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La magistral obra de Guillermo Enrique Hudson. El Camino Real al Sur, que traía el progreso a nuestra región. El dilema de vadear el Riachuelo. La pampa como un mar
Guillermo Enrique Hudson - web
Por MARCELO ORTALE
“En una fría y brillante mañana de junio esperábamos el gran instante de la partida, entre gritos y ruidos, resoplar de caballos y rechinar de cadenas. Recuerdo muchas cosas de ese viaje, que empezó al salir el sol y terminó entre dos luces poco después de ponerse aquél. Al mirar hacia atrás, al poco tiempo habíamos perdido de vista el bajo techo de la casa, pero los árboles, la fila de los veinticinco gigantescos ombúes, fueron visibles, azules a la distancia. Divisábamos varios pequeños montes, aquellas arboledas parecían islas sobre el campo, chato como el mar. Al fin, el monótono paisaje fue palideciendo y se desvaneció. Sólo volví a recobrar mis sentidos cuando ya obscurecía y me bajaron del coche duro de frío. A la mañana siguiente me encontré en un nuevo y extraño mundo”.
Estas palabras de Guillermo Enrique Hudson (1841-1922) fueron escritas en Londres por quien fue, junto a José Hernández, el principal testigo y narrador literario de la llanura bonaerense. De niño había recorrido un tramo del entonces llamado el Camino Real al Sur, que aparece nombrado por primera vez en 1611 en las actas del Cabildo y que recorría las tierras que se extendían –allá por 1846- entre la ciudad de Buenos Aires y el pago de la Magdalena, cuando La Plata aún no había sido fundada.
Cualquiera puede ir y visitar el rancho sobrio en el que nació Hudson. Construido en el siglo XVIII, llegó a ser una casi tapera abandonada, necesitó de una restauración profunda y ahora resiste en pie, convertido en monumento histórico. De los famosos veinticinco ombúes que escoltaban la entrada, sólo quedan tres.
Nacido de padres norteamericanos radicados en la Argentina en 1830, Hudson percibió desde niño la imantada atracción de la llanura y creció entre pájaros y árboles. En 1874, cuando tenía 32 años, afectado por una dolencia cardíaca, se mudó a Londres Allí se casó con la británica Emily Wingrave y en 1889 cofundó la primera sociedad protectora de las aves. Una institución similar en la Argentina lo nombró primer socio honorario, lo que le permitió trabajar por las aves de su distante y añorado país. Sin embargo ganado por la nostalgia, Hudson escribió, textos que lo encumbran en nuestra literatura: “La naturaleza en el Plata”; “Días de ocio en la Patagonia”; “La tierra purpúrea”; “El gorrión de Londres” y “Alla lejos y hace tiempo”, el más famoso de sus libros. Falleció en Worthing ―un pueblo costero sobre el canal de la Mancha, a 80 km al sur de Londres― el 18 de agosto de 1922. Su tumba se encuentra en el cementerio Broadwater and Worthing Cemetery.
Las descripciones más bellas y curiosas se encuentran en su clásico libro “Allá lejos y hace tiempo”, uno de los magistrales textos que escribió Hudson ya retirado en Gran Bretaña, en recuerdo de su tierra argentina y más precisamente de la atalaya en donde había nacido, la pequeña propiedad “Los veinticinco ombúes”, ubicada en la zona sur de Florencio Varela, donde pasó sus primeros años quien sería un naturalista y ornitólogo de primer nivel.
De ese verdadero observatorio, Hudson recuerda que “las pampas son en su mayor parte niveladas como una mesa de billar. Donde nosotros vivíamos, la comarca se presentaba sin embargo ondulada, y nuestra casa hallábase situada en el plan de una de las más altas elevaciones”.
Aquel camino adánico que venía de Buenos Aires nacía en el lado sur de la entonces Plaza Mayor –luego Plaza de Mayo- y comenzaba su avance bochinchero hacia el sur por la actual calle Defensa, para entrar en la zona de quintas que se extendía por el hoy parque Lezama.
El Camino Real al Sur seguía su curso por la avenida Martín García hasta desembocar en la Montes de Oca, ya en pleno campo, en una zona descendente atraída por el entonces límpido Riachuelo. Allí se enfrentaba hasta mediados del siglo XIX el dilema de vadear el curso de agua, puesto que no había puente alguno. Un precario puente de madera construido en 1791 había sido llevado por las aguas.
