Una de las más altas cumbres andinas

Manuel Scorza, novelista peruano, autor de un ciclo de cinco novelas cuyo éxito atravesó todas las fronteras. Seguidor de Arguedas, García Márquez y Carpentier. La palabra poética al servicio del compromiso social

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Por MARCELO ORTALE
(In memoriam Mary Gondell de Bugallo)

Eclipsado un tiempo por esa otra cumbre que es Mario Vargas Llosa, el peruano Manuel Scorza (1928-1983) logró a inicios de los ´70 que la crítica literaria mundial se fijara en él, acunado ya por el éxito arrasador de “Redoble por Rancas” –novela que formó parte de una saga denominada “Las Cantatas” o “La guerra silenciosa”- donde con una maestría incomparable compone el ciclo con otras cuatro: “Historia de Garambombo el Invisible” (1972); “El jinete insomne” (1977), “Cantar de Agapito Robles” (1977) y “La tumba del relámpago” (1979), todas destinadas a transmitir la lucha y el dolor de los campesinos y mineros frente al avance de una empresa extranjera que les arrebata las tierras, los persigue y los mata.

La excelencia del narrador es tal que el lector se encuentra sumergido en una permanente fantasía poética, en un estado casi de hipnosis, con personajes extravagantes y sublimes, con metáforas que empequeñecen a los Andes y, sin embargo, Scorza no hace sino relatar una situación real de explotación inicua que se vivió en el Perú de aquellas décadas. Como las novelas fueron cinco y se sucedieron a lo largo de una década, con el fenómeno de Scorza reapareció, si se quiere, el pretérito intercambio del folletín, que entrelaza a lectores y obras en una relación indefinida. Sólo que, en este caso, cada “folletín” era una obra maestra.

Con una prosa colorida, que oscila entre la de García Márquez y la de Arguedas, Scorza muestra la lucha de los campesinos para recuperar sus tierras arrebatadas por la Cerro de Pasco Corporation, enhebrando esta sucesión de novelas que se tradujeron a más de cuarenta idiomas y que se constituyeron, junto a las de Vargas Llosa, en las más reconocidas de la literatura peruana. Corrían los años del boom.

Uno de los críticos, Frederick Nunn. dijo por entonces que “los novelistas latinoamericanos se hicieron mundialmente famosos a través de sus escritos y su defensa de la acción política y social y porque muchos de ellos tuvieron la fortuna de llegar a los mercados y las audiencias de más allá de América Latina a través de la traducción y los viajes y a veces a través del exilio”.

La literatura colonial andina ha sido como una mesa de oro para asentar en ella las obras más enriquecedoras. Con toda razón se ha dicho que América también tuvo a su Homero, a su primer cronista y poeta que dejó narraciones inaugurales. Se alude aquí al Inca Garcilaso de la Vega, considerado como precursor de la literatura hispanoamericana. En el estilo del Inca se ve el amanecer de autores estilizados y coloridos como Alfonso Reyes, César Vallejo, José Arguedas, Manuel Scorza, Vargas Llosa, García Márquez o Alejo Carpentier.

“Fue hijo de un vencedor y de una vencida”, se dijo del Inca, en alusión al triunfo del conquistador español sobre el imperio indígena. Se lo llama también como “el primer mestizo biológico y espiritual de América”, el primero que fusionó las dos herencias, la indígena ancestral y la que llegó de Europa. Se lo conoció también como el “príncipe de los escritores del Nuevo Mundo”, aunque para el Inca Garcilaso nunca existieron en realidad dos mundos, sino uno solo.

Eso mismo pensó siempre Scorza de su obra, al oponerse de manera tajante a la idea –muy en boga en esos años- de que sus escritos fueron “indigenistas”. Sobre este punto dice Nicolás Brando: “ Antes de comentar el “indigenismo” en Redoble por Rancas, me parece apropiado dejar claro qué pensaba Manuel Scorza de la literatura indigenista y cómo veía a su obra en comparación con este subgénero literario. Él estaba en contra de que su literatura fuese categorizada como indigenista. Veía ese término como una manera racista de abordar el tema y precisamente lo que él quería era abolir esa división arbitraria entre el blanco y el indígena. No estaba de acuerdo con que se le afiliara a ese movimiento porque la literatura indigenista mostraba una imagen peyorativa del indígena: lo retrataba como a un ser inferior, sin raciocinio, sin sueños, sin fuerza y sin personalidad. Y lo que buscaba Scorza en sus obras era absolutamente lo contrario: crear una imagen realista del indio; alejarse de esa visión sesgada del indígena como un animal que debía ser domesticado y mostrarlo como el ser humano que era verdaderamente, con todas sus facultades y sus defectos”.

