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Viejo dilema olímpico, los deportistas que no son competitivos

GANGNEUNG, COREA DEL SUR

24 de Febrero de 2018 | 04:12
Edición impresa

Por PAUL NEWBERRY
Analista de la Agencia AP

La dedicación de Liz Swaney es encomiable. Y tuvo la sensatez de no intentar nada en el halfpipe -realmente, nada- que pudiese causar una lesión grave.

La realidad es que no tenía nada que hacer en los juegos olímpicos. Y lo mismo se puede decir de esquiadores que representan a países si nieve como las Filipinas, Eritrea y México.

Los competidores sin esperanzas como Eddie el Águila -el anteojudo que terminó último en las pruebas de saltos, y Eric la Anguila, nadador al que le costó mantenerse a flote y que también se hizo muy popular- ya no son divertidos. Los Juegos Olímpicos pueden sobrevivir sin ellos.

Swaney revivió el debate acerca de lo que se debe esperar de un deportista olímpico con su descabellada actuación en los juegos de Pyeongchang. En una prueba que se supone debe incluir una cantidad de peligrosas acrobacias en el aire, Swaney hizo un recorrido plácido, meciéndose de un lado al otro y con la única preocupación de no caerse.

Estaba emocionada de haber llegado a la meta. El público miraba desconcertado, pensando seguramente si tal vez se habían equivocado de sede y terminado en una pista para principiantes. Las redes sociales no le tuvieron piedad.

“Esto no es un Disney world para adultos al que vienes a sacarte selfies”, dijo una persona en la cuenta de Instagram de Swaney. “Los Juegos Olímpicos son un sitio para que se luzcan los mejores deportistas del mundo y Swaney se burló de todo eso. Se burló de los esfuerzos de toda una vida de mucha gente. Todo para poder decir que estuvo en los juegos olímpicos. Increíble”.

Si bien el caso de Swaney es extremo -y debería hacer que se tomen medidas para evitar que se repita- no es la única que compite a nivel olímpico sin tener los méritos necesarios.

Al menos dos esquiadores norcoreanos que terminaron a 98 segundos del ganador de la medalla de oro en el slalom gigante fueron incorporados a último momento a la delegación como parte de los esfuerzos por promover la reconciliación de los coreanos. Pero el competidor que terminó apenas por encima de ellos no tenía justificación alguna. El estadounidense Charles Flaherty, que representó a Puerto Rico, empleó más de 38 segundos más que el vencedor.

Empezó a esquiar después de los juegos de Sochi del 2014. Cuatro años después, pudo representar a Puerto Rico, adonde su familia se mudó cuando tenía nueve años. No debería ser tan fácil llegar a los juegos.

Flaherty, de todos modos, es un veterano sazonado comparado con Germán Madrazo. El mexicano de 43 años empezó a practicar esquí cross-country hace un año y de algún modo vino a Pyeongchang. No es de extrañar que llegase último entre 116 competidores, a casi 26 minutos del triunfador. “No importa si tienes 43 años o si no hay nieve en México y no tienes dinero para practicar el deporte”, expresó Madrazo. “Lo que importa es que si quieres hacerlo, puedes hacerlo”.

Esa es una noción muy simpática, aunque no para los deportistas en serio que vieron los juegos desde su casa al ser eliminados en competencias clasificatorias legítimas.

El Comité Olímpico Internacional, igual que otros organismos rectores, siempre dice que abrirles las puertas a deportistas sin méritos como Flaherty y Madrazo puede alentar el interés en países con poca tradición de deportes de invierno.

Estos deportistas, que a menudo son los únicos representantes de sus países en las olimpiadas, parecen ser tan solo una excusa para que algún dirigente se gane un viaje pagado a la justa. El día que Pita Taufatofua desfiló por el estadio como el único representante de Tonga en la ceremonia inaugural, había al menos tres dirigentes acompañándolo.

Taufatofua terminó 114to en la prueba de 15 kilómetros, delante solo de Madrazo y del colombiano Sebstián Uprimny. “Todos peleaban por llegar primero. Nosotros peleábamos por no ser últimos”, admitió Taufatofua.

Tal vez se pueda decir que gente como Taufatofua y Madrazo aportan diversidad a unos juegos casi exclusivamente blancos, pero a Swaney no le cabe esa justificación.

La californiana se aprovechó de un sistema lleno de fallas y se presentó a una suficiente cantidad de pruebas con el único objetivo de no caerse. No tenía esperanza alguna de clasificarse en el equipo estadounidense, pero pudo representar a Hungría porque sus abuelos son de allí. “Quiero alentar a la gente a que se dedique al deporte o a que encare nuevos retos a cualquier edad”, declaró la mujer de 33 años. Esa no es la forma de hacerlo.

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