Una cámara registró un brutal golpe de la “banda de la maza”

Fue en una vivienda de 12 y 77. Entraron dos ladrones, pero afuera había al menos otro

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Un matrimonio y su hija de 15 años vivió muchos años en Villa Elvira. Hace dos, decidieron mudarse a la casa que construyeron en el barrio La Hermosura, saliendo por la ruta 11 hacia Magdalena. La tranquilidad se les terminó cuando allá, en el medio del campo, sufrieron un asalto violento. Eso fue hace dos meses y desencadenó el regreso a su lugar de antes. La familia no tiene calma, porque el domingo les volvieron a robar.

Faltaban pocos minutos para las 15 de esa tarde, cuando las víctimas llegaron de un almuerzo. Como si pareciera sincronizado, dos delincuentes se decidieron a entrar justo en ese momento a la vivienda de 12 y 77.

Ambos encapuchados y con bufandas que les tapaban las caras, los ladrones abrieron la puerta -ancha y de madera- de un solo golpe. Usaron una maza con la que la forzaron, como si de policías en un allanamiento se tratara.

Por lo que se reconstruyó luego, los asaltantes se bajaron de un vehículo donde un cómplice los esperó todo el tiempo. Caminaron una cuadra con ese martillo y al parecer nadie los vio o se sorprendió por su presencia.

La explosión y el ruido a vidrio roto llevó a la confusión a Andrea, su marido y su hija de 15 años. Los adultos se encontraron cara a cara con los intrusos cuando se asomaron a mirar qué pasaba.

La violencia estuvo presente desde el primer instante. Al hombre lo sometieron a culatazos en la cabeza y en la espalda, mientras le reclamaban una y otra vez que les entregara la cantidad de plata que supuestamente tenía.

“Tenía algo en una cartera, que les dije que se lo llevaran, pero no lo agarraron. Se ve que buscaban una cantidad mayor, que acá no había”, explicó Andrea, en diálogo con este medio.

Uno de 35 y el otro más joven, los dos delincuentes tuvieron más interés en someter a las víctimas que en revolver la vivienda para buscar elementos de valor.

Así se entiende que, por ejemplo, a la adolescente le hayan dado un rollo de cinta para que atara de manos a su madre y luego lo repitiera a ella misma. También le reclamaron que se amordazara.

Mientras, al hombre lo siguieron amedrentando, con insultos de todo tipo y apoyándole el caño de un arma en el cuello. “Era como si quemara”, expresó.

En un momento dado, a él lo alejaron de donde estaba su familia para recorrer la casa. Ahí lo hicieron apoyar las manos en el suelo y le dieron patadas en las costillas.

Al final, las víctimas terminaron encerradas en un baño. Los delincuentes se apoderaron de un botín limitado: 300 dólares, una cámara GoPro y un taladro. La odisea se terminó a los 10 minutos de aquel comienzo sorpresivo.

Queda la duda en cuanto a qué vehículo usaron para alejarse de ahí. En el barrio llamaron la atención dos: una camioneta negra marca Chery -que habría sido vista dando vueltas en ese horario- y un auto rojo estacionado a la vuelta de la esquina.

En el frente de la casa hay cámaras de seguridad que captaron cómo el dúo destruía la puerta y cómo se escapaba corriendo.

Ambos trataron de taparse las caras cuando vieron que las filmadoras los detectaban.

La familia hizo la denuncia y recibió a la policía Científica, que se encargó de la pericia.

el antecedente

El 4 de junio pasado, también un domingo, las víctimas aún vivían en la casa nueva que tienen en 640 y 131 del barrio La Hermosura, distante a pocos kilómetros del casco urbano. Ahí se llega por la ruta 11 y se respira un aire de campo muy distinto al urbano.

Por dos años vivieron con tranquilidad, hasta que un robo, casi tan violento como el de anteayer, los dejó golpeados.

Otra vez, al hombre le pegaron, mientras que a su esposa la retuvieron contra una pared. A los tres los tiraron al piso, los encintaron y los cubrieron con un acolchado. Siempre a punta de pistola, exigieron dinero con insistencia.

Aunque se apoderaron de una cantidad de plata, eso no frenó el impulso agresivo de los intrusos, que se terminaron llevando la camioneta familiar, que dejaron en el camino.

Cuando el hombre salió a la calle a mirar, la policía recién llegaba. No pudieron capturarlos.

La pesadilla de entonces los catapultó de nuevo a 12 y 77, por miedo. Pero en lugar de quedarse a resguardo, todo se repitió con la misma violencia.

 

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