UN TEXTO REVELADOR

Conviene reflejar uno de los primeros textos de Scorza en su novela “Redoble por Rancas”. La escena transcurre en la plaza de Yanahuanca, en donde al igual que hace treinta años se pasea el doctor Montenegro, juez de Primera Instancia, casado con su también temible mujer, Pepita, ambos defensores de los intereses de la Cerro de Pasco. “Hacia las siete de ese friolento crepúsculo, el traje negro se detuvo, consultó el Longines y enfiló hacia un caserón de tres pisos. Mientras el pie izquierdo se demoraba en el aire y el derecho oprimía el segundo de los tres escalones que unen la plaza al sardinel, una moneda de bronce se deslizó del bolsillo izquierdo del pantalón, rodó tintineando y se detuvo en la primera grada. Don Herón de los Ríos, el Alcalde, que hacía rato esperaba lanzar respetuosamente un sombrerazo, gritó: “¡Don Paco, se le ha caído un sol!” …El traje negro no se movió. El Alcalde de Yahahuanca, los comerciantes y la chiquillería se aproximaron. Encendida por los finales oros del crepúsculo, la moneda ardía. El Alcalde, oscurecido por una severidad que no pertenecía al anochecer, clavó los ojos en la moneda y levantó el índice: “Que nadie la toque!”. La noticia se propaló vertiginosamente. Todas las casas de la provincia de Yanahuanca se escalofriaron con la nueva de que el doctor don Francisco Montenegro, Juez de primera instancia, había extraviado un sol”.

A partir de allí el pueblo entero y también los visitantes mantienen intocada a esa moneda en la plaza: “¡Es el sol del doctor!”, se conmovían. La Provincia se acostumbró a convivir con esa moneda. El único que no se enteró que había una moneda en la plaza fue el doctor Montenegro, dice. El juez reproducía sus paseos y en la plaza “envejecía una moneda intocable”. Llegaban los forasteros pero nadie la tocaba. Después de que pasaron todas las festividades, el doctor Montenegro fue una vez más a la plaza y el traje negro se detuvo: un murmullo de escalofrío cubrió todo. El doctor Montenegro se inclinó, recogió la moneda y exclamó: “Señores, me he encontrado un sol en la plaza”. Y la Provincia suspiró.

El doctor Montenegro y su mujer, Pepita, existieron realmente. Diecisiete años después de haberse escrito “Redoble por Rancas”, allá por 1986, apareció en el pueblo un grupo de Sendero Luminoso. Habían ido para matar al matrimonio Montenegro. Pero el juez del traje negro ya había muerto. A la que sí encontraron fue a su mujer, Pepita, que terminó su vida baleada contra un paredón. Tres años antes, también había muerto Scorza, en un accidente aéreo cerca de Madrid.

LA VISION DE ABEL POSSE

Durante sus años de exilio en Francia –emigrado muy joven tras el golpe de estado del general Odría y la implantación de un gobierno militar en el Perú-, Scorza se estableció en París donde consiguió el trabajo de lector en español en la Escuela Normal Superior de Saint Cloud, enhebrando a partir de allí amistadades con intelectuales europeos y sudamericanos. Uno de estos últimos fue nuestro Abel Posse, que siguió de cerca la gestación de la identidad de Scorza.

Dando por descontada la fidelidad cabal de Scorzo al compromiso social y a la lucha del campesinado peruano contra el avance imperialista, Posse sostuvo que “las ideologías y los sectarismos políticos han causado la mayor hecatombe de artistas y creadores”.

Sin embargo, advierte que “Manuel Scorza, tal vez por su natural don poético, salvó su palabra de toda prosa partidaria. En la concepción misma de su saga surgen un predominio estético de la palabra, una metaforización de los conceptos y una independencia de artista cabal para concebir un “imaginario” propio y autónomo. En vez de creer que lo político “aseguraría” la narración desde la gastada razón y la ideología, Scorza hizo prevalecer su poética, su universo de amor, sobre lo conceptual”.

“Redoble por Rancas inicia magistralmente el ciclo de las rebeliones de la alta sierra y del hombre peruano contra la cultura invadente. La cultura de dominación. Es una resistencia de cinco siglos de decadencia y de esperanza profunda”.

SU OBRA

Scorza intentó a todo trance ser reconocido como poeta y vivir de los derechos de autor, pero tardó poco en comprender que la poesía no es rentable. De todos modos, había logrado ganar los dos primeros premios en los Juegos Florales del IV centenario de la Universidad Nacional Autónoma de México (1952) y obtenido el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano (1956).

Luego de tres años de vivir en Acoria (Huancavelica) regresa a Lima, en donde realizó su formación escolar en el Colegio Militar Leoncio Prado, el mismo donde estudiaron también el novelista Mario Vargas Llosa y el periodista César Hildebrandt, entre otros. En 1945 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y comenzó una etapa de febril actividad política, militando en el Apra.

Se reseñan a continuación sus libros. En Poesía, Las Imprecaciones (1955); Los adioses (1959); Desengaños del mago (1961); Réquiem para un gentil hombre (1962); Poesía amorosa (1963); El vals de los reptiles (1970) y Poesía completa (2012)

En Novelas: Redoble por Rancas (1970); Historia de Garabombo el Invisible (1972); El jinete insomne (1977); Cantar de Agapito Robles (1977); La tumba del relámpago (1979) y La danza inmóvil (1983).

 

 

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