“Ranchada” de carpas en Salto para pelearle a la inundación y a los robos
Edición Impresa | 17 de Abril de 2017 | 03:36

En Salto, un grupo de vecinos se autoevacuó a pocos metros de sus barrios inundados para evitar que les roben mientras sus casas están anegadas. En el campamento, ubicado a metros de la estación de ferrocarril, se mezcla la angustia por el desastre recién vivido con las limitaciones impuestas por la vida en los refugios precarios y la solidaridad de los que se acercan para ayudar y contener en el momento más difícil.
Sobre los terrenos ubicados al lado de la vieja estación del Ferrocarril Belgrano, en Salto, la inundación pinta su más singular paisaje: allí aparecen, desperdigadas, una multitud de carpas, propiamente dichas o improvisadas, que dan cobijo a familias enteras. Son autoevacuados, que se instalaron con unas pocas cosas en terreno seco a pocas cuadras de sus barrios inundados, para esperar el momento en que el río baje y puedan volver a sus casas vigilando que nadie entre a robar.
“Somos alrededor de 300, todos de los barrios costeros y nos quedamos acá hasta que la inundación baje. Nosotros le decimos `la ranchada`. No es cómodo, pero preferimos estar acá, cerca de las casas, en lugar de en los centros de evacuación, para que después no nos falte nada”, dice Claudia Aguilar (53) una ama de casa del barrio Trocha que eligió quedarse en una de las carpas improvisadas sobre los terrenos del ferrocarril.
Si hay algo que no le falta a la “ranchada” es movimiento. Allí confluyen los evacuados, los bomberos, policías, personal sanitario, los que colaboran. A pocos metros de donde Claudia Aguilar matea con vecinos esperando que el agua del río abandone del todo el barrio, algunos bomberos voluntarios improvisan un partido de fútbol con chicos del lugar, mientras esperan el momento de volver a entrar al vecindario anegado para llevarle viandas a los que están adentro.
“La ranchada” se instaló con el pico de la crecida, cuando el río Salto, en el curso de la última semana, alcanzó la altura histórica de 9,51 metros. En ese momento, en algunos de los barrios más cercanos al río, como Zapata, La Tosca, Molino, o Trocha, el agua entró alcanzando diversas alturas en las casas, según el barrio. Algunos vecinos dicen que en el peor momento tuvieron el agua a la cintura, otros al cuello. Ese momento ya pasó, pero la angustia está intacta. A pesar de alguna incursión que, desde lo seco, pueden hacer en bote una y otra vez a las casas anegadas, saben que el momento de la verdad será el del regreso. La hora de evaluar las pérdidas con certeza. La hora de empezar de nuevo. Ayer la amenaza de lluvia se disipó cuando un sol intenso brilló sobre la ciudad mientras el río seguía bajando velozmente y el número de carpas de la ranchada comenzaba a reducirse.
Las carpas de la ranchada se improvisan con lo que cada vecino tiene a mano. Hay algunas que son carpas propiamente dichas, otras están compuestas por un toldo de nylon extendido entre dos autos. En el campamento se ve alguna casilla rodante y hasta la caja de un camión hace las veces de vivienda provisoria en el extenso predio del ferrocarril, donde las autoridades pusieron baños químicos y se entregan periódicamente frazadas, colchones y alimentos.
Algunos de los refugios le dan abrigo a familias enteras y hasta a varias familias relacionadas. La mayoría dispone de sillas, una parrilla o un fuego donde calentar agua y comida. Muchos vecinos se ocuparon de llevar hasta allí a sus mascotas. Y hay algunas carpas de las que penden, prolijas, hasta las jaulas de los pájaros de la casa.
“De día estamos todos, pero de noche nos quedamos sólo los grandes y los chicos van al pueblo y se acomodan en la casa de algún familiar que no se inundó. Es que de noche acá hace mucho frío y no estamos en situación de que nadie se enferme”, dice Claudia Aguilar.
