Santa Elena, una isla perdida en el Atlántico Sur

El paisaje salvaje y la perfecta tranquilidad hacen de Santa Elena un lugar especial para disfrutar en familia o con amigos

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Por CHRISTIAN SELZ (DPA)

Santa Elena está situada en el Atlántico Sur, entre Angola y Brasil. En octubre de 2017 se inauguraron los primeros vuelos de línea a la isla ventosa en la que el aterrizaje es complicado. Santa Elena tiene un paisaje salvaje, con montañas empinadas y rocas volcánicas.

Derek Richards regenta desde el año pasado con su mujer Linda una pequeña pensión en St. Pauls, a diez minutos en coche de Jamestown, la capital de Santa Elena. La pensión sólo tiene dos habitaciones. “Ya lo había planeado mucho tiempo antes pero la gente no venía con suficiente frecuencia”, explica Richards, de 52 años. Sin embargo, el aeropuerto ha cambiado toda la dinámica de la isla, también para sus habitantes. “Ya no tienen que pasar cinco días en un barco para ir de vacaciones”.

Esto era la realidad hasta hace poco, por lo que Santa Elena no era un destino turístico. Desde el año 1990, el paquebote británico “RMS St Helena” comunicaba la isla con la madre patria y sobre todo con el puerto sudafricano de Ciudad del Cabo, que está más cerca.

Durante décadas, la llegada mensual de carne, verduras y medicinas determinaba el ritmo de la vida en la isla. Con la apertura del puente aéreo, el viejo barco ya no está en servicio. Ahora, un nuevo barco lleva las mercancías a la isla. Sin embargo, los precios han subido debido al proceso de desconexión del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit). Ahora, los isleños esperan que el turismo reanime la economía reduciendo la dependencia del Gobierno británico.

Tanto particulares como Richards como el Gobierno de la isla están realizando fuertes inversiones. El Gobierno mandó renovar completamente tres históricas casas adosadas en el centro de la ciudad convirtiéndolas en un elegante hotel. Al principio se intentó buscar a inversores privados. “Sin embargo, eso resultó ser difícil porque el aeropuerto aún no había sido inaugurado”, explica la gobernadora de Santa Elena, Lisa Phillips.

Desde hace varios siglos, Santa Elena, que se preciaba de ser el “lugar más apartado del mundo”, ya no estaba realmente desconectado de Europa. Inicialmente, los portugueses, que descubrieron la isla despoblada en 1502, la utilizaban como estación de aprovisionamiento. Ellos llevaron a la isla ganado, plantaron árboles frutales y crearon reservas de agua potable.

Sin embargo, la ubicación estratégicamente importante de la isla, que los portugueses intentaban ocultar al principio, atrajo la atención de otras potencias europeas. Sobre todo los holandeses y los británicos se disputaban el control de la isla. En 1657, la Corona británica entregó los derechos de administración de Santa Elena a la Compañía británica de las Indias Orientales. Desde entonces comenzó la colonización de la isla.

El estilo de vida en Santa Elena difiere mucho del bullicio de las metrópolis europeas. La isla solo tiene 4.500 habitantes y todo el mundo se saluda en las calles. Pero el habitante más famoso de la isla fue, sin duda, el emperador francés Napoleón Bonaparte, que vivió desterrado y vigilado por los británicos en Santa Elena de 1815 hasta su muerte en 1821.

Pese a su condición de desterrado, Napoleón no vivía nada mal en la isla. Le enviaban vinos nobles desde Madeira y Ciudad del Cabo, así como jamón desde España, y el ex emperador podía salir de su casa a placer, dice Trevor Magellan. “Podía moverse libremente, pero ¿adónde podía ir?”. Dos veces por semana, Magellan, jubilado desde hace varios años, guía a turistas por la casa de huéspedes donde Napoleón vivió las primeras siete semanas de su exilio.

Quien busque la soledad debe salir de Jamestown. La localidad con su calle comercial y pequeño puerto es una especie de centro en miniatura de la isla. Desde aquí salen los barcos que llevan a buceadores a los arrecifes, donde nadan peces cirujano multicolores, robalos rayados y morenas. La principal atracción entre noviembre y marzo son los gigantescos tiburones ballena, que toleran la cercana presencia de los buceadores.

Además de los barcos turísticos, también siguen haciéndose a la mar los viejos pesqueros. Peter Benjamin es uno de los siete pescadores profesionales que aún quedan en la isla y que a las 04:00 de la mañana salen del puerto para pescar gruesos atunes de aleta amarilla. Siempre que pueda, Benjamin también lleva a turistas en su barco.

El paisaje salvaje y la perfecta tranquilidad hacen de Santa Elena un lugar especial. Los poco menos de 80 pasajeros que actualmente aterrizan en la isla cada semana no pueden cambiar esa realidad.

Derek Richards está parado con una copa de vino en la mano delante de la pendiente escarpada en South West Point, donde las aguas tranquilas de la costa norte chocan con grandes olas. En algún lugar, en dirección a Brasil, se pone el sol sobre el mar infinito.

 

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