Juan José Becerra: la literatura como experiencia omnívora

Devorar, procesar y regurgitarlo todo en clave literaria es la forma en que Becerra aporta a la supervivencia de la literatura, de la cual tantas veces ha vaticinado su eutanasia. Esto es precisamente lo que hace Juan Del Valle (ventrílocuo del narrador), escritor del montón que debe apelar al habla ya que un problema crónico en la columna le impide escribir. Este escritor sin escritura, que oscila maníacamente entre su mediocridad y creer que con el método parlante fundará una vanguardia que revolucionará la literatura, rescatándola del carácter irremediablemente conservador al que la condena la fosilización inherente a la lengua escrita, narra –y es narrado por– la historia de Esteban Krause, un escultor tan genial como excéntrico y megalómano, que todo lo que hace, hasta darse una ducha, es considerado por la crítica como un hecho artístico. En tiempos donde “nadie cree en la ficción” y al mismo tiempo es una de las pocas cosas a las que podemos aferrarnos para no naufragar en el escepticismo, ¿no es acaso una buena biografía, paradójicamente el género ficcional por excelencia junto con la crónica, la más «honesta», brutal y mejor novela? ¿Podrá sobrevivir el arte a la devaluación que le impone el cada vez más rentable, repulsivo e infantilmente pretendido «efecto de realidad»; o al vicio de adosarle un sentido a cada objeto que crea; o a los estúpidos dictámenes y a la estandarizada producción de la crítica más rancia; o a la deformación degenerativa a que lo somete la industria? Estos son apenas algunos de los interrogantes que se plantea e indaga la novela.

Hoy es más importante el cómo mostrar la producción artística que el talento para producirla; lo que vuelve aún más contingente el eslabonamiento entre el mérito real de una obra (si existe algo como eso) y su éxito

Por otra parte, como sabemos, las causas profundas de la consagración o el fracaso en el arte, fuera de las estrategias de mercado, siguen siendo un misterio inescrutable. Y el arte contemporáneo viene a perturbar más esa enigmática relación realzando «la capacidad de exhibir» en detrimento de «la capacidad de hacer». Hoy es más importante el cómo mostrar la producción artística que el talento para producirla; lo que vuelve aún más contingente el eslabonamiento entre el mérito real de una obra (si existe algo como eso) y su éxito. En el arte moderno casi cualquier cosa puede pasar como un objeto artístico siempre que cuente con el aval de una conceptualización que, desbordando lo que sugiere a simple vista, la reinterprete para el observador y la justifique. ¿Las nuevas reglas de juego que esto instaura minan y desprestigian el arte contemporáneo? No necesariamente. Por el contrario, pueden dinamizarlo empujándolo constantemente a nuevas búsquedas estéticas en tanto su artífice tenga una posición ética sólida y contribuya a la especificidad de su disciplina. Eso es precisamente lo que hace Esteban Krause, llevando incluso al extremo la tan pregonada muerte del autor a través de un repliegue ciego que se confunde con su propia vida. Comprometido hasta el fanatismo con el arte, Krause lo milita a lo bonzo: inmolándose por su destino.

Lo expuesto puede inducir al lector a creer que Becerra es un escritor para escritores y que El artista más grande del mundo es una novela de culto, para especialistas o para sectarios de la materia. Pero aun cuando la novela sea un magnífico manifiesto literario o arts poética y repela a “a ese tipo de lectores aborrecible que ya nunca más logrará distinguir el régimen de la ficción artística del régimen de la transmisión de noticias”, el tema del arte funciona como una coartada para bucear también sobre la naturaleza de la memoria, la volatilidad de la identidad, las conexiones entre riqueza y poder, las aristas políticas del sexo, las imposiciones y devaneos de la cultura, los avatares de los vínculos humanos en la modernidad, la dependencia del sujeto de la posmodernidad respecto al creciente arsenal tecnológico y otros tantos asuntos.

Hoy, cuando la literatura se ha convertido en una “pérdida” ya que pareciera adolecer de destinatarios, y esto es así porque “es el arte menos snob de la historia de la humanidad”, cuando pocos parecen dispuestos a arriesgar su tiempo y sus pulsiones en la «inversión» y la «inmersión» que ella reclama, Juan José Becerra es un escritor que, contra las frecuentes profecías de autodestrucción, recupera su esencia y la intercambia con la vida misma, la reivindica como un adicto y le inyecta una sobredosis de vitalidad tal que uno acaba creyendo que escribe con un par de electroshocks en un lugar de un teclado.