Nacha Guevara: “Antes la necesidad era de ser diferente; hoy la gente quiere pertenecer”
Edición Impresa | 4 de Marzo de 2018 | 06:13

Nacha Guevara es inclasificable. Las generaciones más jóvenes, acepta ella, la reconocen por su faceta mediática, pero antes de ser jurado del “Bailando” la multifacética artística había sido protagonista de una de esas vidas de película que comenzó cuando, muy jovencita, presentaba su espectáculo de canciones que mezclaban compromiso social e irreverencia en el mítico Instituto Di Tella, usina de artistas de vanguardia cuyo lema era “seamos realistas, soñemos lo imposible”.
A aquellos años regresará Nacha este sábado en la Ciudad, cuando traiga al Coliseo Podestá “Las canciones que nunca volví a cantar”, una selección de las temas de sus años mozos que narran sus comienzos, sus éxitos, sus fracasos y las críticas recibidas, “la historia de un patito feo que se convirtió en cisne para poder volar”.
La selección de canciones que sonarán el sábado corresponden a una etapa donde Nacha estaba fuertemente inspirada en la cultura francesa: Boris Vian, Jacques Brel, George Brassens se pasean por sus temas porque fueron “los autores que me sorprendieron. Porque yo no conocía la canción que se ocupaba de otros temas: yo conocía el tango, el folclore, los boleros. Y de pronto aparecieron estas canciones que hablaban de cosas cotidianas, que tenían una mirada crítica, con humor, muy insolentes. Me di cuenta que había algo más en el mundo de la canción, traduje mucho material y traté de hacerlo con poetas de aquí”, explica sobre las primeras doce canciones que fueron parte de su primer show en el Di Tella, “Nacha de Noche”, y que serán parte de la historia que narre Nacha en el Coliseo.
Pero a aquellos años de utopía, dice sin embargo Nacha, “no se puede volver. Sólo se puede volver a mirarlos, y es interesante volver a mirarlos desde hoy: fue un momento de mucha riqueza cultural, muy diversa, y fue un momento extraordinario en el mundo, desde Los Beatles y Andy Warhol al Mayo Francés. Y eso no se volvió a repetir”.
“Esta generación creía que iba a cambiar el mundo, todos desde nuestro pequeño puesto. Con una canción, con una pancarta. Todos creíamos que era posible. Pero el sistema se fue amurallando de una manera que nos hizo ver que no era posible: el sistema se blindó de distintas maneras, a veces con buenos modales, a veces con modales brutales”, dice en diálogo con EL DÍA la artista.
Para Nacha, “antes la necesidad era de ser diferentes; hoy la necesidad que tiene la gente es pertenecer, ser aprobado, ser igual”. Y esto se debe a que “viene un mandato muy organizado, muy estudiado: a las multinacionales les conviene que todos coman la misma hamburguesa, que fumen el mismo cigarrillo, se pongan la misma zapatilla, canten la misma canción, antes de que haya grupos que quieran otras cosas”.
“Se ha creado el concepto de ‘manada’, que lo ponen hasta en los afiches: ‘Unite a la manada. Tomá cerveza’. Yo miro eso y pienso ‘¿qué paso?’”, se pregunta, con una risa amarga. Para la artista, este clima de época hace que sea “muy difícil” para una persona joven hablar con su propia voz. “Lo puede hacer, ¿pero cómo hace que eso entre en el mainstream, que eso llegue al público? Es muy complicado. Curiosamente, en aquella época”, controlada por la dictadura de Onganía, “había más libertad de hacer lo que uno deseaba hacer”.
“Hoy el sistema ya se cerró”, continúa Nacha: las mujeres “tienen que mostrar el culo” para mostrar su música, “y si no tenés esa contraseña no entrás, y un artista verdadero no tiene esa contraseña, va a querer hacer otra cosa”; hoy, dice, “todos cantan muy bien, pero lo que se llama talento, originalidad, verdad interior, yo no lo veo”
¿El sistema consiguió entonces matar la rebeldía, ese costado del arte que pretendía ser rupturista y desestabilizador? “No se si la mató”, pone el freno Nacha, “porque es algo inherente al género humano: encontrará sus recovecos, serán menores, o encontrará su momento más tarde... pero eso siempre está latente, no ha habido ninguna fórmula que haya conseguido aniquilar la creatividad, la libertad interior. Puede ser adormecida, que es lo que está pasando ahora. Pero siempre va a existir: aún en los tiempos más oscuros, siempre ha habido individuos que tenían la luz encendida”.