Los carreros conocían cuál era la zona más estrecha para el cruce, ubicada en donde hoy se encuentra el Puente Pueyrredón. El sistema para vadear el río incluía la necesidad de que los pasajeros de las carretas se introdujeran en las llamadas “pelotas”, que eran una bateas hechas con piel de vaca, que servían para pasar los ríos con personas y algunas pequeñas cargas en su interior. Mientras tanto, los caballos avanzaban tirando de las carretas, buscándose las zonas bajas para el cruce.
Tal como lo señala Juan Carlos Benavente, una vez cruzado el Riachuelo el Camino Real seguía el curso de la actual calle Laprida hasta empalmar con la actual avenida Mitre, vadeando pequeños arroyos que cruzaban la traza. Luego el camino se recostaba hacia el Río de la Plata, para seguir casi al filo de la barranca, atraído en su lento derrotero por las entradas a las principales estancias, ya en la zona de Quilmes, uno de los primeros y más importantes asentamientos poblacionales surgidos en esa zona.
Las descripciones más bellas y curiosas se encuentran en su clásico libro “Allá lejos y hace tiempo”, uno de los magistrales textos que escribió Hudson ya retirado en Gran Bretaña, en recuerdo de su tierra argentina y más precisamente de la atalaya en donde había nacido
En un trabajo que se suma al de Benavente, el historiador Hernán Miguens se ocupa de seguir la traza del Camino Real al Sur a la altura del actual parque Pereyra Iraola, de acuerdo a un itinerario espontáneo que se fue dibujando entre los siglos XVII y XIX, formándose los primeros núcleos urbanos en tierras aledañas. Según Miguens fue fundamental en esa proyección la formación de Reducciones y la expulsión del indio hacia más allá del Río Salado, “hecho que modificó la actividad ganadera y trajo aparejado la consolidación de una estructura de división de tierras rurales, la configuración jurídico-administrativa de la región y el desarrollo de espacios destinados al almacenaje de productos a orillas del Riachuelo”.
Cabe señalar que, hasta no hace mucho –y existen artículos publicados en este diario a mediados del siglo pasado- el Camino Real al Sur que llevaba carruajes con pasajeros y cargas hasta Magdalena, contó con una posta que se encontraba a la altura de City Bell, en la actual esquina del Camino General Belgrano con la calle 11 (hoy 467). Allí estuvo hasta mediados de la década del 60 el almacén “El Argentino”, heredero directo de la posta donde se renovaban las caballadas.
Se conoce, también, que no pocos europeos que llegaban al país y recalaban en el Hotel de Inmigrantes, a fines del siglo XIX contrataban carretas en las que ponían sus pertenencias y viajaban hacia ciudades del interior –como Brandsen, Magdalena, Las Flores y otras- utilizando tramos del Real Camino al Sur. Atrás de ellos aparecerían los teodolitos que gestarían la línea geométrica fundacional del camino General Belgrano y, junto a ellos, el progreso de un país que había decidido crecer hacia todos sus puntos cardinales, disparando –como decía Sarmiento- “ferrocarriles a la Luna”.
Ezequiel Martínez Estrada escribió sobre Hudson: “Nuestras cosas no han tenido poeta, pintor ni intérprete semejante a Hudson ni lo tendrán nunca”, prefiriendo su obra sobre el canonizado Martín Fierro.
Borges sostuvo algo similar: “Quizá ninguna de las obras de la literatura gauchesca aventaje a The Purple Land...(La tierra purpúrea). Es de los pocos libros felices que nos han deparado los siglos”.
Para el novelista polaco Joseph Conrad, que conoció a Hudson en Londres, la técnica de escritura del argentino podía definirse así: “Es como si un fino y suave espíritu estuviera soplándole las frases. Uno no puede decir cómo este hombre consigue sus efectos; escribe como crecen los pastos”.
Uno de los datos más curiosos que acompaña al legado literario de Hudson lo constituye la verdadera veneración que siente hacia él la colectividad japonesa en la Argentina, que admira el naturalismo en su obra. La mayoría de sus libros están traducidos al japonés. Algún crítico ha señalado que hay un texto de Hudson en donde explica su panteísmo, tan oriental y cercano a la cultura japonesa. Es el que dice: “El cielo azul, el oscuro suelo debajo, los pastos, los árboles, la lluvia y las estrellas no son extrañas para mí, porque yo estoy en ellas y mi carne y el suelo son uno y el calor de mi sangre y el ardor del sol son uno y el viento y la tempestad y mis pasiones son uno”.
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