“El sacrificio del ciervo sagrado”: la incomodidad como bandera

“No entiendes el tono, es una comedia”, le dijo el director Yorgos Lanthimos durante el primer día de rodaje a Nicole Kidman, la protagonista de “El sacrificio del ciervo sagrado”, que llega a cines el jueves. La declaración quizás sorprenda a quienes hayan tomado en serio la obra del director de “Dogtooth” o “Langosta”, pero mucho más sorprenderá a quienes ya vieron la nueva cinta del cineasta griego y quedaron aplastados por esta tragedia marcada por el terror psicológico, los climas apabullantes y un humor negro que apenas permite una mínima huída de la asfixia que provoca esta historia sobre una familia en apareciencia perfecta (Kidman y Colin Farrell, interpretando a dos médicos) y desbaratada por la llegada del pesadillesco Martin (Barry Keogan), cuyo padre murió en la mesa de operaciones de Farrell.

El estilo de Lanthimos es llevada en este trabajo al extremo: frío y distante, con actores trabajando como cáscaras, con un relato sinuoso e ilógico y la incomodidad como bandera marcando cada plano, subrayado por el uso disonante y enfático de la música. El resultado, si despierta alguna sonrisa inquieta, es más bien aterrador, lejos del “deadpan” de “Langosta”: perturbar parece ser la misión de Lanthimos, que lleva su propia estética al extremo, recortando todo atisbo de concesión a la audiencia que, en su presentación en Cannes, la abucheó de pie, con algunos aplausos dispersos que, en realidad, señalaban que por suerte había terminado el suplicio.

Lanthimos reveló en Cannes que “quería explorar el asunto del sacrificio”, y que escribió una historia que pretendía ser sobre la justicia y la naturaleza humana y que fue derivando hacia un análisis de los comportamientos cuando se producen grandes dilemas. Es entonces cuando hay que hacer sacrificios, “es parte de la humanidad”.

Con una música muy presente en la narración y que recuerda al cine de terror de los setenta, y una estética tan limpia como el ambiente en el que trabaja el protagonista (un clima ascéptico en el que irrumpe el personaje de Keogan), Lanthimos construye una película en la que la amenaza procede de una especie de magia vudú inexplicable. Pero Lanthimos explica que “no es una película simbólica” sino “muy evidente”. “Vemos claramente que hay ese sentimiento de culpabilidad, esa noción de injusticia, todo es evidente en la película, no está oculto. Mis filmes son muy directos”, señaló el realizador.

MÁS YORGOS

“El mundo necesita más gente como Yorgos, es único”, dice Kidman, quien por primera vez trabajó con el director que dejó azorados a los especialistas, con muchos manifestando hartazgo por la utilización que hace el griego de su virtuosismo, puesto al servicio de la manipulación del espectador y el sadismo. Lanthimos, seguramente, recibirá chocho estas críticas: su cine se basa en generar rechazo en buena medida (eso que, probablemente, el director llame humor).

Así lo prueba su acercamiento a la dirección actoral: Kidman destacó además la tranquila y silenciosa forma de trabajar de Lanthimos, que apenas usaba interjecciones para comunicarse con los actores y que asegura que prefería jugar con ellos y no pensar demasiado durante la preparación de las escenas.

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“Le hacías una pregunta y te contestaba: ‘¡Bú!’”, contó la actriz divertida. A lo que Lanthimos añadió: “yo uso ruidos, no palabras”. En la vida, como en su cine.