La sufrida vigencia de los héroes
Edición Impresa | 29 de Abril de 2018 | 09:49

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar
En estos días de abril se festejan los 80 años de Superman, el único capaz de desviar planetas cinco centímetros antes de que choquen o amortiguar la caída de un puente lleno de automóviles o frenar a un tren descontrolado que se va a estrellar contra una estación terminal, en donde centenares de personas huyen despavoridas.
Pero no fueron esas las principales proezas del Superman volador, sino que, acaso, la esencial fue la de lograr imponer nuevamente en el arte –ya avanzado el siglo XX- la figura del héroe, que se había eclipsado, casi extinguido, a fines del siglo anterior con la muerte del romanticismo y el nacimiento de la modernidad.
En la última historia de la literatura –la que la que empieza según muchos críticos desde el Ulises de Joyce, con el fluir del subconsciente- apareció, en cambio, la figura del antihéroe, del protagonista anónimo, torturado por dentro y privado de virtudes “físicas”. Sin embargo, de tanto en tanto, reaparecen oleadas de héroes. Desde entonces, toda la cultura y la ideología humanas irían columpiándose en ese vaivén.
Es cierto que Superman logró muchas otras cosas. Una de ellas, la de enriquecer a la industria del cine y revitalizar a los comics, a las revistas de aventuras que con Clark Kent y su novia periodista se vendieron como pan caliente durante varias décadas.
Y como ocurre casi siempre, sus creadores de 1938 –dos entonces jóvenes de Cleveland- sólo lograron cobrar 130 dólares como derechos de autor, según lo señalaron en la nota publicada hace pocos días en el diario La Nación los periodistas Fernando García y Hernán Ostuni, titulada “El paladín de la libertad: a los 80, Superman aún lucha por la industria del entretenimiento”.
FUENTES LITERARIAS
En la semblanza de Superman, los periodistas rescataron declaraciones formuladas en 1980 por los creadores del héroe -el guionista Jerry Siegel (1914-1996) y el dibujante Joe Shuster (1914-1992)- en las que detallan cuáles fueron las fuentes literarias en las que se inspiraron.
En primer término mencionaron a “Gladiator”, la novela de ciencia ficción escrita en 1930 por Philip Wylie. Los periodistas García y Ostuni recuerdan aquí que “Gladiator” alude a “un científico que inventaba un suero capaz de aumentar las capacidades físicas humanas, alcanzando la fuerza proporcional de las hormigas y la habilidad de salto de los saltamontes, las dos mismas metáforas que Siegel y Shuster utilizaron para explicar los poderes de Superman en su debut en Action Comics”.
Superman –confirmó Siegel- nació de los libros. “Cuando uno es joven, no lee líneas impresas escapadas de la mente febril de un escritor, sino que dialoga con los personajes. Salgari y Verne son maestros, los verdaderos creadores de la aventura con mayúscula”.
Su colega Shuster añadió: “Los dos leíamos mucho. Doc Savage, Zorro, La pimpinela escarlata, La sombra, Bill Barnes, Tarzán y John Carter, de Edgar Rice Burroughs, todo lo que hoy se conoce como “pulp” y en nuestra época eran esas “pavadas que uno lee de chico”. De esas lecturas surgió la figura de un superhombre que ayudase a los desamparados”.
Lo cierto es que Superman debió convivir con un avasallante contexto cultural inhóspito para la exaltación del yo, con todas las ramas del arte enfrascadas en búsquedas psicologistas. Los protagonistas sobresalientes eran apagados, melancólicos, débiles o neuróticos, además de exitosos, como James Dean o Montgomery Clift. También debió competir contra el imperio europeo de la taciturna “nouvelle vague”, ensimismada en exploraciones freudianas. No es exagerado recordar que, en esos tiempos, gran parte de la intelectualidad mundial miraba con lástima o desprecio al Hombre de Acero
Sin embargo, casi cuarenta años después de tanto existencialismo, de tanto Sartre y Camus, de tantas potentes ideologías colectivistas, la figura del héroe reapareció no sólo a través del mismo Superman restaurado sino en los rústicos Rocky y Rambo gestados por Silvester Stallone, seguido por una galaxia de modelos físicoculturistas que salvaron a trompadas y a tiros las recaudaciones de los cines y de las editoriales. En el caso de ambas industrias, el nuevo modelo de los chicos adolescentes –el acaso discutible Harry Potter- deja clara constancia de la popularidad perenne de los héroes.
