Ir por aceras amigables

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La Plata, una ciudad que por los criterios urbanísticos de su fundación fue presentada ante la UNESCO para ser incluida entre los Patrimonios culturales de la Humanidad, debe cuanto menos tener veredas transitables, libres de todo obstáculo y sin baldosas flojas, ni raíces de árboles que afloran como montículos infranqueables. Más allá de la cuestión estética, la inmensa cantidad de vallas que deben sortear ancianos con problemas de motricidad, madres con cochecitos de bebés, personas no videntes o quienes se mueven en silla de ruedas, habla de una indiferencia mayúscula a las necesidades más básicas del prójimo, como es el poder desplazarse de un lugar a otro sin el riesgo de sufrir un accidente.

En una ciudad con vecinos que por distintas razones no se hacen cargo de sus veredas, el Estado municipal debería establecer acciones directas para favorecer la puesta en valor de las mismas. Además deberían aplicarse severas penalidades a las empresas de servicios que hacen arreglos en sus redes, pero dejan durante períodos injustificadamente largos, pozos, montículos de tierra y hasta precarias maderas sobre el piso, en lugar de dejar las veredas a nivel y con las baldosas correspondientes.

Es posible que a fuerza de convivir en un paisaje donde desde hace años prevalecen las veredas rotas y ocupadas, el problema deje de notarse como tal hasta el momento en el que ocurre un contratiempo. Sin embargo, el Municipio debe estar a la cabeza de una campaña que promueva veredas amigables para todos y, en ese contexto, fomentar un espacio de encuentro con los vecinos para estimularlos a hacerse cargo de los arreglos que estén a su alcance, como establece el espíritu de una ordenanza en estudio.

 

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