Un paseo por las ruinas de Epecuén

Nuestra relación con los lugares está plagada de paradojas. "Fuera del Mapa", Alastair Bonnett. 

Es necesario regresar para escribir, al menos regresar a casa. Por consiguiente, entre «la experiencia» vivida sobre el terreno y la escritura se instaura una distancia doble: la distancia de uno mismo respecto de uno mismo. "El Tiempo en ruinas", Marc Augé

Por Coni Crowder 

 Hay tantas formas de viajar como paseantes hay en el mundo.  Hay quienes prefieren las ciudades de países exóticos, otros experimentar con sabores diversos; están los que eligen conocer personas y costumbres ajenas o los que optan por caminar, peregrinar y unir paisajes sobre una bicicleta. Hay viajeros a los que les gusta enfatizar en eso que los distingue de los turistas y los que aceptan su condición de tal. También están los adeptos a visitar lugares abandonados, ruinas, viviendas sin habitantes y lugares de encuentro que ya no lo son, desde pasar una noche en un castillo fantasmal en medio de la pampa o pasear por las ruinas de una ciudad devastada. 

Lugares inexplorados 

 El Haikyo, que significa ruina, surgió en Japón y hoy se practica en todo el mundo. La curiosidad y el interés que suscitan los lugares olvidados es cada vez mayor. Paisajes de ruinas hay de todo tipo y lo que hace años era una afición de un grupo selecto, es tendencia gracias a su difusión en redes sociales. Entre los más elegidos: edificios deteriorados, antiguos hospitales, ciudades bombardeadas en enfrentamientos armados, parques de diversiones abandonados, reliquias inmobiliarias, laberintos o túneles subterráneos.  Ya no es turismo para pocos, el interés que generan los sitios inermes y las ciudades devastadas está en su apogeo.

 En Latinoamérica son innumerables las ruinas de antiguas civilizaciones, las fortalezas añejas, las casas deshabitadas y otros sitios de tiempos remotos que no figuran en las guías. En Chile,  las oficinas salitreras son pueblos fantasma en medio del desierto que sobreviven en sus ruinas y evocan un pasado de oro blanco. En Argentina un pueblo entero emergió de las aguas hace tres años, después de veinte sumergido a diez de metros de profundidad. Se trata de las ruinas de la ex Villa turística Epecuén, a 12 kilómetros de Carhué, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y a la vera del lago de sal Epecuén.

La ciudad sumergida 

 Emprendo el trayecto por la calle principal de lo que fue la Villa Turística Epecuén.  A pocos metros, restos de un edificio de dos plantas, huellas del salitre en sus mosaicos bordó y un viejo cartel que indica Hotel Monte Real, moderno hotel culminado en los años 70, contaba con 62 plazas distribuidas en 31 habitaciones y uno de los pocos que aún se mantiene en pie tras veinte años. 

 En noviembre de 1985, después de haber llovido durante meses y con una sudestada que aceleró el desenlace, los mil quinientos habitantes de Epecuén tuvieron que evacuar la villa tras el desborde del lago, que atravesó el muro de contención e inundó las calles del pueblo. Pasaron años donde el lago de sal tuvo su mayor extensión y Epecuén desapareció bajo las aguas.

 Mientras avanzo pienso en calles animadas de turistas, imagino las veredas, las casas de una y dos plantas, los hoteles y edificios emblemáticos de la villa. Tras doblar en la primera esquina tomo por una calle sin salida. Aquí hubo 280 establecimientos, entre hospedajes, pensiones, hoteles y comercios que recibieron entre 1950 a 1970 a 25.000 turistas. Desde la cima de un monte de hormigón, veo un farol, agua, más bloques de piedra, hierros oxidados, un barril de acero, cables viejos, partes de autos y mosaicos cubiertos de polvo.

 El viento desplaza tierra y arena en grandes nubes que, cuando se alejan, dejan al descubierto nuevos caminos de sal flanqueados de yuyos blancos, resecos, que desembocan en senderos de piedras. Cuando llego al dique de contención me detengo. Adivino, por el trampolín y un banco de cemento, que bajo las aguas están las piletas municipales.

 Nadie hubiera imaginado y sin embargo. De la noche a la mañana, este lago dejó de ser sanador para llevárselo todo y acabar con el centro turístico de las familias pudientes de la pampa occidental. Después la evacuación, la peregrinación, la bronca. Y un ocaso de agua. 

 Veo un letrero de calle  y  una torre con sus paredes careadas de sal, un banco de plaza, la estructura de algunos juegos infantiles y restos de una cocina.  Las aguas bajaron, emergieron las ruinas y junto a ellas, este paisaje fantasmal en medio de la bronca de los vecinos, los litigios familiares y la centena de juicios al estado provincial, sumergido en negligencia y burocracia. 

 No hay más caminos. Sobre un monte de escombros y con un pié en unas chapas, en medio de una nube de mosquitos y aferrada a la cámara de fotos, me detengo. Me hipnotizan los esqueletos de los árboles, blancos, muertos de agua. El resplandor del sol en el agua convierte todo en sombras. Me olvido, por unos minutos que  estoy en una ciudad que ya no es.

La ruta de Salamone (ver nota) 

  En el camino de Carhué a la ex-Villa Epecuén, está el predio de lo que fue el Matadero de la zona, que funcionó durante 40 años, en una época de intensa actividad ganadera y apogeo de la industria en el ámbito rural.  Diseminados por toda la provincia, en los mataderos se faenaban las reses de ganado vacuno a gran escala mediante un sistema de análisis y control de calidad, tanto para consumo interno como para exportar. Este matadero tuvo un intenso funcionamiento hasta la década del 80, cuando la crecida del lago Epecuén obligó al cese de actividades. El edificio, obra del arquitecto Francisco Salamone aún permanece allí,  indiferente al paso del tiempo y las aguas.

Aguas que curan

   El Epecuén es el lago o laguna más grande de las Encadenadas del Oeste, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Al ser la última laguna del sistema y estar en una depresión, el nivel del agua disminuye por evaporación. Por su alta concentración salina, la laguna es hiperhalina, diez veces superior a la sal que tiene el mar . Por tal motivo sus aguas se aprovechan para combatir afecciones reumáticas, de la piel y agotamiento. En Carhué, a menos de diez kilómetros, la mayoría de los hoteles tienen piletas con agua del lago a mayor temperatura. Cercana trajo una bolsa de sal de la laguna y la compartió con sus amigos para baños de inmersión. En venta en la Oficina de Turismo de Carhué , en el centro de Carhué.

Cómo llegar desde La Plata

 La ciudad más cercana a Villa Epecuén es Carhué. Desde La Plata salen dos empresas de ómnibus, que además parten desde Retiro. Los viernes para ir y los domingos para volver son los servicios más requeridos, conviene sacar con antelación el pasaje. El viaje dura 8 horas. 

Dónde alojarse

Hay varios hoteles, posadas y alojamientos económicos en Carhué. Algunos tienen piletas climatizadas con agua del Lago Epecuén, de propiedades terapéuticas. 

Cómo llegar desde Carhué a Villa Epecuén

Caminando o en bicicleta Son 10 kilómetros, a mitad de camino está el Matadero abandonado de Salamone. Vale la pena cualquiera de las dos opciones. En la Oficina de Turismo de Carhué te alquilan las playeras por medio día por $50 o $100 jornada completa. En Cercana suponemos que ir a dedo es fácil y seguro porque todos los que van para Epecuén son turistas o familias de la zona que van a pasar el día.