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DANIEL SALVADOR (*)
No es sencillo gobernar una provincia argentina. Menos aún, la provincia de Buenos Aires que concentra un cuarenta por ciento de la población del país. Un país cuya demografía revela grandes concentraciones urbanas –como el Gran Buenos Aires- y vastas extensiones casi despobladas.
Precisamente, en esa gran concentración urbana del Gran Buenos Aires radica, en buena medida, el muestrario de carencias y déficits que azota desde hace mucho tiempo a al menos un tercio de la población argentina.
Allí faltan cloacas. Allí son pocos los barrios que gozan de una red de agua potable. No hay o son escasos los desagües pluviales. Ni que hablar de aceras. O de calzadas pavimentadas. De iluminación pública. De servicios elementales como los sanitarios. De seguridad. De educación pública.
Nadie ignora que esta suma de carencias viene desde hace tiempo. Demasiado tiempo. Décadas de mucha publicidad y pocas obras. De repetidos cortes de cintas. De dudosa calidad de los trabajos. De incierta finalización de los mismos.
Tampoco nadie puede aseverar que tras tres años de gobierno de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, los déficits dejaron de ser tales. Pero, sinceridad mediante, nunca en la historia reciente fueron emprendidas, avanzaron y, en gran medida, fueron terminadas tantas obras como en la administración de María Eugenia Vidal.
“Un buen gobierno que se precie de tal es aquel que atiende la coyuntura pero que, a la vez, planifica el futuro”
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Ninguna de dichas obras, como antaño, quedó paralizada. Ni aún frente a las dificultades que atraviesa la economía nacional. Tampoco ninguna fue inaugurada más de una vez.
A su vez, la atención del atraso que castiga a la mayor parte del Gran Buenos Aires no implicó abandonar a su suerte al inmenso interior de la provincia.
Así cada uno de los 135 distritos que integran el territorio bonaerense pudo contar con obras financiadas por el gobierno provincial. Todos, sin importar el color político del gobierno local. Otra diferencia con un reciente pasado selectivo cuando se premiaba o se castigaba a dichos gobiernos sin importar los vecinos.
Las obras públicas mejoran la calidad de vida de quienes las utilizan o de quienes recurren a ellas. Cualquier sabe que no es lo mismo circular, a pie o en vehículo, por el barro que por el asfalto. Que no es lo mismo, acercarse a una guardia de hospital modernizada y dotada de elementos que lo contrario.
Un gobierno que se precia de buen gobierno es aquel que atiende la coyuntura pero que, a la vez, planifica para el futuro. En ese futuro, que también es presente, se inscribe la obra pública.
Pero existen elementos menos tangibles que no dejan de ser trascendentes y fundamentales para alcanzar ese anhelo de una mejor calidad de vida para los bonaerenses.
Se trata del rol del Estado. No puede, no debe, el Estado provincial gastar más de cuanto recauda. Eso siempre fue pan para hoy y hambre para mañana. La irresponsabilidad de gobiernos anteriores desembocó en la crisis que toca a Cambiemos sincerar y superar.
Lleva y llevará tiempo. Más del que cada uno de nosotros imaginó hace tres años. Es así. Siempre es así. Décadas de gasto excesivo en el Estado y de falta de obras no queda atrás en solo tres años. Ni que hablar de la corrupción, renglón sobre el que debe opinar la justicia.
¿Y mientras tanto? Mientras tanto hace falta atender la coyuntura. En particular, de los sectores más vulnerables de la sociedad. De los que se ubican por debajo de la línea de indigencia. No queda otra que el asistencialismo. Todos los ciudadanos, impuestos mediante, debemos hacer el esfuerzo solidario.
No será para siempre. Superadas las incertidumbres, la Argentina volverá a crecer. Siempre y cuando no se separe de un camino construido sobre bases sólidas. Siempre y cuando no caiga nuevamente en el facilismo populista que tanto daño generó sobre la cotidianeidad y las mentes de muchos compatriotas.
Ese crecimiento vendrá solo de la mano de la inversión que es producción y que es trabajo. Pero que requiere seriedad, honestidad, previsibilidad y seguridad para tornarse en realidad. En eso estamos, a eso apuntamos todos nuestros esfuerzos.
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