Reconocer el error, cumplir la sanción y aprender la lección

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Por Martin Mendinueta
Opinion

Le propongo ejercitar su memoria. Trate de recordar qué dijo usted, como espectador sentado frente al televisor, el último jueves por la noche, cuando observó con claridad la manera en que Lionel Messi insultaba al juez de línea brasileño. Seguramente, primero se sorprendió. Y luego, al apreciar que el enojo de la estrella argentina no se disipaba, probablemente haya soltado en voz alta algo parecido a esto: “¡Terminala Lío! ¡Cortala! ¿Qué hacés? ¿Estás loco? ¡Te van a echar!”.

Cenando en familia, compartiendo una picada con amigos, solo en el sillón del living o parado frente a la pantalla de una estación de servicio, todos vimos lo mismo y advertimos, al instante, el innecesario foco de peligro que había encendido el mejor jugador del mundo.

En la cancha zafó. El juez asistente se hizo el tonto y, quizás intimidado por la estatura de ídolo popular de quien lo estaba insultando con la soltura de aquel que se siente en “su casa”, optó por no levantar el banderín para llamar con urgencia al árbitro principal.

Ese insulto de Messi (el más hiriente cuando jugábamos de chicos en el campito del barrio, el que nos empujaba a reaccionar porque estaban ofendiendo a nuestra madre) mereció tarjeta roja. No fue así. La cobardía del línea lo impidió.

El castigo llegó tarde. Pero llegó. Por la elocuencia y claridad de las imágenes repetidas cientos de veces (absolutamente lógico que así sucediera), por la actuación de oficio del tribunal de disciplina de la FIFA, ¿por la alcahuetería de los dirigentes chilenos?, por todo eso Messi recibió un castigo durísimo. Dos o a lo sumo tres fechas hubieran sido un escarmiento más apropiado, pero no hay derecho a la protesta.

Messi se equivocó feo. No es su estilo, pero lo hizo. Ahora, debe cumplir la sanción, reconocer su falla y pedirles disculpas a sus compañeros.

Desconozco si hay o no una “mano negra” contra la AFA. Los fantasmas de un complot se desvanecen rápidamente ante la grosera y extemporánea reacción del hombre que mejor juega a la pelota en todo el mundo.

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