LOS FABRICANTES
“La sociedad está fundada sobre el culto a los héroes. Todas las dignidades y jerarquías en que descansa la asociación humana son lo que podríamos llamar una heroearquía, eso es, un gobierno de héroes”, escribió en 1841 el escocés Thomas Carlyle (1795-1881), ensayista y crítico social.
Carlyle publicó ese año en Londres el libro “Sobre los héroes, el culto al héroe y lo heroico en la historia”, una obra polémica que, pese a todo, sentó para los tiempos modernos la revaloración de los semidioses y superhéroes humano. “La historia del mundo es la biografía de los grandes hombres”, postuló.
Se dice que extrajo esa tesis de los griegos, del paganismo nórdico, del Islam. Los hombres que hicieron la historia, añadía, “eran magos verdaderos que llevaban a cabo, para el bien común, portentosos milagros: eran profetas y, más que profetas, verdaderos dioses”
Desde luego que, tal como lo consignó Miguel Cisneros Prales, se acusó para siempre a Carlyle –como ocurrió luego con el superhombre de Nietzche- de abonar el terreno de todos lo fascismos y totalitarismos. La obra del escocés hace ejes en figuras fuertes como las de Odín, Napoleón, Mahoma o Lutero.
LAS DOS LITERATURAS
El investigador español Jesús Ferrero, en un estudio titulado “Antihéroes y Superhombres”, destaca la existencia de dos literaturas. El superhombre es una criatura propia de las masas y es atendido por la literatura popular. “Si la “alta literatura” persigue, como el teatro griego, la catarsis trágica, la literatura popular perseguiría la catarsis plácida, el final feliz, y la convertiría, según Eco, en reaccionaria”
Para Ferrero es incorrecto –dice “disparatado”- imputar la creación del mito del “superhombre” a Dumas o a Nietzche: “El mito del superhombre está ya presente en la antigüedad clásica, y desde entonces nunca ha dejado de frecuentar nuestra cultura”, añade. Las clases populares, siempre necesitadas, apostarán también siempre a la épica.
Los protagonistas eran apagados, melancólicos, débiles o neuróticos, además de exitosos
“¿No resulta irónico ver que mientras que la “alta literatura” se ocupa desde hace bastante tiempo de la podredumbre del ser, la literatura popular continúa poblándose de superhéroes?”, se pregunta Ferrero.
Los héroes se encuentra en la antigua Grecia, en la Biblia, en las gestas caballerescas de la Edad Media y el Renacimiento, así como también se suceden “desde los exaltados héroes del Romanticismo hasta los múltiples héroes y superhéroes creados tanto por la novela popular como por el cine y el cómic en todo el siglo XX”.
Claro que hay dos visiones. En nuestra pequeña y siempre conmovedora literatura tenemos a Juan Moreyra, de Eduardo Gutiérrez, un gaucho pobre de solemnidad, que apareció publicado en folletines y que fue representado como precaria obra teatral en circos desvencijados, convirtiéndose en un típico héroe popular. A su costado, fruto de la literatura más alta, nació la estilizada novela Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes. El lírico Don Segundo y el astroso Moreira, ambos pueden coexistir para una misma lectura despojada de prejuicios.
Es verdad que siempre nacieron nuevos modelos, nuevos protagonistas con temperamentos templados por la temperatura de cada época. El vaivén de las generaciones levanta a unos y hace descender a otros, como en un subibaja que, poco después, invierte la ecuación. Héroes y antihéroes, personajes particulares o colectivos, oponiéndose a veces, entreverándose siempre.
A sus 80 años, el imaginario Superman sigue de pie, vivito y volando. El tiempo, que es más letal que la kriptonita, no ha podido con él.
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