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Por MARTÍN TETAZ (*)
Twitter: @martintetaz
Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto gobernó Roma entre el año 284 y el 305. En la historia del imperio se lo recuerda por su enorme despliegue militar y al mismo tiempo por haber sostenido la paz con el Imperio persa de sasánida, pero en el Museo de Pergamo, en la ciudad alemana de Berlín, lo que resalta es un resto de un pergamino que contiene un fragmento del Edicto con el que el Emperador pretendía controlar la inflación que sacudía a la región.
La norma determinaba una serie de precios máximos de productos de primera necesidad, pero también fijaba los salarios y establecía duras penas para los que osaran negociar valores por fuera de los límites que establecía el poder.
“¿Hay algún caso de inflación en una economía de trueque?”
Aunque todos los precios estaban nominados en denarios, Dioclesiano buscaba la convergencia monetaria a un nuevo signo; el argenteo. No necesito contarles como terminó el plan.
Quiero empezar este razonamiento con una pregunta capciosa ¿hay algún caso de inflación en una economía de trueque? ¿Podría ser que el granjero que antes cambiaba una gallina por dos kilos de pan, ahora exija que se le paguen tres kilos de flautitas para desprenderse de cada pieza de su producción avícola y que al mismo tiempo el panadero que antes pedía una gallina cada dos kilos de pan, ahora pida dos gallinas a cambio de la misma cantidad bolsa de flautitas? Imposible. ¿Seguro?
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Para que exista inflación, obviamente necesitamos dinero; es una condición necesaria. De allí que para el monetarismo “la inflación es siempre y en cualquier lugar un fenómeno monetario”. La comprobación empírica de este fenómeno es impresionante. Por ejemplo, los Rolling Stones hicieron cuatro visitas a la Argentina; si uno mira la evolución del precio de la entrada es exactamente la misma que los cambios en la cantidad de dinero entre esos eventos. ¿Casualidad? La gente de la consultora Oikos hizo el mismo calculo mirando el precio de las entradas de futbol desde el 2003 y encontró una correlación del 99,4%, que en castellano y parafraseando a Clinton, quiere decir “es la cantidad de dinero, estúpido”.
Pero volvamos al ejemplo de la economía de trueque. ¿Qué pasa si el granjero y el panadero piensan que hay inflación y que por lo tanto deberían exigir más pan por cada pollo y más pollo por cada pan, al mismo tiempo? Es evidente que ese intercambio sería imposible de materializarse. Así y todo, si alguien del INDEC pregunta los precios del pollo y del pan, registraría inflación, siempre que esos sean los precios puestos en la góndola. Esa no sería, para ponerlo en términos economicistas, una situación de equilibrio, pero sería posible.
“Para que exista la inflación, obviamente, necesitamos dinero”
Lo que quiero mostrar con esto es que, aunque el exceso de medios de pago en relación a los bienes de la economía y a la voluntad de la gente de ahorrar en pesos debajo del colchón, produce inflación, transitoriamente una economía podría experimentar alta inflación incluso cuando no exista convalidación monetaria.
Dicho esto, en argentina la cantidad de billetes, en relación a la cantidad de bienes, se multiplicó por 22 desde el 2003 a la fecha. Negar el efecto del dinero en los precios nominales, con una expansión monetaria tan espectacular, es de una necedad supina, pero pensar que el freno automático de la emisión congela los precios, también es un error, aun cuando estoy dentro de los economistas que lo considera necesario.
Una de las formas de evitar el traslado de la emisión a los precios, es congelar el dólar. Si duplicamos mañana la cantidad de dinero, pero dejamos el dólar clavado en $20, lo productores locales no podrían duplicar todos los precios, siempre que fuera posible importar los bienes del exterior. Pongamos el ejemplo de un paquete de fideos local, que compite con una pasta similar importada de Italia, por la que se pagan 2 dólares. Simplificando el resto de los componentes del precio, supongamos que en el súper los tallarines quedan a $40. En ese caso no sería posible que el exceso de billetes se manifieste en un mayor precio nominal del producto que se fabrica en casa, porque mientras el dólar este congelado siempre será posible importar el producto a $40.
Obviamente, si persiste esa conducta generaría un boom importador y una demanda creciente de dólares, puestos que además habría cada vez más pesos para comprar billetes norteamericanos. A diferencia de las películas; aquí cualquier semejanza con la economía del cepo y las restricciones a las importaciones (DJAI), no es mera coincidencia
Si al cabo de un tiempo el dólar se libera y su precio sube, ya no será posible sostener el paquete de fideos a $40, pero no es la devaluación la que ha producido la inflación, sino el aumento de la cantidad de dinero que la precedió y la generó.
Me gusta aquí pensar a la inflación como una persona que va en un tren a 20 kilómetros por hora, se para y camina en el sentido de la formación, a 5 kilómetros por hora. Si alguien mide la velocidad a la que avanza nuestro pasajero, verá que en realidad se mueve a 25 kilómetros por hora. Esa es la inflación observada. Si en cambio el viajante camina en sentido contrario, que sería en nuestra analogía el equivalente a achicar la cantidad de dinero y bajar la inflación, todavía se movería a 15 kilómetros por hora, por culpa de la inercia.
Para el observador externo que juzga a la inflación mirando el GPS del pasajero, los precios siguen moviéndose muy rápido. Al mismo tiempo la política antinflacionaria está funcionando.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de “Casual Mente” y “Psychonomics”
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