Enseñanzas que deja la tragedia de la aeronave caída en el delta del Paraná

El anuncio oficial de que los restos hallados en el interior de la aeronave que cayó en la confluencia de los ríos Paraná y Barca Grande son de los tres ocupantes, cuyos cuerpos fueron ahora enviados a la morgue para hacerles los correspondientes estudios de ADN, constituye una dolorosa confirmación de los trágicos alcances de ese accidente y, por cierto, una instancia procesal decisiva en la investigación que se realiza.

Tal como se informó, la jueza federal actuante detalló que los restos recuperados fueron trasladados al Departamento de Medicina Forense de San Isidro, donde están siendo analizados.

Más allá de las definiciones y peculiaridades de esta causa judicial, pueden y deben reiterarse consideraciones y conclusiones de índole general, que pueden ser válidas acerca de la necesidad de que se alcance, cuanto antes, una mayor eficacia en las estructuras de defensa civil, policiales y judiciales que se abocan normalmente a las tareas de búsqueda en caso de accidentes de esta naturaleza.

Resulta inevitable volver a mencionar el caso Pomar, aquella familia que inició el 14 de noviembre de 2009 un viaje en auto en la ruta hacia Pergamino y que desapareció. Luego de 24 días en los que se realizaron, según se aseguró, múltiples rastrillajes, fueron hallados muertos a la vera de esa misma ruta.

Cabría señalar que, pese a esos numerosos operativos realizados, fueron detectados por el pasajero de un ómnibus que pasaba por el lugar. Se sabe que, lamentablemente, existen muchos ejemplos similares, demostrativos de las enormes fallas funcionales que se suelen advertir en estos tipos de episodios.

En el caso del avión caído en el Paraná, ahora se conoció la existencia de un testigo ocular del accidente aéreo, quien asegura haber denunciado el episodio ante las autoridades de la Prefectura Naval de Escobar el mismo día en que ocurrió.

El hombre dijo haber divisado a una aeronave que venía perdiendo altura hasta desaparecer detrás de un monte y, según se supo, recién, muchos días después, una partida policial de Seguridad Aeroportuaria fue con el testigo a recorrer la zona en barco para tratar de encontrar algo, aunque sin resultados. Sin embargo, hace pocos días, los restos del avión aparecieron cerca de ese lugar.

Testigos como el aquí mencionado fueron decisivos para esclarecer muchos casos, como el atentado con bombas en el subte de París ocurrido el 25 de julio de 1995. Tanto en este episodio del avión, como en muchos otros en los que se investigó en forma tardía, errática o deficiente, quedaron a la vista verdaderas muestras de ineficacia administrativa, policial y judicial, a través de investigaciones realizadas durante muchos meses que derivaron, no pocas veces, en burdos fracasos.

Está claro que tanto la Nación como la Provincia necesitan intervenir para que se mejore en forma sustancial la capacidad de prevención, rastreo y detección, ya que sin un mejor nivel continuarán las demoras y los errores.

Con sobrada razón la ciudadanía -en especial los familiares de las eventuales víctimas de hechos como el que hoy nos ocupan- reclama una mayor eficacia investigativa y operativa del Estado.