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Séptimo Día |PROFESOR UNIVERSITARIO DE FILOSOFÍA, PERIODISTA, ADMIRADO POR RAY BRADBURY

El hombre en fuga hacia el futuro

Pablo Capanna, un escritor inclasificable y brillante. Se lo considera como a un Macedonio Fernández actual. Ejerce la filosofía fecundada por la ciencia ficción. Sus temas oscilan entre la tecnología y la humanidad

El hombre en fuga hacia el futuro

Pablo Capanna / web

MARCELO ORTALE

18 de Noviembre de 2018 | 08:31
Edición impresa

Algunos lo califican como “futurnauta”, explorador del futuro. También como el primer filósofo en lengua española que abordó el tema de la ciencia ficción, hasta llegar a ser elogiado por Ray Bradbury. Filósofo, escritor, docente y periodista, Pablo Capanna es también, a su manera, un nuevo Macedonio Fernández de la literatura argentina: esto quiere decir, un escritor predilecto de los escritores, un metafísico elegido por los metafísicos y, si se quiere, el más escondido y brillante de los peritos en pensar, que permanece aún, ya pisando los 80 años, replegado en sí mismo, nutriéndose con la serenidad de estar así.

Capanna es un maestro de la ciencia ficción, pero en diálogo abierto con la filosofía y las otras disciplinas. Va de las metáforas más audaces a los mitos más antiguos con una facilidad que asombra. El hombre combina todo el tiempo, incluye en plenitud al universo digital, pero no se aleja de Platón. A veces somos primitivos, a veces modernos, a veces visionarios.

¿Qué es esto de la fusión entre filosofía y ciencia ficción?, se le pregunta a Capanna en su casa de José C. Paz. “No hay tal fusión, pero sí quizás algo parecido a la fecundación mutua. Olaf Stapledon, uno de los padres de la ciencia ficción moderna, era filósofo. El propio Philip K Dick fue un lector voraz de filosofía, a pesar de haber abandonado la carrera a pocos meses de empezarla. En mi adolescencia, tenía gran interés por la ciencia pero carecía de vocación por una ciencia en particular. Cuando conocí la filosofía me pareció que ahí encontraría la libertad y la amplitud de miras que estaba buscando. Pero eso no lo había aprendido en la escuela sino en “Mas allá”, la primera revista de ciencia ficción que leí. Mi interés por el género siempre fue más filosófico que literario, y no han dejado de reprochármelo. Pero cuando me parecía que algún autor merecía ser conocido no podía esperar que lo avalaran los académicos. Por suerte, con el andar del tiempo llegaban a descubrirlo y a veces reconocían mis esfuerzos”.

Todo se mueve en el mundo de Capanna. Vivimos sobre temblorosas placas tectónicas, no sobre el fluir del famoso río, en permanentes mutaciones. La historia del pensamiento humano fue elaborándose, sigue diciendo, a partir de áridos razonamientos y silogismos rigurosos. Sin embargo, “las ideas más persistentes fueron escritas en moldes que pertenecen a la ficción, y fue sobre todo por la eficacia persuasiva de esos elementos ficcionales que esas ideas se fijaron en nuestra forma de pensar”.

Su estilo es impecable, moderadamente zumbón. Un capítulo de “Maquinaciones” arranca así: “La cruel necesidad, o alguna inconfesable perversión, me obligaron a pasar la vida viajando por el ferrocarril San Martín, más bizarro aunque mucho menos cómodo que el Expreso de Oriente”.

Capanna nació en la apropiada ciudad de Florencia, Italia, en 1939 y seguramente en su infancia fue alcanzado por el “Síndrome de Stendhal” , esa suerte de vértigo que embarga a las personas cuando se encuentran expuestas a semejante acumulación de cultura y obras de arte. Pero de allí, aún niño, a los diez años emigró para Buenos Aires. En Italia había conocido los dibujos de Misterix y Bull Rocket. Su personaje favorito era Flash Gordon y devoraba las aventuras de Osterheld, adentrándose así en la ciencia ficción mientras también leía a Verne. Su adolescencia argentina fue en Ramos Mejía como alumno de un Comercial y aprendió dibujo de historietas por correo. Se graduó como perito mercantil, aunque no como historietista.

La problemática ambiental es la mayor novedad política e ideológica en más de un siglo

 

Pensó en estudiar psicología y al final optó por la filosofía. Estudió en la Universidad de Buenos Aires mientras trabajaba en el Ferrocarril Belgrano y en 1964 se graduó como profesor de Filosofía. Se inició como profesor polirrubro en la Escuela Técnica Ford de General Pacheco y ya casado había echado raíces en José C. Paz, donde vive actualmente. Durante décadas enseñó filosofía en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), además de haber colaborado en Página 12, donde colabora en el suplemento Futuro, en La Nación, Clarín, El País de Montevideo, Criterio y en muchas otras publicaciones. En Europa su nombre es conocido y respetado.

En 1967 publicó “El sentido de la ciencia ficción”; siguió “La tecnarquía” (1973); “El señor de la tarde” (1983); “Idios Kosmos” (2005); “J.G. Ballard, el tiempo desolado” (2009); “Excursos” (1999); “Andrei Tarcovsky: el ícono y la pantalla” (2003); “Ciencia ficción, utopía y mercado” (2007); “Conspiraciones” (2009); “Inspiraciones” (2010)”; “Maquinaciones (2011) y “Natura” (2016), su libro predilecto.

EL HOMBRE QUE RESPONDE

-Usted ha escrito que los cambios experimentados en el siglo XIX fueron más importantes que los del siglo XX, ¿podría desarrollar esa idea?

