Aceptar sin dejarse afectar

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

Lo cotidiano de la vida también tiene sus reveses. Suele darse que alguien proyecta hacer un servicio generoso, pero un inesperado contratiempo se lo impide; o, si logra concretarlo, es mal interpretado. Y, con el correr de los años, cuando las adversidades, incomprensiones, conflictos, y otras dificultades por el estilo, son como parte del mismo aire que se respira, puede suceder que la generalidad de las personas se desalienta, desarrolla la desconfianza, se retrotrae y - afectado por el ambiente - se aleja de todo compromiso comunitario.

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Ciertamente no es fácil vivir en las tensiones que provocan las contrariedades, muchas veces ajenas a nosotros mismos, y que pueden estar infectadas por la hipocresía de otros. Quizás sea tan difícil, o aún más, como vivir en un lugar donde siempre hace mucho frío y nieva, o donde siempre llueve, y no es posible poseer alguna protección para evitar los enfriamientos y las mojaduras. Pero, en todo caso, hay una clave con doble combinación.

La primera clave consiste en que es fundamental ejercitarse en la aceptación de la realidad. En esta vida peregrina, nunca jamás dejarán de existir las dificultades; como tampoco podremos pretender hacer siempre todas las cosas sin el mínimo detalle de error o equívoco. El mismo Apóstol san Pablo, que reconoce sus debilidades en los oprobios, privaciones y persecuciones (cf. 2 Cor 12, 10), declara: “... siempre nos comportamos como corresponde a ministros de Dios, con una gran constancia: en las tribulaciones, en las adversidades, en las angustias, al soportar los golpes, en la cárcel, en las revueltas, en las fatigas, en la falta de sueño, en el hambre...” (2 Cor 6, 4-5).

Para que la aceptación sea sin fingimiento, el cristiano debe “armarse” debidamente, a fin de que ningún contratiempo afecte indebidamente su vida personal

La segunda implica que es necesario saber aceptar la realidad con toda normalidad, sin por eso considerarse mejor o superior, sin vanagloria ni autosuficiencia. Sin embargo, habrá que ser muy cauteloso, para evitar todo aquello que pudiese ser motivo de aflicción, preocupación, molestia, sufrimiento para otros.

Para que la aceptación sea sin fingimiento, el cristiano debe “armarse” debidamente, a fin de que ningún contratiempo afecte indebidamente su vida personal. La Palabra de Dios nos exhorta:

“... fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las acechanzas del demonio... Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.” (Efesios 6, 10-17).

Por lo tanto, en las contrariedades de cada día, hay que saber aceptar lo que sea, pero sin dejarse afectar. Y así como para las dificultades climáticas, como son el frío o la lluvia, utilizamos indumentaria adecuada, también para las dificultades propias de la convivencia familiar, laboral, social, y aún en la vida privada de cada individuo, es necesario saber usar la protección conveniente.

Cuando el cristiano vive en la verdad, sin doblez, no se deja afectar por ninguna contrariedad porque tiene su confianza puesta en Dios.