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Política y Economía |Impresiones

El límite del pueblo chico con el infierno grande

H.S.

2 de Septiembre de 2019 | 02:59
Edición impresa

Según el Censo, en 2010 Monte tenía 21.034 almas. “Ahora seremos 25 mil, ponele”, dice uno de los montenses a los que se les formuló la misma pregunta: ¿cómo puede correr la droga en un pueblo donde todos se conocen, donde nadie puede escapar al vínculo con aquel que fue compañero de escuela, con aquella que fue novia, con este que trabaja en el taller mecánico del padre del amigo, con el otro que es cuñado del panadero o con la señora que todos saben que cura bien el ojeado, el empacho y cuyo marido siempre se supo que levantaba quiniela?

¿Donde terminan los límites del pueblo chico y empiezan los del infierno grande?

Durante la entrevista, la intendenta Mayol dejó un dato escalofriante: “La droga está en los pueblos del interior; por más chicos que sean, la maldad entra”.

Para José Castro, uno de sus opositores políticos, el tema de conocerse todos “ya no es tan así”.

Pareciera que del mismo modo en que un día se terminó aquello de “dormir con la puerta sin llave”, también se va la tranquilidad de preguntarse, como si fuese un absurdo, ¿pero quién va a venir a este pueblo a vender drogas?”.

Lo mismo parece haber ocurrido con la policía y ese perfil del comisario bonachón de las películas de don Ubaldo Martínez.

Mirta Piñón, otra de las piezas políticas de Monte, recuerda que en tiempos en que gobernaba su marido, Raúl Basualdo, “todos los años cambiaba a la policía para que no fuesen siempre los mismos. Por eso la intendenta es responsable”, insiste.

Si como creen muchos en el pueblo, la masacre de los chicos tuvo que ver con “algo que vieron” relacionado con la droga, las preguntas brotan y desespera no encontrar aún respuestas:

¿quién la trae, quién la vende, quién la consume, de qué droga se habla?

En el infierno grande que abraza a Monte por estas horas de dolor, la cuenta da algo más que esas pérdidas irreparables.

Muestra que un tiempo se fue para siempre y que viene otro al galope de nubes negras entre miedos e incertidumbres.

Si como sospechan algunos en Monte la droga, en sus versión de narcomenudeo, fue capaz de darle un zarpazo a un pueblo cuyos habitantes caben en un cuarto de los barrios de Los Hornos o de Villa Elvira o en la mitad de Ensenada, da miedo pensar en lo que nos espera a los que andamos por acá, en las ciudades “grandes”.

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