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Por MARTIN TETAZ (*)
Twitter: @martintetaz
Contrariamente a lo que muchos creen, hubo momentos en la historia económica argentina en los que se cumplió el famoso vaticinio de Lorenzo Sigaut; “El que apuesta al dólar pierde”. Concretamente, quien compró billetes verdes en julio del 2002 perdió un 25% de su capital en pocos meses porque la divisa se desplomó desde los $3,96 por unidad que cotizara a mediados de ese año, a $2,90 para mayo del 2003. Desde entonces también fue mal negocio quedarse en moneda extranjera, puesto que el tipo de cambio se multiplicó prácticamente por cinco hasta el día de hoy, mientras que el mismo dinero depositado en un plazo fijo creció casi diez veces en el ínterin.
Pero claro, para el que tuvo la bola de cristal y compró dólares en diciembre del 2001, a fines del 2008, en diciembre del 2013 o en noviembre del 2015, la rentabilidad obtenida por cada una de las devaluaciones que siguieron fue espectacular. Más aún, visto desde el otro lado del mostrador, los que se quedaron en pesos en esas fechas sintieron que se les escapaba una notable oportunidad de hacer una diferencia y que sus ahorros medidos en moneda dura, sufrían una fuerte caída.
Hace semanas que vengo librando un debate desigual con mis compañeros de la radio. Les muestro que el mercado de futuros apuesta a un dólar de $17,65 para fines de diciembre, al mismo tiempo que les explico que el Banco Central, lejos de las intervenciones kirchneristas que limitaban la compra de divisas para frenar la escalada de la cotización, compra sistemáticamente dólares todos los meses, sosteniendo en realidad el tipo de cambio, puesto que sin esa participación en el mercado la moneda norteamericana estaría incluso mucho más barata. No hay caso; están convencidos que tarde o temprano sobrevendrá una nueva devaluación y prefieren estar parados en dólares para cuando ello ocurra.
Por supuesto, no hay modo de asegurar que las condiciones del balance cambiario argentino se mantengan indefinidamente y que en lo sucesivo el dólar nunca aumente. Pero claramente, en la medida que persista el déficit fiscal financiado con endeudamiento externo, que sigan cerradas las importaciones y que las tasas de interés se mantengan altas, será poco probable que la moneda local salga perdiendo, de modo que es posible ganar más dinero invirtiendo en un plazo fijo en pesos, que comprando dólares.
Sin embargo, como demostró el Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, somos particularmente reluctantes a las pérdidas, que nos duelen hasta tres veces más que lo que disfrutamos las ganancias. Por esa razón es que el objetivo de las inversiones muchas veces está más dominado por un espíritu conservador, que busca evitar pérdidas, que por un apetito animal que busca multiplicar ganancias.
En la medida que persista el déficit fiscal financiado con endeudamiento externo, que sigan cerradas las importaciones y que las tasas de interés se mantengan altas, será poco probable que la moneda local salga perdiendo, de modo que es posible ganar más dinero invirtiendo en un plazo fijo en pesos, que comprando dólares
El análisis precedente viene a cuento de que esta semana el Banco Central publicó el balance cambiario de los dos primeros meses del año, en el que se puede observar que los argentinos compraron 6.517 millones de dólares con fines de ahorro; un récord incluso superior al del año 2011, en la previa del cepo.
La fuerte demanda de divisas por motivos precautorios esconde dos tipos de temores distintos; el primero es el riesgo de confiscación que se nutre de los diversos tipos de corralitos que la historia domestica registra. Aun cuando muchos reconocen que resultaría más conveniente hacer un depósito a plazo fijo en moneda autóctona, todavía está fresca la memoria emotiva del plan Bonex o de los bancos cerrados en 2001. El segundo temor, por supuesto, tiene que ver con las posibilidades de una nueva devaluación, fogoneadas por algunos economistas que como Lavagna, han sostenido que el sistema necesita un dólar de $26.
El coctel del miedo esta a su vez potenciado por el riesgo político. Nadie sabe si este gobierno tendrá éxito en las próximas elecciones, mucho menos con que suerte llegará a las presidenciales del 2019. Y si no es Cambiemos el elegido para continuar guiando el timón de la economía, ¿quién será el que tome la posta? ¿Vendrá un Peronismo renovador y respetuoso de la propiedad privada y el derecho para elegir libremente el destino del dinero que cada uno gana, o volverá un Kirchnerismo fanático de los controles de cambios?
En última instancia, lo que esconde la demanda sostenida de dólares es la falta de confianza en el peso. Esto es sintomático porque las monedas fiduciarias actuales son una institución que sienta sus bases en la creencia compartida de que el dinero conservará su valor y podrá ser intercambiado libremente por otros bienes y servicios, cuando se desee. Si la gente no prefiere los pesos, cualquier exceso de medios de pagos en relación a los bienes que transa la economía, como el que se produce cuando el Banco Central le da a la maquinita para financiar el déficit fiscal, termina fugándose al dólar, produciendo una devaluación que solo se puede frenar transitoriamente por el ingreso de inversiones, las colocaciones de deuda o un crecimiento del superávit comercial.
Lo interesante de los mercados es que en ellos la gente opina con el bolsillo, de modo que el éxito o fracaso de la autoridad monetaria puede juzgarse por la demanda de divisas vis a vis la de moneda local. Solo cuando veamos que esa presión cede, podremos confirmar que el Banco Central logró dominar la inflación en la Argentina y convencer a la gente que el tipo de cambio realmente flota, encontrando su equilibrio a partir de las fuerzas que están detrás de la oferta y la demanda.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"
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