cuando lo visitó en Walker’s Point. La autora de best sellers Christina Baker también habló de fotos retocadas. Y la actriz Jordana Grolnik agregó que el ex presidente siempre manoseaba el culo de las actrices durante sus visitas al teatro. Como para hacerles saber quién era el único dueño del bordereau. Bush, que tiene 93 años, se defendió a través de su portavoz: “el presidente, en ocasiones, ha acariciado a las mujeres en lo que pretendía ser una actitud afable”. La quinta mujer en denunciar al afable fue la ex editora Liz Allen: otra foto y otro culo visitado.
Cuando se proponía algo, Bush jamás retrocedía. Varios países que andan como el culo, pueden atestiguarlo. Esa mano, la que juró sobre la Biblia y la que andaba cerca del botón rojo, esa mano sólo sabía dar órdenes y no pedir permiso. Y Bush, un presidente de los presidentes, no podía ni quería medir estos actos. Al contrario, pensaba que la elegida debería soportar con orgullo ser manoseada por quien se sentía más allá de prudencias y fronteras.
No fue el único que usó el truco de las fotos. Esta semana se supo que una segunda mujer acusa al senador Al Franken de entretenerse con su culo sin su consentimiento. La texana Lindsey Menz se sumó así a la periodista Leeann Tweeden. La mujer relata que Franken paseó la mano por su trasero mientras su marido les tomaba una fotografía en Minnesota cuando ella tenía 26 años. El descargo de Al Franken es elocuente: “Evidentemente, para algunas mujeres cruce la raya”. A buen entendedor. A partir de allí aparecieron nuevos culos reclamando desagravios. Evidentemente, las celebridades no necesitan ir más allá, les basta con tocarlos, descontando el silencio casi concesivo de quienes no están en condiciones de rechazar esas manos atrevidas que quieren cerciorarse de que todo eso es culo y está para ser recorrido.
Mal o bien, los presidentes y las presidentas siempre acaban tocándotelo. Son abusos cercanos o remotos que se pueden sentir en el cuerpo, en el alma o en los bolsillos. Caricias maliciosas que transmiten más supremacía que placer y que revalidan el poder de los que todo lo quieren y todo lo pueden. Se sufre y se puede hacer poco para impedirlo. Por eso estas denuncias hacen justicia. Los testimonios han arrinconado a los intocables. Y los culos han hablado por tantos a quienes el poder ha venido manoseando. Sin fotos ni pretextos. Sin afables ni disculpas.
Con su mano abierta y sus dedos exploradores, Bush le avisaba a las compañeras de foto que lo de él no era un descuido ni una insinuación, sino una demostración de dominio extra en plena audiencia
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