-Con la revolución industrial del siglo XIX se puso en marcha un proceso que cambió de raíz la calidad y la expectativa de vida, que eran casi las mismas desde la prehistoria. No hace tanto tiempo, las personas centenarias sólo estaban en los cuentos de hadas, pero hoy los cumpleaños de Cien son tan comunes que la televisión ni siquiera se molesta en mencionarlos. Para mucha gente la palabra “tecnología” sólo evoca las aplicaciones del celular, pero se trata de mucho más que eso. Técnica siempre hubo, pero la tecnología es hija de la ciencia y del ingenio práctico. Con talento necesario e inversión es posible resolver la mayoría de los problemas prácticos. La cuestión es saber cómo plantearlos y quiénes lo hacen. Los avances en materia de comunicaciones parecen no tener fin, pero si sólo sirven para conocer al perrito del amigo o mostrar la torta que nos comimos ayer, estamos en problemas. Más urgente sería ponerse a pensaren resolver la marginación, lo cual aliviaría la inseguridad, pero eso es más política que tecnología. Desconfiamos de las intenciones de quienes nos imponen las innovaciones, pero éstas pueden escapar de su control, tanto para bien como para mal. Pero hasta podría ocurrir que esos autos robots que diseñan las empresas de Internet para que la gente esté conectada hasta cuando viaja, terminen organizando el tránsito y reduciendo la contaminación. La necesidad hasta puede llegar a acelerar el desarrollo de tecnologías que sean realmente sustentables.

-¿Cómo explica el hecho de que en una etapa histórica caracterizada por la explosión tecnológica, haya nacido el ecologismo?

-El ecologismo es la contracara del culto al progreso ilimitado. El siglo XIX veía al progreso como la epopeya de una humanidad que dominaría el universo: esa “conquista del espacio” que promovía la ciencia ficción fue su mejor expresión. En este esquema, la naturaleza apenas era materia prima en manos del Hombre; a nadie se le ocurría pensar en el costo que eso tendría. Cuando la ciencia puso en juego la entropía y el Big Bang, nos dimos cuenta de que el propio cosmos era limitado y comenzó a cambiar nuestra visión de la naturaleza. También entendimos que nuestras acciones podían volverse contra nosotros mismos. Los efectos colaterales de una tecnología sin conciencia ni control, desde Chernobyl y Seveso hasta el cambio climático global, empezaron a convencernos. La aparición de la problemática ambiental es la mayor novedad política e ideológica en más de un siglo. Pero cuando ya queda muy poco por destruir, la toma de conciencia no puede demorar otro siglo más”.

-Se está hablando en estos días de la inminente desaparición de Venecia. Alguna vez se habló de un proyecto destinado a hacer descender el nivel de las aguas del Mediterráneo y eso, a lo mejor, evitaría que a la pobre Venecia se la trague el mar.

-La paradoja es que si bajamos el nivel del Mediterráneo, como propuso un ambicioso proyecto de hace cien años, Venecia dejaría de ser lo que es, porque en lugar de canales tendría autopistas. Sabemos que Angkor Vat y las pirámides mayas fueron tragadas por la selva en medio de alguno de los tantos cambios climáticos. Nadie dejaría de lamentar la desaparición de Venecia, aunque no creo que lo mismo valdría para los rascacielos gigantes que levantaron los árabes con sus petrodólares o los chinos con su industria. Hoy compiten por el récord de gigantismo, pero con el tiempo pueden llegar a ser parte de una arcaica leyenda mesopotámica: la torre de Babel 2.

“Cuando ya queda poco por destruir, la toma de conciencia no puede demorar otro siglo más”

 

-Su último libro, Natura, es su predilecto. ¿Por qué?

-Natura no sólo es el más reciente sino el más importante de mis libros. Me ha costado veinte años de estudio y permanente reescritura: es algo que ahora permiten hacer las computadoras y que los perezosos no saben aprovechar. Comencé a escribir lo que sería Natura cuando cayó el muro de Berlín y avancé a tientas sin saber adónde iría a parar. Luego, la caída de las Torres gemelas pareció señalar el comienzo de una nueva era, imprevisible y marcada por aquello que Freud hubiera llamado “el retorno de lo reprimido.” En ese libro puse lo que había aprendido explorando otros temas y volqué todos mis intereses, desde la literatura fantástica hasta la epistemología y el cine. A medida que investigaba fue apareciendo cierta lógica en la cambiante actitud que había tenido nuestra civilización hacia la naturaleza. Pensé que cabía explicarla por la alternancia de cuatro matrices religiosas o si se prefiere, ideológicas: griega, bíblica, hermética y gnóstica. Un día todo ese esquema pareció “cerrar”, porque ayudaba a entender no sólo lo ocurrido en los últimos dos milenios, sino hasta el presente. Es la clase de metarrelatos que hoy propugnan todas las academias del mundo, que recomiendan especializarse en un área cada vez más pequeña para llegar a saber todo sobre casi nada y renunciar a ayudar al hombre de la calle, que termina sin saber nada de casi todo.

****

Julián Diez es un filósofo y escritor español, autor de una nutrida “Historia y antología de la ciencia ficción española”, escrita a fines de los noventa. Allí escribe: “En nuestro país han aparecido escritores, revistas, y colecciones de gran calidad (se refiere a la Ciencia Ficción), sin embargo todavía nos falta algo. Un Pablo Capanna”.

 

Natura

PABLO CAPPANA

Editorial: Universidad Nacional de Quilmes Editorial

Páginas: 216

Precio: $ 250

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