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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Dictadura del relativismo

10 de Junio de 2018 | 08:44
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

La consecuencia de pretender una vida de espaldas a Dios o simplemente sin tener en cuenta la presencia ineludible de Dios, es la cómoda instalación de una dictadura del relativismo. Una manifestación más de la hipocresía humana.

El relativismo no es una ideología más, en la que se llama bien al mal, sino un modo de pensar sin razón, en que todas las opiniones se aceptan como verdaderas aunque sean contrapuestas. Es una postura de comodidad en que varones y mujeres son “arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error” (Ef 4, 14), como afirma San Pablo.

La dictadura del relativismo no reconoce nada como definitivo y deja como última medida sólo el propio yo egoísta y sus caprichos antojadizos. Es un problema central para la fe religiosa en este tiempo. Todo da lo mismo, aunque sea contra la naturaleza e incluso contra la razón.

Cabe señalar, a modo de ejemplo, que el marxismo fue una tentativa de ofrecer un estilo universalmente válido para dar al mundo la forma justa del bienestar social, conquistando las áreas del saber y de la praxis en el siglo XX, llegando a influir en la misma teología (existieron teólogos marxistas). Sin embargo, en la última década del siglo pasado los acontecimientos que se dieron en el mundo llevaron a la disolución y al escepticismo respecto al sistema. Es el fracaso de un movimiento que ofrecía todas las soluciones, dando la razón al relativismo total que ocupa el lugar de los ideales comunistas. Ahora bien, si aquel sistema que se presentaba fuerte y categórico resultó un fracaso absoluto, ¿no escarmienta el ser humano para hacer una opción sin posibilidades de más fracasos?

“...La íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable...” (GS, 48)

 

Las dictaduras de los políticos fracasan una tras otra, dejando a la sociedad el amargar de la desilusión y del engaño. Y la dictadura del relativismo que ilumina a los gestores de la teoría del género conducirá a la autodestrucción de quienes le son adictos. No importan los esfuerzos ni siquiera de las mayorías, lo que importa es el derecho natural. Si por desgracia se oscurece la conciencia colectiva y el relativismo ético llegara a destruir los principios fundamentales de la ley moral natural, la misma democracia quedaría gravemente herida en sus fundamentos.

Cuando se arriesgan las exigencias básicas de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la justicia social (es decir, de los derechos fundamentales del ser humano), no habrá ley positiva - hecha por los hombres - que pueda alterar o modificar la norma grabada por el Creador en el corazón de los individuos racionales, sin que la misma sociedad quede cruelmente lastimada en lo que constituye su fundamento irrenunciable.

Por lo tanto, la dictadura del relativismo también afecta a la familia y al matrimonio, que son instituciones de derecho natural y no una mera formalización social de afectos subjetivos.

No existe un tercer sexo: la humanidad sólo está compuesta por machos y hembras. Varones y mujeres, cuya unión por el pacto matrimonial está ordenada a la procreación y educación de los hijos, elevada a la dignidad de sacramento entre cristianos. “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es Dios el mismo autor del matrimonio…” (GS, 48).

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