Cuarto Mandamiento

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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

La segunda tabla del Decálogo comienza por la cuarta palabra: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz” (Deut 5, 16).

Dios quiere que, después de Él, amemos y honremos a nuestros padres, a quienes debemos el precioso don de la vida y la gratitud por habernos transmitido el conocimiento de Dios.

Este Mandamiento se refiere expresamente a los hijos en sus relaciones con sus progenitores, porque es el vínculo más universal.

Pero incluye las relaciones de parentesco y también exige que se dé honor, respeto, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados.

Además se extiende a los deberes de los alumnos respecto a sus maestros, de los empleados a los patrones, de los subordinados a sus jefes, y de los ciudadanos a su patria, a los que la administran y gobiernan; es decir que manda el honor y el respeto a todos los que, para nuestro bien, Dios ha investido de autoridad.

Sin embargo, el mismo Mandamiento implica y sobreentiende las obligaciones de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, y de todos los que ejercen una autoridad sobre otros.

“Este precepto se expresa de forma positiva, indicando los deberes que se han de cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que contienen un respeto particular de la vida, del matrimonio, de los bienes terrenos, de la palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia” (Catecismo, 2198).

“La familia constituida por un varón y una mujer unidos en matrimonio y sus hijos, es la ´célula original de la vida social´”

El cuarto Mandamiento es el único que contiene una promesa de recompensa: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz” (Deut 5, 16).

Además de los beneficios espirituales que resultan del fiel cumplimiento de esta normativa, también produce frutos temporales de paz y de prosperidad. Pero el desprecio de este mandato y su no cumplimiento conlleva graves daños personales y comunitarios.

La familia, constituida por un varón y una mujer unidos en matrimonio y sus hijos, es la “célula original de la vida social”.

La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad y de la fraternidad en el seno de la sociedad.

La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad. (cf. Catecismo, 2207)

La paternidad de Dios es la fuente de la paternidad humana, es el fundamento del honor debido a los padres.

El amoroso respeto de los hijos hacia su padre y hacia su madre se alimenta del afecto que surge del vínculo que los une. Esta es una exigencia de derecho divino.

Los padres deben ver en su prole a hijos de Dios y respetarlos como personas humanas, asimismo tienen el grave deber de educarlos en el cumplimiento de la Ley de Dios, siendo ejemplo para ellos.

La sociedad que prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el ser humano, fácilmente se hace totalitaria y, por ende, desfigura o anula la Verdad.

Nadie debe olvidar nunca la afirmación de Jesús: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).

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