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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

N a d i e …

DR. JOSE LUIS KAUFMANN Monseñor

9 de Septiembre de 2018 | 07:47
Edición impresa

Queridos hermanos y hermanas.

Los seres humanos tenemos las limitaciones propias de nuestra naturaleza mortal. Nadie es perfecto, nadie tiene la vida comprada, nadie puede gloriarse de lo que ha recibido...

San Pablo afirma: “Con qué derecho te distingues de los demás? ¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7).

En efecto, nadie camina por la vida sin haber pisado en falso alguna vez.

Nadie llega a la meta propuesta con un solo intento, de golpe, y sólo por haber decidido que debe ser así.

Nadie mejora su conducta con una sola rectificación, ni alcanza altura por haber intentado una vez levantarse de su caída.

Nadie llega a la otra orilla sin el esfuerzo de construir puentes seguros.

Nadie puede vivir en este valle de lágrimas sin padecer sus propias debilidades.

Nadie emprende una travesía sin temerle a la tempestad, ni llega a buen puerto sin remar y remar a través de contrariedades y sinsabores.

Nadie puede hacer el bien y el mal indistintamente, porque entonces tendría su corazón corrompido. Nadie se sacia nunca de hacer el bien sin mirar a quien, sino que siempre tendrá más sed de expandir la bondad

 

Nadie recoge una buena cosecha sin abrir surcos, enterrar semillas y esperar con paciencia.

Nadie experimenta la profundidad del amor sin pasar por el dolor, como tampoco nadie recoge rosas sin sentir las espinas.

Nadie cultiva una sana amistad sin renunciar a sí mismo y probar al amigo en la lealtad.

Nadie edifica una casa sin poner los cimientos y sin usar los materiales adecuados.

Nadie tiene autoridad para juzgar si no es consciente de sus propias limitaciones y defectos.

Nadie puede hacer el bien y el mal indistintamente, porque entonces tendría su corazón corrompido.

Nadie se sacia nunca de hacer el bien sin mirar a quien, sino que siempre tendrá más sed de expandir la bondad.

Nadie deja de arder si mantiene encendida la llama de la verdad en su conciencia y la del amor en su corazón.

Nadie alcanza el ideal propuesto sin haber pasado por la tentación de pensar que no vale la pena.

Nadie puede tener el alma limpia si no permite que Dios la purifique.

Nadie se hace persona de bien sin tener un trato personal con Dios.

Nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama con sinceridad a sus hermanos a quienes ve.

Nadie deja de orar amando sin probar el fracaso y la lejanía de la Vida.

Nadie alcanza la madurez cristiana si no es coherente con el Evangelio.

Nadie alcanza la verdadera felicidad si no es fiel a la Voluntad de Dios.

Quien a Dios tiene no carece de nada y vive feliz. ¿Qué más quiere?.

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