Liturgia de la Eucaristía (1)

Queridos hermanos y hermanas.

En la última Cena Jesús instituyó el Sacrificio y Banquete Pascual, por el cual continuamente se hace presente en la Iglesia el mismo Sacrificio de la Cruz, cuando el sacerdote hace lo mismo que Jesús hizo y mandó que se hiciera en conmemoración suya, hasta que Él vuelva.

Respondiendo a las palabras y acciones de Jesús, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia de la Eucaristía en tres partes:

a) la presentación de los dones: se llevan al altar el pan, el vino y el agua;

b) la Plegaria o Anáfora, en que se da gracias al Padre por toda la obra de la Salvación, y se hace la ofrenda del Cuerpo y de la Sangre de Jesús;

c) la Fracción del pan, en que se manifiesta la unidad de los fieles y por la Comunión de los debidamente dispuestos que reciben el Cuerpo y la Sangre de Jesús, del mismo modo que los Apóstoles los recibieron de manos de Jesús en el Cenáculo.

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En primer lugar, al comienzo de la Liturgia de la Eucaristía, se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

La “colecta” entre los fieles es expresión de comunión. Por eso, echar en la canasta una moneda sin valor es una burla ofensiva, cuando se gasta sin mirar para satisfacer placeres innecesarios mientras muchos padecen necesidad

Mientras se hacen los ritos de la presentación de estos dones, también se aceptan como ofrendas los dones de dinero u otras cosas (alimentos, ropas, flores…) traídos por los fieles y recolectados en la Asamblea para los pobres o para ayudar a cubrir las necesidades de la misma Iglesia. Estas ofrendas no se colocan en el altar sino en otro lugar conveniente.

Aquí hay que subrayar la importancia capital que tiene la llamada de atención de San Pablo: “Yo los exhorto, por la misericordia de Dios, a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: éste es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la Voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 1-2). Sería fácil y cómodo ofrecer dinero sin haberse entregado a Dios como una ofrenda viva, pero también sería hipócrita y estéril.

La “colecta” entre los fieles es expresión de comunión. Por eso, echar en la canasta una moneda sin valor es una burla ofensiva, cuando se gasta sin mirar para satisfacer placeres innecesarios mientras muchos padecen necesidad.

Al momento de iniciar el ‘Oren, hermanos…’ (que es un ‘Oremos’ un poco más desarrollado), el Pueblo se pone de pie, ya que forma parte de una oración presidencial, la oración sobre las ofrendas. Esa oración se hace sobre todos los donativos que ofrecen cada uno de los integrantes de la Asamblea, que son expresiones de su vida fraterna y de su fe, y se ruega por quienes participaron activamente de esa ofrenda en el amor a Dios y a la Iglesia.

Luego comienza el centro y cumbre de toda la celebración: la Plegaria Eucarística, es decir la Plegaria de acción de gracias y de consagración.

Nada debe distraer la atención orante de cada uno de los que asisten y ponen su vida, con todas sus actividades, en el misterio que se está celebrando para gloria de Dios, ante todo, y para salvación del género humano.

Vivir la Misa es una gracia de Dios a la que debe responderse con gozo y generosidad.

(*) Monseñor