LA LUZ
Individuos así, creativos y en busca de libertad, coincidieron, por azar o consecuencia, en aquel Di Tella, en una época de sismos culturales en todo el mundo. “Todos estábamos locos, hacíamos cualquiera, éramos muy inconscientes”, se ríe Guevara, y afirma que allí se erigió uno de los motivos por los cuales aquellos pocos años resultaron tan emblemáticos: “No evaluábamos los riesgos que podía tener lo que uno hacía. El Di Tella permitía experimentar y equivocarse, sin buscar resultados, ni siquiera a mediano plazo. La idea era hacer, y el éxito es la experiencia de hacerlo, no en el resultado”.
Hoy, opina, es al revés: “Lo que se busca es el resultado. Entonces todo el mundo va a lo seguro, a lo que ya se hizo, a lo que le funcionó al otro: ese afán por hacer lo que va a gustar lleva a una mediocridad asegurada, porque no hay riesgo. Este no es un momento de creatividad: todos quieren hacer algo que tenga éxito rápido”.
Nacha, sin embargo, creció con otra noción gracias al paso por el Di Tella, que la ayudó a forjar una carrera de experimentos (hizo cine, musicales, fue mediática y abrazó la filosofía new age, y se acercó a la política), siempre relacionada “con el deseo personal”. “Los del Di Tella fueron pocos años pero muy intensos, en una edad donde uno es una esponja, lo absorbe todo: y tuve la suerte de absorber esa creatividad, ese desparpajo, esa falta de miedo. Fue mi marca en el orillo, una escuela de vida”, afirma sobre lo que aprendió de aquel “clima de despreocupación”: “No es que no tuviéramos problemas, que no tuviéramos que pagar las facturas, yo tenía un hijo. Pero había algo que trascendía eso: el niño estaba atendido igual, resolvíamos las cosas de otra manera. Éramos más sencillos, hemos complicado mucho la vida”.
LAS UTOPÍAS
¿Quedó algo de aquellas utopías, de aquella rebeldía? “Sigo creyendo”, cuenta Nacha, “porque si no ya tenemos que bajar la cortina. Este no es el momento más luminoso de la humanidad, pero nunca la noche es tan oscura como antes de amanecer”, ofrece como esperanza, y explica que “las utopías hay que tenerlas, siempre. Como dice el presidente Mujica, ‘sé que esto es una utopía, pero déjenme morir con una utopía’”.
“Y también he aprendido que lo que hoy es utopía, mañana puede ser realidad. Todo lo que se manifiesta en el mundo material, lo vemos porque alguien lo soñó antes: la caída del Muro de Berlín, el viaje a la Luna, la Revolución Francesa, en su contexto eran sueños imposibles. La historia nos enseña que lo que hoy es utopía, puede ser realidad mañana. ¿Cuándo es ese mañana? No se sabe. Pero si hay un número crítico de gente que empieza a buscar algo, eso en algún momento se va a manifestar. Y esos movimientos empiezan siempre con muy poca gente”.
Pero Nacha sí ha abandonado una idea de aquellos años de utopías: el cambio, dice Nacha, no vendrá con una canción o una pancarta. “La idea de que una canción cambia el mundo la perdí hace mucho tiempo. Pero este espectáculo hace sentir bien a la gente: y hacerlo de una manera noble, con un mensaje honesto, a esta altura de cotillón”, cuenta la artista, para quien el cambio llegará con “un estado de consciencia colectivo” que “apoye una transformación”: “Es evidente que los seres humanos tenemos que transformarnos, y yo la única manera que conozco es empezando desde casa”.
Así, Nacha ata aquellos años en busca de un cambio social con su etapa de experimentación espiritual y autodescubrimiento en la década del 90. “En toda búsqueda artística hay algo espiritual”, dice. Luego, siguió haciendo lo que el deseo le dictara: trabajaría en política, y llegaría a una nueva generación como jurado del “Bailando”, una experiencia sobre la que, dice, “no hay nada que explicar, es así, esa soy yo. Tómelo o déjelo”.
“Tenemos que transformarnos, y la única manera es empezando desde casa”
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