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Ciento treinta y seis años no es nada

Por ABEL BLAS ROMÁN, ex Intendente de La Plata

Ciento treinta y seis años no es nada

ABEL BLAS ROMÁN

19 de Noviembre de 2018 | 02:21
Edición impresa

Alfredo Lepera inmortalizó la idea “veinte años no es nada”. Los platenses nos hemos preguntado a lo largo de los años, ¿cincuenta tampoco? ¿Cien lo mismo? ¿Ciento veinte y más lo mismo? Y ahora van ciento treinta y seis...

No hay mesa de conversación, ni reunión en universidades, fundaciones, asociaciones de vecinos o charlas de clubes de barrio de Villa Elvira a City Bell, de Los Hornos a Melchor Romero del Museo de Ciencias al Estadio Único, en la que no se coincida en la idea de revitalizar algunos aspectos del proyecto fundacional de La Plata, y todos, sin excepción, de cualquier actividad y de toda militancia claramente muestran una intención, una coincidencia y aún una fervorosa aceptación.

Parece cierto que todos “queremos hacer” de La Plata una ciudad mejor, que partiendo de su ejemplaridad, convoque y lidere una renovación en las actitudes y conductas y las personas de los políticos y especialmente en toda la dirigencia de la sociedad civil que la compone.

Pero este es sólo un ideal ético (el querer), que por sí solo nada obtiene y nada logra sino va acompañado del ideal político que es el “saber hacer”.

Es bueno y necesario que en este punto, nos formulemos una sincera reflexión con relación a la conducta de los que nos consideramos platenses, de quienes hacemos o no hacemos política, pero tenemos una inserción natural en la sociedad civil.

Al observar la magnitud de la tarea, la dimensión de la empresa, inmediatamente solemos ser ganados por el escepticismo. La prolongada decadencia, el poder de los mediocres, la victoria de los corruptos son la cantera de la que obtenemos los sobrados argumentos para la conclusión inexorable sobre nuestro fracaso.

Recordemos lo que alguna vez aprendimos: una vida noble, no es una vida de buen éxito, sino una vida poblada de honrados intentos, por aquello que decía Cervantes, que vale más el camino que la posada.

Por último, debemos dejar de justificarnos en la crítica de lo existente, pues al limitarnos a una exposición (aunque lúcida) de nuestro malestar con la realidad que otros manejan, nunca saldremos del diagnóstico. Nuevamente volvamos a Cervantes: “…nadie es más que otro, mientras no haga más que otro”.

En una pendiente que parece indetenible, invadidos por el desánimo, los platenses (y no solos) hemos roto el espejo de la credibilidad, no estamos dispuestos a hacer porque no tenemos razones para creer. Solo un gran esfuerzo colectivo puede producir el demorado salto hacia delante. Estamos prisioneros de los signos contradictorios en una especie de piqueterismo ideológico y espiritual que nos precipitan en la tensión conflictiva y desvirtúan la misión para la que la Ciudad fue fundada.

La fundación de La Plata fue una circunstancia decisiva en un ciclo de lucidez de nuestra historia y un diseño político en el que prevaleció el intelecto, sobre otras fuerzas encontradas. Si en verdad queremos escribir un guión superador, recuperar una voz fundacional debemos comenzar por rescatar los afectos sociales y debemos recuperar coraje cívico, rearmarnos ideológicamente de optimismo maduro y retomar la ruta histórica en la que nos puso la construcción de La Plata, que, plasmó una sugerente fusión de la cultura con la política y la economía combinándolas con equilibrio y dirección al progreso.

Si desde una universidad, un colegio profesional, una entidad de bien público o inclusive una modesta biblioteca popular que tanto han hacho por los jóvenes de la Ciudad se animarán y convocarán a materializar la “usina de ideas” que imaginó Joaquín V. González, puede realizar el aporte inicial e ineluctable del pensamiento sereno y orientador, alejado de luchas intestinas sin fin y de mezquindades deformantes.

“La Plata será lo que dicten las voces de sus aulas”. La cita es de Alejandro Korn. Desde ellas saldrá la posibilidad del renacimiento, esta es la misión, que exige laboriosidad, sacrificio y perseverancia, ¡si lo sabían! Enrique V. Galli, Ataulfo Pérez Aznar, Florencio Pérez, Nicodemo Scenna, José María Prado y René Favaloro, por no mencionar sino un puñado.

Esta es, y será porque así fue desde su nacimiento la FUNCIÓN CAPITAL, lo entiendan o no los gobernantes de turno la Provincia no tendrá destino sino tiene clara y fortalecida su cabeza. Eso es lo que quiere decir Capital y esa es la verdadera maldición de Rocha: “No habrá Provincia de Buenos Aire sólida y progresista sin la función capital de La Plata”.

¿Cuál es el sentido de la expresión “capitalidad”, cuando se alude al origen y destino de la ciudad de La Plata? Ese destino no se plasma ni perfecciona con ser la sede del Gobierno Provincial, ni se cumple por una norma constitucional que así lo establece. No es, entonces, una cuestión que se resuelva de manera normativa, ni tampoco se agota con ser estructura y sede administrativa del gobierno de la Provincia.

Por otro lado, tampoco es un tema que se exprese en el tamaño demográfico o económico, no es una función de dominio, ni de supremacía ni poder.

Además esta ciudad fue creada cuando ya existía la Provincia, de la que iba a ser capital y con decenas de ciudades bonaerenses más antiguas que ella.

Un destino, una función y una ciudad por hacer.

La función aglutinante, la misión orientadora, la capacidad para definir los perfiles e intereses propios del estado provincial, eran todas aptitudes cuyo reconocimiento debía ser ganado. A la legalidad de origen que le correspondía al reemplazar a la ciudad de Buenos Aires, debía sumarle la legitimidad de ejercicio, conduciendo a la provincia y desde ella contribuir a hacer posible y vigoroso el Federalismo en la República.

Esta es la tarea increíblemente inconclusa a los 136 años pero vuelvo a Lepera : “Tengo escondida una esperanza humilde”.

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