¿Hay que hacer una reforma?

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Luciano Sanguinetti

Director Observatorio de Calidad Educativa

Los datos son elocuentes. Pareciera evidente que Argentina necesita impulsar otro nuevo ciclo de reformas. Sin embargo, ¿el problema que presenta la curva descendente de aprendizajes es de exclusiva responsabilidad del sistema educativo?

Si miramos las estadísticas que están por fuera de la escuela tendería a decir que no. Más del 49 por ciento de los niños y jóvenes menores de 15 años están por debajo de la linea de pobreza. Desempleo crónico en familias donde más de dos generaciones no saben lo que es un trabajo estable. Inmensas poblaciones con servicios básicos insatisfechos: agua potable, cloacas, vivienda, salud accesible. Así, otra pregunta se vuelve más inquietante: ¿No será que el sistema educativo en este contexto da todo lo que puede y más?

Para los que son legos, en Argentina, como señala Claudio Suasnábar, especialista en el estudio de las políticas educativas, hemos tenido tres grandes ciclos de reformas. El primero en los años 60 que impulsó la universalización de la educación primaria y la profesionalización de la formación docente desvinculándola del normalismo; la reforma de los 90 que pretendió adecuar el sistema a las reformas estructurales de una economía neoliberal, con sus cuotas de descentralización y focalización de las políticas públicas; y la que comenzó en 2005 con su función reparadora y de ampliación de derechos, en la cual se impulsó la obligatoriedad del secundario, se aumentó significativamente la inversión educativa y se desarrollaron los sistemas de evaluación. No está demás decir que estos ciclos los compartimos con otros países de la región, con éxitos dispares entre ellos y al interior de las propias reformas.

Todas las reformas educativas llevan tiempo y producen muchas tensiones. Basta ver la reforma educativa de Peña Nieto en México que crispó la educación pública del país centroamericano por un lustro. ¿Estamos en condiciones de malgastar nuestro tiempo y abrir nuevos conflictos?

Propongo, por el contrario, no perder tiempo en debates y abocar todas las energías sociales y los recursos económicos a cuatros dimensiones. Primero poner en condiciones todas las escuelas desde el punto de vista de infraestructura escolar. Aulas, techos, campos de deporte, seguridad, baños, dar cobertura al nivel inicial y al secundario. En segundo lugar, una sustancial mejora salarial docente con eje en la formación para ofrecer condiciones dignas a los trabajadores de la educación. Tercero, impulsar una fuerte inversión tecnológica en dispositivos digitales para la enseñanza. Por último, resolver con eficacia la cuestión alimentaria para garantizar que ningún niño o joven que asiste a la escuela tenga problemas de nutrición. No hay reforma exitosa en un sistema sin mínimas condiciones de funcionamiento.

Hagamos esto primero, y luego nos reunimos para imaginar el nuevo ciclo de reformas.

“No hay reforma exitosa en un sistema educativo sin mínimas condiciones de funcionamiento”

 

 

 

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