Hacen falta más árboles para frenar la grave desertificación de los suelos en nuestro país

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Desde hace ya demasiado tiempo que el suelo de nuestro país sufre distintos procesos y grados de erosión, habiéndose llegado así a la penosa evidencia de que el proceso de desertificación avanza en distintos puntos del territorio a razón de más de medio millón de hectáreas por año, lo que se traduce por lo pronto en pérdidas económicas y sociales de enorme magnitud.

Se calcula que en nuestro país más de 60 millones de hectáreas sufren procesos erosivos de moderados a graves, sin que existan políticas integrales tendientes a revertir tan crítica situación.

Ahora acaba de conocerse el lanzamiento de un plan nacional que apunta a plantar un millón de árboles nativos en las tierras correspondientes a los establecimientos educativos del país, dado a conocer con motivo de haberse celebrado el 5 de este mes el Día Mundial del Medio Ambiente. Tal como se informó, bajo el lema “La escuela se planta frente al cambio climático”, el programa fue elaborado de manera conjunta entre los ministerios de Ambiente y Educación nacionales y provinciales.

Más allá de la magnitud y eficacia de esta campaña, corresponde que se la distinga como una verdadera contribución cultural sobre tantos millones de escolares, que no sólo podrán adquirir mayores conocimientos sobre las múltiples ventajas que ofrecen los árboles, sino, también, convertirse ellos en difusores de la responsabilidad que demanda el mejor cuidado del medio ambiente.

Investigaciones realizadas en nuestro país establecieron con claridad que la desaparición de bosques y montes afecta la diversidad, en una situación a la que se suma la expansión de la frontera agropecuaria, en especial por el cultivo de soja, que ocasionó entre otras tragedias ambientales, la desaparición del quebracho colorado, una especie emblemática de distintas regiones del interior.

Se conoce, asimismo, que los bosques abastecen los acuíferos, controlan inundaciones, producen oxígeno y sirven de hábitat para la fauna, además de proteger los suelos del arrastre del viento, un recurso que tarda siglos en recuperarse ya que, 10 centímetros de suelo, tardan más de 100 años en reconstituirse.

La irrupción climática de los ciclos secos, la degradación de la tierra derivada de la sobreexplotación y, entre otros, el creciente avance de la deforestación, al punto de que en los últimos 75 años disminuyó el 66 por ciento de la superficie forestal natural, por la sobreexplotación para la producción de madera, leña o carbón, son los factores negativos que inciden en este fenómeno.

La degradación del suelo constituye, sin dudas, un gravísimo problema que las autoridades de nuestro país, tanto nacionales como provinciales y municipales, debieran reconocer y, desde luego, enfrentar.

No se carece, por cierto, de planes de acción ya experimentados, que pese a sus limitados campos de aplicación han demostrado ser valiosos para detener una progresiva degradación del suelo, cuyo efecto se traduce no sólo en generar cuantiosas pérdidas económicas sino en proyectar hacia el futuro una amenaza cierta para la calidad de vida de las generaciones venideras.

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