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Correr en la oscuridad

SERGIO SINAY * sergiosinay@gmail.com

13 de Enero de 2019 | 02:40
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Un video que circula profusamente por las redes sociales, especialmente las profesionales, anuncia de manera dramática la inminente desaparición de numerosas actividades, desplazadas por nuevas aplicaciones, soportes mediáticos y novedades tecnológicas. El amenazante mensaje advierte que el cine, los videos clubes, las agencias de turismo, la telefonía fija y celular, los avisos clasificados, las casas de fotografía, el correo postal, los taxis, la hotelería, las tareas bancarias, la industria automotriz, las enciclopedias, y hasta algunos adminículos tecnológicos, como el “pen-drive” o el GPS, ya son obsoletos y agonizan o han muerto. Una vez planteado este macabro escenario, la engolada voz en off pregunta: “¿Cuánto tiempo crees que va a durar tu trabajo actual?”. Luego, con cierto desprecio, comenta: “No puedes seguir viviendo como hace diez años”. Y de inmediato incita a ponerse en movimiento y empezar a correr. No para ser el primero de la fila, sino “porque ya hay muchos corriendo delante de nosotros”. Y porque es la manera de seguir participando, afirma textualmente”, de “este juego llamado vida”.

El video tiene la autoría de “Habitante del mundo soy”, un proyecto virtual, sin responsables claros a la vista, creado en las redes sociales por, así se informa, personas que viajan por el mundo buscando historias “inspiradoras” y que nos hagan “más solidarios”. Al menos este video tiene poco de inspirador y bastante de atemorizador y, por otra parte, más que instar a la solidaridad parece convocar al egoísmo, a preocuparse ante todo de uno mismo, a salir disparado para no ser el último de una fila de obsesivos corredores (en el video se ven solo sus pies) que marchan veloces no se sabe a dónde ni para qué. Lo importante, según el mensaje es correr, no quedarse atrás. Y a eso le llama “vida”.

ANSIOSOS Y DESCARTABLES

Todo aquello que agoniza o ya murió, según la visión de “Habitante del mundo soy”, ha sido víctima de la obsolescencia. Todo lo que pretenda permanecer envejece, queda afuera de la carrera enceguecida, y pertenece a una categoría que hoy en día parece indeseable: el pasado. Lo que quizás olvidan los autores del video es que no hay presente sin pasado, que todo lo que existe nació de algo preexistente, que los árboles tienen raíces, que los edificios tienen cimientos y que las personas tienen historias. Que quien huye del pasado corre el peligro de carecer de memoria y que, si persiste en la fuga, al menos debería agradecer lo recibido antes de salir disparado hacia no se sabe dónde.

La propuesta “inspira” a vivir prisionero de la ansiedad, a adherir a la fugacidad, que convierte todo (desde actividades hasta ideas, desde proyectos hasta personas y vínculos) en descartable apenas nace o se insinúa. En ese aspecto, hay que admitir es muy moderno. Y también conviene recordar que moderno, según la etimología de la palabra, es lo que está de moda. Es decir, lo perecedero, lo que más temprano que tarde es remplazado por un nuevo modernismo. De manera que este video, su propuesta y el mismo proyecto que lo creó, acaso sean viejos la semana próxima. Y si eso ocurre habrá sido, quizás, por no correr lo suficiente.

Vivimos en la era de la innovación incesante, con la fugacidad como derivado principal

Con todo, hay que reconocer que este video en particular, como otros del mismo estilo, y numerosos mensajes de gurúes de la era tecnológica viralizados por diferentes canales, cosechan entusiastas adherentes. Estos profesan una de las “modernas” religiones que ofrecen hoy analgésicos para la angustia existencial. Esa religión se llama innovación. En ciertos círculos y en ciertas franjas generacionales quien no la invoca y quien no adhiere a ella es blasfemo. U obsoleto. De hecho, esta religión tiene sus propios sacerdotes u oficiantes. Los innovadores. Para responder a ese apelativo tienen (o se imponen a sí mismos) la obligación de innovar minuto a minuto, en tiempo real. Y esto tiene su lógica, porque, ¿qué es un innovador que no innova? Nada. Pierde su título.

Así es que vivimos en la era de la innovación incesante. Esta tiene sus derivados, el principal de ellos la fugacidad. Innovar minuto a minuto significa que nada debe permanecer sin ser modificado o que todo debe ser velozmente remplazado. Y olvidado. Enterrado en los cementerios de la obsolescencia, que es otra de las consecuencias de la fiebre innovadora. A la fugacidad y la obsolescencia obligada y programada (como la de todos los artefactos que se nos incita permanentemente a consumir y renovar), se le debe agregar la “descartabilidad”, si se permite el neologismo, cualidad por la cual todo, desde artefactos, autos, artículos electrónicos, ropa, ideas, lenguaje, valores e incluso personas puede ser desechado mientras se apresura la carrera para no quedar atrás respecto del malón que apresura su marcha hacia un futuro incierto y seguramente descartable también.

CORRER EN LA CINTA

Innovar parece haberse convertido en un fin en sí. Y en una propuesta de vida, lo que incluye ideas, cosmovisión, relaciones. Una suerte de carrera en la cinta, donde el que acelera no es el corredor, sino la cinta misma, y en donde, independientemente de la velocidad que se alcance, siempre se está en el mismo lugar. Un lugar en el que, además, no hay paisajes, no varía el escenario, no se recorre el mundo circundante, no se encuentra o cruza uno con alguien que viene de otro destino o que marcha en otra dirección. La compulsión de innovar genera miles de toneladas anuales de chatarra electrónica, alienta una tecnología que cada vez responde más a imperativos económicos de la industria que a necesidades de las personas, estimula el derroche, gesta una ideología consumista que repercute dolorosamente en los bolsillos de quienes son incitados a correr para no quedarse atrás.

En su ensayo “La sociedad del cansancio”, el filósofo alemán de origen coreano Byung Chul-Han señala que, al margen de su duración, la vida humana nunca ha parecido tan efímera como hoy. “Nada es constante y duradero, escribe, y ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad”. Estamos en la sociedad del rendimiento y la actividad y todo apunta a eso, advierte Byung. Rendimiento y actividad como fines. El trabajo ya no es, entonces, una fuente de sentido. Es, en palabras del filósofo, una actividad desnuda que corresponde a una vida desnuda. No hay tiempo para la contemplación ni voluntad de ejercerla. Sin contemplación desaparece el asombro, la captación de lo volátil, de lo poco llamativo y también de lo que es intrínseca y esencialmente bello. Y de lo profundo. Byung cita Friederich Nietzsche (1844-1900), quien en “Humano, demasiado humano”, escribía: “Por falta de sosiego nuestra civilización desemboca en una barbarie (…) Entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad se cuenta el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo”. Contemplar permite descubrir, escuchar. Escuchar los sonidos del mundo tal como es, no del mundo del artificio innovador. El don de la escucha, reflexiona Byung, “se basa en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual el ego hiperactivo ya no tiene acceso”. Es que está ocupado en una ansiosa y obsesiva carrera detrás de la manada.

 

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