¿Queremos saber esas cosas?

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El fugaz avance de la tecnología sigue abriendo puertas, que a la vez, cada una de ellas van disparando preguntas que en la mayoría de los casos es difícil encontrar una respuesta que nos deje satisfechos. Así, la inteligencia artificial empieza a meter miedo en una sociedad que se va dando cuenta que se va borrando cada vez más esa delgada línea que separa lo público de lo privado. El tema no pasa sólo por este hallazgo del reconocimiento facial que permitiría conocer la orientación sexual de una persona. Sino también por el hecho de que es un camino que podría ser transitado para explorar relaciones entre otros fenómenos, como las ideas políticas, la salud mental o la personalidad del propio individuo. Y esta idea cae en una línea de pensamiento que viene intrigando al hombre desde los primeros tiempos porque ya lo proponía Aristóteles con la fisiognomía al hablar de la relación entre el carácter y los rasgos faciales al pensar que se daba una interacción estrecha entre cuerpo y alma. Hoy, más de dos mil años después, seguimos en la misma búsqueda, con una pregunta que se repite: ¿para qué queremos saberlo?. En el diario inglés “The Guardian”, Brian Brackeen, CEO de la empresa de reconocimiento facial Kairos, se sube al mismo tren al sostener que “la Inteligencia artificial puede decirte cualquier cosa sobre cualquier persona si existen datos suficientes”. La pregunta es, como sociedad, ¿queremos saber esas cosas?”.

 

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