Mónica Videla, una vecina de 35 años que trabaja en el deschalado del maíz, dice que algunas de las cuestiones más difíciles de resolver en este momento de emergencia son básicas. Como bañarse o ir al baño.
“Pusieron baños químicos que no alcanzan para tanta gente y se va al baño donde nos inviten. Lo mismo para bañarnos”, contó.
La comida, dicen los vecinos, se resuelve a través de ollas populares que comparten a partir de los alimentos que entregan las autoridades, bomberos y hasta los vecinos solidarios.
“El otro día un vecino se vino del campo y trajo dos lechones para que coma la gente. Otro día habían traído chorizos. Hay muchos gestos solidarios”, cuenta una de las vecinas del asentamiento.
La mayoría de los refugios dispone de sillas plásticas, mesas, reposeras, donde se juntan los vecinos para compartir la experiencia vivida en los momentos límite de la inundación.
“Tengo un almacencito y fue terrible ver que el río subía y los helados empezaban a flotar por todo el barrio”, cuenta Claudia Perez Lindo, una de las vecinas que esperan que el agua baje para poder volver a su casa.
Flavia tiene 48 años, es ama de casa y ya sufrió otras inundaciones en los 13 años que lleva viviendo a la orilla del río, aunque ninguna de esta magnitud. En las últimas horas era una más de las que esperaba sentada en las reposeras del improvisado campamento que el río baje y llegara el momento de volver a casa.
“Es horrible estar viviendo acá. No tenés donde bañarte, dónde ir al baño. Pero mucha gente elige quedarse acá y no ir a los centros de evacuación por miedo a que les roben las cosas que quedaron adentro de las casas inundadas. Eso sí: si hay algo para lo que te sirve esta experiencia, es para reconocer a los verdaderos amigos, que son los que te prestan ayuda”.
Es que en medio de la emergencia también hay lugar para que se exprese lo mejor y lo peor de los vínculos entre vecinos. Mónica Retamar, por caso, se queja de que vio a habitantes de barrios que no se inundaron acercarse al lugar donde se entregaban donaciones para los afectados por la crecida del río. Como contracara, otros destacan la actitud de los que se acercan a ofrecer lo que tienen para ayudar a los afectados.
Al final del día es el momento en que la mayoría de los chicos dejan el campamento. Entonces quedan los adultos y queda el frío. Todos quieren que el agua termine de bajar para volver a sus casas. Aunque eso supone hacer un balance doloroso. El de lo definitivamente perdido, necesario para empezar de nuevo.
Testimonios
1- Monica Gizzi (50) y Monica Retamar (33): “Esto nos tomó por sorpresa, perdimos heladera, televisión, colchones, y ahora queremos estar cerca de las casas para vigilar que no nos roben lo que quedó. Hay gente de barrios que no se inundaron que vimos acercarse para recibir donaciones y otros que hacen mucho esfuerzo por ayudar y acompañar”
2- Claudia Perez Lindo (39): “Nos quedamos en una carpa cerca del barrio inundado para que no nos roben las cosas. Somos varios de la familia los que estamos. Entre nosotros hablamos de lo que perdimos y de lo que nos va a costar salir adelante. Yo tengo una despensita y perdí toda la mercadería. Fue angustiante ver flotar los helados por todo el barrio”
3- Flavia Zapata (48) y Sheila (7): “Es muy difícil vivir acá, hay que resolver cosas como dónde ir al baño, porque si bien pusieron baños químicos, no alcanzan para todos y además hay que encontrar un lugar donde bañarse. Es en estas circunstancias cuando se conoce a quienes son los verdaderos amigos”
4- Claudia Aguilar (53) y Monica Videla (34): “De noche en la ranchada hace mucho frío y la mayoría de las familias mandan a los chicos a casas de parientes que no se inundaron. Los que quedamos, que llegamos a ser hasta 300, nos arreglamos haciendo ollas populares y esperando que baje el agua de las casas”
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